Sostienen la vida, pero no son inmunes al coronavirus ni a la pobreza

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  • Las trabajadoras de hogar y de cuidados denuncian que trabajan sin protección o en condiciones ilegales que a veces aceptan por miedo a ser despedidas sin derecho a paro

Por Gloria López

SemMéxico/AmecoPress. Madrid. 17 marz. 2020.- “No sé qué da más miedo, si el coronavirus o el no llegar a fin de mes”, dice Amparo. “¿Qué hago con mis hijos, los dejo solos mientras cuido los hijos de mi señora?”, pregunta Edith. “Me siento como una kamikace que puede llevar un virus letal para las personas mayores a las que visito cada día, sin que la empresa nos haya ofrecido las medidas adecuadas”, comparte S., con síntomas de ansiedad y preocupación. “Me han dicho que no vaya porque mis fejes teletrabajan, pero tampoco me pagan, ¿de qué vivo?”, apunta Silvana. “Latifa sigue encerrada en casa de la anciana para la que trabaja. Le ha quitado su llave y le ha prohibido salir incluso en sus días libres, eso sí, sin pagarle las horas extras y sin darle opción”: es el testimonio de una interna puesto en la boca de su amiga Inés, que como está en paro, se queda en casa. «Mi jefe ha dado positivo y no entiende que yo no quiera seguir trabajando en su casa: ¿tengo derecho?», pregunta Eunisis.

Por teléfono, por whassap, por las redes sociales, alentadas por las organizaciones de trabajadoras del hogar y los cuidados, las mujeres que cuidan preguntan, denuncian, se lamentan y su voz sirve para dar visibilidad a una situación que es previa y estructural, pero que la crisis del coronavirus hace saltar por los aires.

La diversidad de variables y situaciones es grande: trabajan en régimen de interna o de externa, con jornada laboral completa o parcial en un mismo lugar de trabajo, o por horas, dadas de alta en la Seguridad Social o en la llamada economía sumergida; son españolas, migrantes regularizadas o migrantes en situación administrativa irregular; laboran para familias o para empresas subcontratadas por la administración para atender a personas en situación de dependencia; tienen hijos o hijas o no; tienen pareja o no; unas tienen familiares a su cargo, otras no; a veces han alquilado una vivienda con sus familias, otras comparten piso y viven con sus hijas en una habitación; han estudiado o trabajan desde que les salieron los dientes; se manejan con el uso de internet y redes sociales o apenas se las arreglan recibiendo y haciendo llamadas con móvil; mantienen a familias enteras en sus países de origen, algunas llegaron hace poco tiempo y no han logrado establecer muchas relaciones, otras han construido redes fuertes.

En España, hay más de seiscientas treinta mil mujeres dedicadas al trabajo de hogar y cuidados, en su mayor parte migrantes, aunque se estima una cifra mucho más alta por el amplio porcentaje de empleo sumergido. El 50 por ciento de quienes trabajan en régimen externo y el 98 por ciento de las internas se dedican al cuidado de personas mayores en situación de dependencia, lo cual demanda una gran cercanía física con la persona atendida (levantarlas, ayudarlas a caminar, a lavarse, a comer…) Otras trabajadoras cuidan criaturas que, aunque normalmente son asintomáticas, propagan el virus. Son, efectivamente, como señalaba un comunicado emitido el pasado jueves por la Asociación Servicio Doméstico Activo (Sedoac) y apoyado por numerosas organizaciones, “víctimas colaterales del coronavirus”. Y recuerdan: “aunque sostenemos la vida, no somos inmunes al covid-19”.

En mitad del torbellino devastador en el que parece haberse convertido esta crisis sanitaria, las instituciones no se han dirigido en ningún momento a las trabajadoras de hogar y cuidados, indicándoles cómo les afectan concretamente las medidas que se están implantando para frenar y reducir los daños derivados de la epidemia.

“Estamos acostumbradas a seguir trabajando aunque tengamos gripe, a soportar sin baja médica lesiones y dolores musculares derivadas de falta de formación y de medios para atender personas, a llevar en silencio las secuelas de la falta de descanso y vida social”, lamenta Carolina Elías, presidenta de Sedoac. “Pero ahora, nadie se ha dirigido a nosotras, nadie nos ha explicado qué podemos hacer y cómo enfrentarnos a la situación de emergencia que vivimos”.

“Ante el abandono absoluto y desidia del Gobierno, tomamos las riendas y en modo resiliencia, como caracteriza a las guerreras que están en este empleo, hemos elaborado estás mínimas medidas orientativas”, para las trabajadoras y para empleadores y empleadoras, explica Sedoac en facebook.

Además, las organizaciones, muy en contacto y sumando esfuerzos, tienen abiertos varios canales de comunicación para que las trabajadoras puedan hacer consultas, denunciar situaciones y entre todas busquen opciones y alternativas, no solo individuales, sino que ayuden a todo el colectivo.

Una situación es previa que se convierte en amenaza

El cuidado en casa mediante el contrato de trabajo doméstico está excluido de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales (LPRL) y por tanto de sus instrumentos: las tareas del puesto de trabajo y su forma de ejecución segura no han sido descritas ni analizadas desde el punto de vista de la salud laboral antes de la epidemia, y ahora las partes no cuentan con servicios de prevención que actúen complementando y ayudando a implementar las normas de las autoridades sanitarias. No está habiendo ni acción pública ni privada dirigida al único sector que queda fuera de la LPRL.

S. trabaja en una empresa que cuida a personas mayores. Con media jornada (“tengo una hija pequeña y este horario me permite conciliar”), va a tres domicilios cada día. El lunes pasado la empresa le entregó una mascarilla para toda la semana (“sabemos que no sirven ni para dos horas”) y unos guantes. “Deberíamos tener una bata, guantes, mascarilla, gorro y todo tipo de protección para cada casa, si no, no tiene sentido, puedo estar llevando el virus de un lado a otro y además vivo con mi niña que, sin saberlo, puede transmitirlo, y con mis suegros que son mayores”. S. ha tomado sus propias resoluciones: cogió toda su ropa blanca, con ella hizo un uniforme para cada lugar y a la noche lava todo con lejía, incluyendo mascarillas que ella misma ha fabricado. El viernes, acabó con un ataque de ansiedad.

La discriminación y postergación histórica del sector del trabajo de hogar y de cuidados, tiene su piedra de toque en la no ratificación del Convenio 189 de la OIT, lo que equivale a que quienes integran este colectivo no tengan derecho a las mismas prestaciones que el resto de las personas trabajadoras, entre otras, las que cubren las bajas por enfermedad o el desempleo. “No tenemos derecho a paro y para muchas mujeres la suspensión de sus contratos está implicando que se vayan a casa sin prestación ni ayudas, y en muchos casos sin cobrar el sueldo completo del mes”, denuncia Rafaela Pimentel, de Territorio Doméstico.

“El Convenio 189 reconoce a todas las trabajadoras de hogar del mundo su derecho a ser tratadas como verdaderas trabajadoras y simboliza el compromiso de los países firmantes de poner el punto final al régimen de servidumbre y discriminación que ha sido siempre el empleo de hogar y reconocer así, todos los derechos del trabajo asalariado” explican desde Sedoac.

Esta indefensión permanente, ante toda la crisis económica y social que se ha disparado con el coronavirus supone de facto una amenaza, según explica la activista Rafaela Pimentel. “Ya pasó en la crisis de 2008 y ahora puede volver a pasar, las trabajadoras del hogar y de los cuidados serán despedidas sin derechos, apoyándose en algo que solo existe en este sector: el desestimiento”.

“Ya no la necesitamos”

El desestimiento es una forma habitual por la que empleadores y empleadoras rescinden la relación laboral en este sector. “Váyase a su casa, ya no la necesitamos o ya no podemos pagarle”. Y punto. Como tantas personas que irán a la calle por la parálisis económica generada por la alerta sanitaria, pero con menos derechos. Liz Quintana, de Trabajadoras no domesticadas de Bilbao, recuerda que para que exista desestimiento tienen que cumplirse ciertas condiciones: en primer lugar, el empleador o empleadora tiene que notificarlo por escrito obligatoriamente; además, debe haber un preaviso con 7 días de antelación si la relación laboral es menor a un año y de 20 días cuando lo supere; por último, se tiene que indemnizar, con 12 días de salario por cada año trabajado. “Y si no se cumplen estas condiciones es despido improcedente”, sentencia, recordando que “el hecho de no tener papeles, no significa no tener derechos”.

Extranjería

Aunque esto es cierto, Pimentel insiste: “el no contar con prestación por desempleo es un arma muy poderosa para que las personas que nos contratan impongan condiciones ilegales con la amenaza del despido” y en el caso de “las compañeras que no tienen papeles y que intentan aguantar los tres años que la ley les exige para poder solicitarlos, la amenaza de perder el empleo es terrible”.

Estela cuida a una señora. No tiene papeles en regla. Quien la contrató fue la hija de esta persona mayor, dependiente y vulnerable que a veces es visitada por su otro hijo, que exige a Estela cosas distintas a lo acordado. No sabe qué hacer ni a quién acudir. Ella misma se responde en voz alta: “No tener los papeles en regla es una falta administrativa, no es un delito, pero nos estigmatizamos y no conocemos nuestros derechos”, lamenta.

Por ello, las organizaciones insisten en la “urgente necesidad” de que el Gobierno Central impulse una “revisión y reforma de la Ley de Extranjería” y reconozca la residencia por trabajo, para todas las trabajadoras extranjeras que se encuentran trabajando y los empleadores sin posibilidad de legalizarlas. “Ley de Extranjería te criminaliza, te obliga a estar tres años sin papeles, y sin papeles solo encuentras ofertas de interna”, insiste Pimentel. Y añade que, en esta situación de excepcionalidad, “el miedo a ser detenidas por la policía ha aumentado: el coronavirus combinado con la Ley de Extranjería suma precariedad y dificultades a la situación preexistente”.

Preguntamos: Si una trabajadora interna sin papeles afectada por la enfermedad es despedida, ¿qué hacemos? Si no tiene una vivienda a la que acudir, ¿qué hacemos? Si una compañera que trabaja como “externa” o “por horas” tiene que elegir entre arriesgarse por unos euros para llegar a fin de mes o quedarse sin trabajo pero no poner en peligro su salud, ¿qué hacemos?

Pimentel no quiere que la responsabilidad recaiga solo en las familias. “Es cierto que hay gente que se aprovecha de la situación para sacar ventaja y beneficiarse, pero también hay personas y familias que verdaderamente no pueden hacer frente al cuidado de los hogares, de niños y mayores”.

“El Estado tiene la obligación de garantizar cuidados de calidad a la ciudadanía”, advierte Elías, y “hacerlo, además, dignificando las condiciones de quienes realizan esos trabajos; basta ya de seguir postergando”.

Aplauso a las cuidadoras

Ayer, siguiendo la iniciativa de los aplausos al personal de la sanidad, se convocó el primer reconocimiento a las trabajadoras de hogar y cuidado. Lamentablemente, no fueron tan “aplaudidas”. “Esto es algo que afecta a la sociedad y que tenemos que solventar entre todas y todos, no podemos ser un montón de mujeres sosteniendo la vida de otros a costa de la nuestra”, explica Rafaela Pimentel.

La organización entre las trabajadoras es un rasgo muy destacable que va creciendo año tras año y que en esta crisis está posibilitando la creación de redes de ayuda, de iniciativas, de asesoramiento legal y de apoyo: “es fundamental sentir que no estás sola”.

Desde Sedoac, reclaman que “las prestaciones que se han decretado para las y los trabajadores en el régimen general, también sean aplicadas a las empleadas de hogar y cuidados en el sistema especial”, como solicitar bajas por cuidado de menores y recibir exenciones fiscales como población especialmente afectada por el coronavirus.Pimentel advierte que hay “gestos” que ya se pueden hacer. “Si alguien en una familia enferma, deja que la trabajadora se vaya a casa pero con su sueldo y lo mismo si es ella la que necesita dejar de trabajar porque tiene personas a su cargo”. “Hay mujeres cuidando a los abuelos sin la debida protección, las familias que puedan, para que sea más rápido, consigan protección y pongan un dispensador de jabón y mascarilla en la entrada.”

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