Mujeres que luchan

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Sac-Nicté García /Fotografías: Sac-Nicté García

SemMéxico. Chiapas. 10 de enero de 2020.- Torbellino de nuestras palabras. Este es el nombre del Caracol donde se llevó a cabo el Segundo Encuentro de Mujeres que Luchan y así podría resumir este encuentro en el que las palabras de miles de mujeres del mundo resonaron por tierras zapatistas. Desde que salió la convocatoria, supe que haría hasta lo imposible por ir. Y así fue, volví de Guatemala y después de tres intentos y múltiples trámites para entrar a México con mi camioneta, por fin conseguí la autorización.

Hacía mucho tiempo que no contaba los días para que ocurriera algo y esperar ha tenido su recompensa. El día 26 de diciembre salí de San Cristóbal en compañía de cuatro amigas y mi perrita. El inicio del viaje fue un poco caótico porque nos llegaron avisos de cierre de la carretera a Ocosingo. Después de estudiar las posibles vías de acceso al Caracol Morelia, decidimos aventurarnos y esperar que el bloqueo no durara demasiado tiempo. Una de mis amigas se despedía de su compañero. Arrancamos el coche y él, con su mochila a espaldas, nos veía hacer maniobras para salir del estacionamiento con una mirada que parecía de orfandad. Se quedó ahí de pie, viéndonos partir y parecía que no sabía bien qué hacer. María, la más joven y gamberra del grupo, le gritó a forma de despedida: ‘amigo, que te vaya bien, siento mucho que no seas mujer’. Le dijimos adiós y empezamos nuestro camino.

La energía en la Concha era de ebullición y la chispa se avivó cuando en un crucero vimos a un grupo de unas 15 mujeres pidiendo aventón. Enseguida supimos que iban al encuentro. Me hubiera encantado subirlas a todas, pero ya no había más espacio dentro de mi pequeña casa rodante. Pero sabíamos que nos encontraríamos en aquel lugar del cual hablábamos desde la noche anterior, en una cena en la que acribillamos con preguntas a mujeres que habían estado en el encuentro pasado: cómo era el sitio, había agua potable, dónde conseguiríamos comida, dónde se iba a acampar, qué temperatura hacia.

El camino se hizo más largo de lo esperado, no solo por el bloqueo, que en realidad era un retén de un pueblo en el que pedían una cooperación para circular, sino porque mi camioneta empezó a fallar y tuve que conducir a la velocidad más baja posible. Llegamos sobre las siete de la tarde, ya era de noche y una larga fila de coches y autobuses se formaba a la entrada del Caracol. Un compañero con el paliacate rojo nos indicó dónde hacer el registro. Dejamos el coche aparcado y en el camino pasamos junto a una cadena de mujeres que descargaban maletas de un autobús para pasarlas a las camionetas que las transportarían al lugar donde se llevaría a cabo el Encuentro.

El registro no tomó más de cinco minutos. Ya con nuestra credencial respectiva, volvimos a la Concha y nos dirigimos al Semillero ‘Huellas del caminar de la Comandanta Ramona’. En la entrada un cartel amarillo con letras negras indicaba que el acceso a los hombres estaba prohibido. A partir de ese punto el territorio, por unos cuantos días, era todo nuestro. Cruzamos ese pequeño portal y entramos a una especie de ‘país de las mujeres’. La primera imagen que se me ha quedado grabada en la cabeza es el de varios grupos de milicianas, encapuchadas y con arcos, yendo en fila a algún lugar. Durante el Encuentro ellas estarían omnipresentes por todo el Semillero, vigilando las entradas del recinto, haciendo guardia a las orillas de las colinas, con sus arcos en posición de defensa, inmóviles, seguras, protegiéndonos. De tanto en tanto veía un grupo atravesar corriendo el patio central y eso al principio me llamaba la atención, después me hizo sentir segura.

Es curioso cómo se transforma la sensación de seguridad. Tres de mis amigas se quedaron dentro del recinto donde había toda la actividad pues llevaban casa de acampar. Mi otra amiga y yo dormiríamos en la camioneta y tuvimos que instalarnos en el área de estacionamiento. Esa primera noche después de dar una vuelta por el centro de las actividades volvimos caminando a la furgoneta y lo hicimos con esa, por desgracia extraña, sensación de estar completamente seguras de que nada nos pasaría. Y así dormimos también, ¡seguras!

A la mañana siguiente, el movimiento y el bullicio empezó temprano. Las casas de campaña parecía que habían brotado como hongos por la humedad durante la noche. El campo que estaba vacío cuando nos fuimos a dormir estaba teñido de colores. La música comenzó a sonar, sobre todo cumbias, y se interrumpía cada tanto por avisos que daban las compañeras zapatistas. El patio era un ir y venir de mujeres diversas, venidas de otros países, de diferentes partes de México y de zapatistas de otros Caracoles.

Comenzó el acto de inauguración del Encuentro. Las milicianas y las bases de apoyo se formaron alrededor del patio y atrás estábamos todas las mujeres invitadas, casi 4 mil, provenientes de 49 países. Las palabras de la Comandanta Amanda fueron inundando nuestros corazones, el calor quemaba nuestra piel y yo creo que no solo era el sol sino la digna rabia fluyendo por los poros. Nos recordó que hay pocos espacios en el mundo donde poder estar seguras -por eso tener esta oportunidad de vivir sin miedo es algo invaluable-, y que el dolor y el hartazgo por la violencia que sufrimos las mujeres es la que nos ha lleva a congregarnos allí.

El discurso de la Comandanta a veces era interrumpido con aplausos y con gritos de ‘vivas nos queremos’.

“Dicen que hay equidad de género porque en los malos gobiernos hay el mismo número de mujeres y hombres mandones, pero nos siguen asesinando.

Dicen que hay igualdad en la paga a las mujeres, pero nos siguen asesinando.

Dicen que hay mucho avance en las luchas feministas, pero nos siguen asesinando.

Dicen que ahora las mujeres tienen más voz, pero nos siguen asesinando.

Dicen que ahora ya se toma en cuenta a las mujeres, pero nos siguen asesinando.

Dicen que ahora ya hay más leyes que nos protegen a las mujeres, pero nos siguen asesinando.

Dicen que ahora es bien visto hablar bien de las mujeres y sus luchas, pero nos siguen asesinando.

Dicen que hay hombres que entienden las luchas de mujeres y hasta se dicen feministas, pero nos siguen asesinando.

Dicen que la mujer ya está en más espacios, pero nos siguen asesinando.

Dicen que ya hay super heroínas en las películas, pero nos siguen asesinando.

Dicen que ya hay más consciencia del respeto a la mujer, pero nos siguen asesinando.

Cada vez más asesinadas, cada vez más brutalidad, cada vez más saña, coraje, envidia y odio.

Cada vez más impunidad.”

Sus palabras taladraban mi ser, se grababan como tatuajes que hubiera querido no tener. Nos siguen asesinando, nos siguen asesinando…

Habló de la necesidad de organizarnos, de protegernos, de aprender a defendernos y de enseñar a nuestras crías a hacerlo también, para que no tengamos que hacerlo en un futuro, para poder vivir en ese otro mundo que tanto anhelamos y necesitamos.

Al finalizar su discurso, tocó el turno a las milicianas. Ante la mirada expectante de todas nosotras empezaron a realizar movimientos que indicaban el inicio de algo. De pronto, en la más absoluta solemnidad que un acto así puede generar, el sonido de una cumbia irrumpió el espacio y las milicianas empezaron a marchar guiadas por esta música que a mí solo me invitaba a bailar. Después de esto, una niña. Esperanza, pasó al centro del patio y todas ellas formaron un caracol que simbolizaba la protección. Con esto, las mujeres zapatistas nos dieron una muestra más de que están organizadas, de que se cuidan y protegen, y nos invitaron a hacer lo mismo porque en territorio zapatista no hubo ningún feminicidio desde el anterior Encuentro.

Ese primer día fue un día de denuncias. El micrófono estuvo abierto para todas las compañeras que quisieran compartir su palabra. Poco a poco el bullicio fue cediendo espacio al dolor, a la rabia. Decenas de voces hablaron, algunas por primera vez, de los abusos sufridos, otras se atrevieron a poner nombre a sus agresores, algunas más fueron a dar voz a las que ya no podía hacerlo, madres y compañeras de mujeres asesinadas o desaparecidas. Los relatos de violaciones, abusos, asesinatos eran estremecedores. El cielo estaba despejado, el patio -de lejos- parecía una fiesta, mujeres iban y venían, había quienes vendían artesanía, los comedores servían comida, algunas mujeres se estiraban en el césped, otras se arreplegaban en el templete, algunas estaban en sus casas de campaña, otras en los baños, lavando su ropa o en la ducha… Pero en cualquier parte del Semillero, las palabras nos seguían, nos envolvían, nos hacían sentir y vivir y a veces revivir experiencias dolorosas. En algún momento del día me senté a comer con mis amigas, hablábamos entre nosotras y de pronto se hacía un silencio profundo cuando escuchábamos un testimonio que inundaba el espacio, cuando las lágrimas se hacían presentes en esas bocinas que lo expulsaban todo. Y esas palabras y llantos se quedaron en el fondo de mi corazón, están ahí regando una semilla de lucha que germina con fuerza.

En algún momento platicaba con una mujer que conozco y me decía pensaba que era demasiado tiempo para denunciar, que es indudable que todas las mujeres hemos sido violentadas. Pensé, por un lado, en lo terrible y verdadera que era esa aseveración y me hizo recordar una comida familiar. Éramos nueve mujeres en la mesa y de ellas 8 habíamos sufrido algún tipo de violencia sexual, una de ellas calló, lo cual no implica que no le haya pasado. Por otro lado, pensé que en realidad era necesario hablarlo, que era necesario ese momento de catarsis y que si muchas mujeres tenían esa necesidad de contarlo es porque ahí se sentían seguras. Pensé en aquello de que ‘lo que no se nombra no existe’ y nosotras tenemos que aprender a nombrar esas violencias para poder verlas de frente y combatirlas, sin miedo.

El resto del día siguió con más denuncias, tantas que hubo que postergar el espacio para el día siguiente, para que todas las compañeras anotadas pudieran expresarse. Por la noche, tanto dolor necesitaba exorcizarse y pronto la música llenó el espacio. El cuerpo necesitaba moverse y sacar todos esos demonios acumulados.

El segundo día del encuentro hubo espacio para seguir con las denuncias y las mesas de trabajo se fueron organizando de manera espontánea. Había tantos temas que abordar que era difícil seguirlos todos. Hubo grupos por países, también por diferentes Estados y zonas del país, se reunieron para debatir sobre el proyecto del tren maya, hubo grupos para hablar sobre prostitución y abolición, de sexualidad, de maternidades, de violencia obstétrica y partería, de la comunidad de mujeres viajeras, hubo grupos de la comunidad LGTBI+ y grupos de lesbianas radicales, también se organizaron grupos sobre medicina alternativa y sobre cannabis. No llegué a todos, seguramente me perdí de más temas, pero no daba para más. Al mismo tiempo que se generaban todas estas oportunidades de debates e intercambios de ideas y propuestas, también se hacían talleres de defensa personal, baile, limpias, masajes, lecturas de tarot, fotografía, se creaban murales y actividades que invitaban a reflexionar sobre nuestro cuerpo.

Por la noche estuve esperando la presentación de un documental sobre partería tradicional y mientras se preparaba el equipo para la proyección, el micrófono seguía ocupado por mujeres haciendo más denuncias. Era difícil parar, cuando venimos de una sociedad que nos violenta a cada paso. Pero antes de ver la película, un grupo de mujeres indígenas de Canadá presentó un performance y nos hablaron de su experiencia como indígenas, nos contaron de sus pérdidas y sus abusos y nos pusieron a todas con la piel chinita.
‘No estás sola’ fue el grito que más escuché y canté en este Encuentro. Aquí me di cuenta que no estamos solas. Que esas alianzas de cuidado se están creando, se están fortaleciendo, porque nos damos cuenta de la necesidad que tenemos de que así sea, es nuestra estrategia de supervivencia. No estamos solas. Nos tenemos unas a otras.

El tercer día fue un día de actividades culturales. Hubo teatro, música, danza, poesía. Se siguieron organizando más talleres y también continuaron algunos de los grupos de debate. No dio tiempo de llegar a más propuestas, apenas nos estábamos conociendo y encontrando nuestros puntos en común. Como dijo la Comandanta en su discurso de inauguración, éramos mujeres diversas, con diversas formas de pensar y actuar y creo que lo que estuvimos poniendo sobre la mesa fue una carta de presentación. Algunos grupos se organizaron para seguir trabajando, para seguir tejiendo esas redes de resistencia. La clausura estuvo marcada por la falta de luz que nos descontroló a todas. Las propuestas como mesas de trabajo no acabaron de concretarse, pero las mujeres zapatistas nos hicieron tres muy concretas: defender a cualquier mujer que sufra violencia, que nos organicemos para parar esta violencia machista desde nuestros propios formas y modos y que hagamos una acción colectiva en todo el mundo el 8 de marzo.

Así acabó este encuentro de mujeres que luchan, con tarea pendiente y urgente. Creo que la enseñanza más potente para mí es que si nos organizamos y trabajamos en conjunto se puede cambiar el rumbo, las zapatistas son un ejemplo. Nos han regalado la oportunidad de verlo y vivirlo, nos han dado su tiempo y espacio y ahora tenemos el compromiso de extender el mensaje. También, por supuesto, es momento de cuestionarnos, de mirar dónde estamos paradas, desde dónde venimos a este lugar, cuáles son nuestros privilegios, qué es lo que nos llevamos y qué es lo que dejamos. Desde el primer día las mujeres zapatistas pusieron una mesa para recibir críticas y sugerencias. Y yo diría que esa cajita de críticas y sugerencias también nos las tenemos que hacer cada una de las que asistimos, para saber desde dónde estamos mirando y cómo lo hacemos.

Escribo esto después de varios días de tratar de digerir y acomodar todo lo vivido. Acabé exhausta, fueron días de mucha intensidad, de mucha información, de mucha energía que se movía hacia el exterior y hacia mi interior, que me sacudía de tristeza y de rabia, aunque también de esperanza y ganas de luchar. Reconocerme en muchas de las voces que hablaron, reconocerme en muchas de las miradas que crucé fue importantísimo. Como lo fue reconocer esa necesidad de construir en colectividad. Hoy asumo ese compromiso que hicimos miles de mujeres allá en tierra zapatista, aún sin saber con certeza cómo será el trayecto, pero consciente de saber el objetivo común: vivas nos queremos, libres nos queremos.

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