10 de mayo…un día para no existir

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  • Tres historias distintas e iguales, la maternidad que no está y se queda
  • Las madres-abuelas que dejó el feminicidio

Soledad Jarquín Edgar

SemMéxico, Cd. de México, 9 de mayo, 2020.- Margarita, Magdalena y Elizabeth, dos madres y una hermana en busca de justicia. Tres historias distintas e iguales. Tres mujeres a cargo de sus nietos, nietas, sobrinos, sobrinas, abuelas-madres marcadas por la ausencia. Una maternidad que queda y no está. Margarita no se inmuta, el 10 de mayo es como cualquier día. Magdalena se quiere saltar el día, la pone triste, no tiene más sentido en su vida, y Elizabeth piensa en su madre, enferma de tristeza, que ha perdido el interés.

En suma, para ellas el 10 de mayo, el Día de las Madres, el significado es otro.

Margarita Alanís Rosales, llora días antes de la fecha que se aproxima, se pone triste pensando en Campira Camorlinga, su hija asesinada en otra fecha especial, el 31 de diciembre de 2016, por su pareja, apodado el “matanovias”.

Antes de ese día, su vida era distinta, entonces dedicada a ella misma, con sus hijas realizadas, con sus vidas propias. Leía y nadaba.

Hoy, es la abuela de dos. Una niña pequeña que no entiende el encierro sanitario ni la ausencia de su madre o lo que sea…su rebeldía es permanente, y un adolescente de 15 años que resuelve con dedicación las cosas de la escuela. De leer y nadar, nada queda.

Su tiempo ya no es suyo. El encierro y las clases en casa, vía zoom son complejas, de enviar correos electrónicos ya ni se acordaba, se adapta a las nuevas tecnologías para que la pequeña de seis años tome sus lecciones y ella envíe sus tareas a su maestra, mientras la pequeña a veces desganada, a veces enojada, a veces tirada sobre la mesa toma sus clases. Margarita la observa y le pide que se siente bien, la niña responde, “la miss no se enoja”.

La escuela en casa es estresante, confiesa mientras se queda de una pieza. Margarita Alanís parece una mujer dura a simple vista. Pero no lo es. En sus grupos de WhatsApp con otras madres, que como ella también son víctimas indirectas de los feminicidios de sus hijas, comparte menajes alentadores, lecturas religiosas y de meditación, porque todo ayuda.

Hoy no extraña los 10 de mayo, en realidad nunca le gustaron, aunque llora de repente por Campira, está tranquila, en paz. Recuerda que cuando sus hijas iban a la escuela, el 10 de mayo le significó más trabajo, pues había que preparar los vestuarios para los festivales escolares, realizar gastos e incluso comprarse su propio regalo. Y su esposo no la celebraba porque “no era su mamá”, le decía. Ella sí, iba a festejar a su mamá.

Alguna vez se sintió mejor, una vecina que no podía ir al festival de la escuela de sus hijas le regaló un boleto y ella fue, para su sorpresa, era un espectáculo “solo para mujeres” que le divirtió mucho, como a todas las mamás.

En enero de 2017, llevó a sus nietos a su casa. Un cambio de ciudad. Un giro en su vida. La mudanza no ha sido desempacada del todo, la vida siguió con prisa, se transformó, asumió una nueva etapa y cambió su rutina, sus libros ni los toca. No hay tiempo. Y quisiera nadar, pero no puede. Debe cuidar a la pequeña y al adolescente que dejó Campira y sigue un desgastante proceso judicial por lo que viaja con frecuencia a la ciudad de México.

Recuerda que al principio la pequeña lloraba mucho, pegada a su hermano todo el tiempo. Margarita Alanís respiró profundo y esperó que las cosas cambiaran. Como esperando que las aguas del mar que tiene enfrente se apaciguaran…Y ahí van, poco a poco, dice después de casi cuatro años. En el fondo no le molesta la actitud retadora de la niña, aunque la agote hasta el cansancio, la quiere fuerte más que débil.

Magdalena deja de existir

Magdalena Velarde Tepos, tiene otra visión. Los 10 de mayo se acabaron para ella, aunque sigue asistiendo a los festivales de la escuela de sus nietos.

El día de las madres deja de existir, se pone triste.

Su hija Fernanda fue asesinada el 4 de enero de 2014 y tres años después, el 28 de mayo de 2017, fueron asesinados sus oros dos hijos: José Alberto y Daniel, todos veinteañeros. Al parecer los tres crímenes están relacionados, pero no porque su hija “fuera una loca y sus hijos estuvieran en malos pasos”, como dice la gente, afirma ella cuya única razón de existencia es la justicia y limpiar sus nombres, “ahora por sus nietos”.

Como Margarita Alanís, Malena Velarde se hizo cargo de dos de sus tres nietos, una niña y un niño. Su nueva maternidad le da miedo, le da miedo cometer un error que le quiten a sus nietos, le da miedo su seguridad o que la historia se repita, pero, sobre todo, le da miedo no vivir lo suficiente para ver que crezcan y sean personas felices.

Su familia es desplazada. Tuvo que salir del municipio en el Estado de México donde vivía por amenazas, que sí se cumplieron contra sus hijos un tiempo después. Se refugió en la casa de sus familiares, que al cabo de un tiempo le pidieron que se fuera para no poner en riesgo a toda la familia.

Hoy vive en una casa muy pequeña, donde el sistema de justicia le pagó solo tres meses de renta y después no quiso pagar más, pero el gobierno federal obligó que el Estado de México siguiera pagando después de un tiempo.

Con el encierro sanitario, su esposo fue obligado a dejar su trabajo –lava platos en un restaurante- con el pago a la mitad de su salario. ¿Y la ayuda del gobierno? Pregunto. Ni hablar, afirma. Su voz suena irónica y a la vez triste detrás del teléfono.

Magda, como le dicen sus conocidas, es huérfana de su hija y de sus hijos y abuela-madre de sus nietos y nietas. Quisiera tener a todos, pero el más pequeño vive lejos, con su padre, considerado como el probable el asesino de su hija. Así es la justicia. Recuerda que la Fiscal de Delitos Vinculados a la Violencia de Género, de la FGJE, Dilcia García, le pidió que ya no viera más al niño, recientemente la funcionaria señaló que ella nunca dijo eso. Male en cambio recuerda bien sus palabras “si sale algo mal va a ser su culpa, mejor ni le mueva”, dijo la funcionaria. Ahora lleva más de un año de no ver a su nieto.

La vida le ha sido difícil en extremo. Cada vez que requiere ayuda económica, debe acudir a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado de México, pero la respuesta tarda hasta un año o seis meses, sean zapatos o sean anteojos para la niña que sufre miopía y estrabismo. Si urge algo, hay que pedir prestado.

Despensas no, porque la ley no lo contempla, es lo que le explican en la Comisión.

Magdalena Velarde Tepos recibe la ayuda jurídica del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio para el caso de su hija; en los casos de sus hijos tiene asesores jurídicos de oficio, pero eso es como si no tuviera nada. Los tres casos están empantanados en el sistema judicial.

Está cansada, el encierro por la pandemia de la COVID 19 ha provocado desgastes, por la falta de ingresos y la niña y el niño no tienen un patio para jugar. De las clases ni hablar.

En la puerta, mi madre espera que regrese mi hermana

Elizabeth Machuca Campos es hermana de Eugenia de los mismos apellidos asesinada el 28 de octubre 2017, también en el Estado de México, por quien era su pareja.

Su madre, Martha Campos Valdés, se hizo cargo de dos de los tres hijos de su hermana, una mujer adulta, para quien el Día de las Madres le resulta triste. No quiere celebrar nada. Dejaron de festejar esa fecha. Eran Elizabeth y Eugenia, dos hermanas muy unidas y separadas entre ellas por solo cuatro años de diferencia, las entusiastas que preparaban el festejo cada año para su mamá.

Todavía hoy, su madre se sienta en la puerta de su casa alrededor de las 6 de la tarde para esperar que Eugenia llegue del trabajo. Eugenia vivía en la casa familiar, tenía 12 años divorciada y tres hijos, de 18, 14 y 12 años, el de en medio vive con su papá.

Elizabeth Machuca tiene su propia familia, sus propios hijos, y después del asesinato de su hermana asumió la responsabilidad del litigio, su pareja terminó por irse, “él no sentía el dolor que yo tenía”.

El asesino de su hermana, fue identificado y detenido cinco meses después.

El feminicidio de Eugenia terminó en “homicidio”, un cambio que hizo la fiscalía de último momento cuando le iban a dictar sentencia al victimario, José Ricardo N., que recibió 43 años siete meses de prisión por el asesinato de Eugenia.

Elizabeth Machuca cree que la razón no era que pudieran perder el caso, como explicó la Fiscalía del Estado de México, sino la negativa de las autoridades a contabilizar feminicidios.

Por la pandemia, Elizabeth Machuca tuvo que cerrar su negocio, con el que mantiene a sus hijos a ayuda a su mamá y a su papá con sus sobrinos, porque el mal trabajo de la Fiscalía General del Estado de México nunca reportó a los hijos de Eugenia y la reparación del daño no fue lo que tenía que ser.

Como Magdalena Velarde, en este caso, hasta esta semana recibieron ayuda de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado de México para comprar lentes y todo tiene que ser comprobado.

SEM/sj

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