Mujer y Poder

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Evo, Consejero de AMLO

* Su protagonismo ha servido para distraer la atención

Natalia Vidales Rodríguez

SemMéxico, 18 noviembre 2019.- Aunque el Presidente López Obrador no necesita mayor auxilio como redentor social (ni apoyo para sabotear a las Instituciones que se le interpongan en ese propósito) la experiencia de Evo Morales –que hizo lo propio en Bolivia– le es de mucha utilidad.

Por lo pronto, el protagonismo de Evo Morales ha servido para distraer la atención sobre temas pendientes como por ejemplos el culiacanazo, la masacre a los LeBarón en Sonora, la Ley Bonilla, la imposición de Rosario Piedra en la CNDH, entre otros igual de candentes, pero circunstancialmente soslayados.

El recién asilado en nuestro país, tomando las de Villadiego del suyo (y olvidando la sentencia del mandatario de Colombia, Luis Mariano Ospina Pérez, de que para la Democracia vale más un Presidente muerto que uno fugitivo), tiene una experiencia aún mayor que la de AMLO en materia de mandamás: para ambos el Gobierno es el Estado, lo que los coloca a un paso del Rey Sol, Luis XIV y su “el Estado soy yo” de la monarquía absolutista francesa del siglo XVII.  

Pero no: el Estado lo conforma tanto el gobierno –cuando menos en los regímenes constitucionales– como su población, su territorio y sus Instituciones públicas, entre las que destaca la división de poderes y las organizaciones civiles como la balanza que los equilibra.

Evo se aventó 14 años en el poder, y en ese período logró lo que aquí AMLO apenas pretende ( y  que según él empieza  no solo de cero sino de menos cero): Morales logró en Bolivia  una gran disminución de la pobreza; bajó los sueldos de la alta burocracia; estabilizó los precios e hizo crecer la economía al 4.5 % anual y aumentar el PIB al doble; llevar servicios de  salud, educación y de vivienda de  calidad a los marginados; contar incluso con el apoyo de los empresarios nacionalistas ( a quienes les fue mejor que en los gobiernos de derecha anteriores) y, en fin, hacer realidad el sueño reivindicatorio de los marginados. 

Pero en el camino se llevó entre las extremidades a las Instituciones (al Poder Judicial, entre otras, que quedó fuera del alcance de los ciudadanos para defenderse de los abusos –deliberados o por errores—del Poder Ejecutivo).

A pregunta expresa acerca de ese minado de las Instituciones, así como de su cuarta reelección, Evo contestó con una sinceridad siniestra (sic), diciendo que esas famosas instituciones (como las que AMLO dijo que se fueran al diablo) eran invención de los imperialistas Estados Unidos para impedir la justicia social; y que él necesitaba 20 años en la Presidencia para lograr que su proyecto de nación se estableciera de manera permanente.

El problema, agregó, es que “soy indígena en un país siempre dominado por extranjeros y vendepatrias, y eso no lo perdonan los reaccionarios de dentro y de fuera” que lograron — comprando gente que atacara su gobierno– su salida (sin perjuicio de la molestia de tantos bolivianos al saberse que Evo vivía como Marajá en el penthouse de una enorme torre que se mandó construir).   

¿Cómo le hará AMLO para que, eventualmente, no sea echado del gobierno y truncado su proyecto al repetir el caso de Evo Morales?: la respuesta seria en  dejar de ver en las Instituciones al diablo y, avanzar, así sea  a un paso más lento pero seguro,  a su lado.

Esos contrapesos no son enemigos de la 4T, son instrumentos indispensables precisamente para hacer viable y completa a la Democracia, conjuntando la justicia social con el respeto a los derechos civiles y a la discrepancia: la dialéctica del progreso real y sostenido.   

Salinas de Gortari tuvo como mentor de cabecera al francés Joseph Marie Córdova (a quien inclusive le consiguió su naturalización como mexicano); Nixon al judío  Kissinger, y la zarina Alejandra,  de la dinastía Romanov, en Rusia, adoptó de confidente a Rasputín, pero ninguno de esos Príncipes maquiavélicos  terminó bien su mandato. A diferencia de quienes se han orientado por Montesquieu y sus consejas de la división de poderes y los contrapesos institucionales como la mejor fórmula para gobernar a una nación.

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