Desobediencia

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Hora del parricidio

* Tiempo de coronavirus

Olimpia Flores Ortiz

SemMéxico, 19 de marzo 2020.- El acto de decidir es ineludible y necesario. Decido con consciencia, decido por inercia, decido por omisión, decido un mandato por cálculo, decido por voluntad propia.

En este sentido, la obediencia no existe. Ni por mandato social, ni por mandato político, ideológico, religioso, moral o sectario, ni por mandato superior, ni por mandato del Estado o la Ley, ni por mandato del padre ni de Dios. En un pelotón de fusilamiento, cada soldado que apunta su fusil, se encuentra absolutamente solo al momento de jalar el gatillo; él y su fusil, nadie más, la decisión en ese instante le es propia y exclusiva. Si jala el gatillo, es que necesariamente ha hecho un cálculo a su favor que no a favor de la vida que colaborará a terminar.

Nadie pues, escapa a su propia decisión. Comprender esto para mí fue tardío, no hará más de una veintena de años que este veinte me cayó. Tuvo que morir mi padre, para que me encontrara sola frente a mi decisión. Y entonces pude entender el valor de la responsabilidad que a su vez no es compartible, también me es propia y exclusiva, a nadie más le compete: actuar con consciencia, en libertad, con ética (que también siempre es propia y exclusiva).

La obediencia es un mandato que viene de la Ley divina y que recoge la Ley orgánica de las sociedades. Hay en el mandato entonces un remoto origen mítico. Moisés, por mandato de Dios condujo el éxodo de las tribus de Israel para atravesar el desierto y cruzar el mar Rojo hasta llegar a la tierra prometida, Canaán, por cierto muy bien ubicada geoestratégicamente hablando frente al mar Mediterráneo.  Cuarenta años de travesía. Sin embargo, al momento del arribo, Dios mismo –dice la narración- asesinó a Moisés impidiéndole que consumara su epopeya. Esta es la versión bíblica de la muerte de Moisés, que adjudica a una decisión divina su muerte. Es la muerte del Moisés judío, a manos de Dios como castigo consecuencia de un error de conducción en los inicios de aquel éxodo. El mito fundacional del actual Estado de Israel que no llegó a tierras vírgenes, sino a tierras que debió despojar porque estaban pobladas.

Sin embargo, en la versión de que Moisés fue egipcio, atributo que los judíos niegan porque su éxodo sólo pudo haber sido conducido por un judío, murió asesinado por las propias hordas en conflicto político.  

En sentido metafórico, Moisés fue víctima de un parricidio que yace en el inconsciente colectivo del pueblo judío. Ellos mataron al Padre.

Un pueblo furiosamente cómplice cuya narrativa posterior es animada por la culpa de ese parricidio.

La narrativa judía en la Biblia, determina al inconsciente colectivo de todo Occidente. El cristianismo así, no es más que una deriva que no abjura del Viejo Testamento que renueva como hito fundacional a la culpa de la segunda edición del parricidio con la crucifixión de Jesús. Esos malditos judíos a la hora en que cristianos aún no había con fuerza para imperar. La historia sagrada que se escribe para olvidar el parricidio. La escritura que conlleva siempre un ocultamiento, negación más que afirmación.

Freud nos aporta la multiplicidad posible de las interpretaciones. Narración carente de linealidad en el transcurso del tiempo. Nada empieza por el principio. Lo histórico como simultaneidad del pasado, el presente y el futuro: La escritura sagrada que borra al Moisés egipcio y lo suplanta con el Moisés judío. Origen mítico de una diáspora carente de patria; los extranjeros de siempre y de todo. Su narración como el espacio de la Patria subjetiva edificada desde una racionalidad colectiva. Pura ficción.

Entonces, yo encuentro que en mi personal y enmascarada serie, (como la de Fibonacci que retoma Lacan, cuya suma progresiva es la que va dando origen a resultados obtenidos de la conjunción de los elementos anteriores, tal cual en la vida) la que se ha edificado dese mi voluntad tergiversada escondida tras las máscaras de mi habla, no he hecho otra cosa que lo que he pretendido contradecir: el discurso del amo introyectado, del que yo misma furiosamente he sido cómplice, cual los judíos culpables del parricidio mítico e inmemorial.

Es mi propia habla la cárcel de mi inconsciente: una media verdad siempre, que baila entre lo explícito y lo enmascarado. Nunca se de mí, nunca se del Otro ni de otro. Posición subjetiva en juego permanente. ¿Cómo entonces puede surgir de mí la compasión? ¿Dónde el suceso del amor vinculatorio en medio de tanto baile de máscaras? ¡Tantos lugares en los que estoy, dando la vuelta siempre en retorno! El perro que persigue a su cola. El amo con el que me domino a mí misma, quiere sobrevivir en la apariencia, detrás de la impostura de mi lenguaje.

Me pregunto si la comunidad sólo puede erigirse sobre la base del engaño colectivo; de la negación no de la muerte del Padre, sino del asesinato colectivo.

Desde ese mísero código me juzgo y te juzgo. Juzgarte es juzgarme. Perversión del lazo. Dios es maléfico, él y su antítesis son la misma persona. Dios nos quiere no a su imagen y semejanza, sino reducidos: no nos es dada jamás ni su potencia del bien ni su potencia del mal: la diversidad del deseo, ha quedado olvidada en el Partenón griego: nada prolifera, todo se uniforma: Dios es Uno. El bien y el mal. Yo soy la serie de mi misma y todos tenemos número de serie. Hay un catálogo en el que el menú de “ser” está a la mano.

Si intento salirme del menú, me prejuzgo y me castigo; te prejuzgo y te castigo. Dios se ha fundido para ser razón pura. Yo, como el Sujeto ahora puedo discernir entre ese escueto bien y mal. Soy rehén del imperativo de la ciencia y su organización política.

¿Cómo descifrarme en ese bien y mal que son las dos caras del Uno lo mismo? ¿Además, mientras miento?  Dios me ha condenado a mentir, escamoteada la Verdad en ese bien y en ese mal. No soy más que la representación de mi propio discurso; no hay verdad.

¿Quién es Moisés? Ese, el de Miguel Ángel, su actitud corporal, su gesto facial, esa inamovilidad anímica: ¿es acaso la inmutabilidad de su Ley? ¿Por eso tuvo que ser asesinado? No nos sintamos culpables…no hay más que matar al padre.

Como mujer colonizada por el cristianismo y el patriarcado, las advocaciones del Padre mítico, las asumo en las personas morales del Estado y la Ley, puedo pensar en mis grandes maestros, y en los hombres a los que les he atribuido amorosamente influencia y dominio. Soy una mujer sujeta. Pero nadie como el padre genético es medular. Él es la encarnación total que reúne todos los juicios posibles de las advocaciones de los padres míticos y morales.

¿Dónde estamos las mujeres del 8/9 de marzo en estos prolegómenos inciertos de la crisis del coronavirus? Qué proponemos y qué tejemos ante la consciencia de la violencia de los hogares mexicanos. Pasada la crisis de la pandemia, quedará la profunda crisis económica mundial. ¿Dónde los nuevos lazos de la comunidad? ¿Será posible un regreso al mismo estadio de la batalla anterior a estos meses aciagos al cabo de los cuales nadie podremos volver a ser igual?

Y mucho menos, asumamos como advocación del Padre a ese personajillo que nos fuimos a buscar de Presidente que no tiene otro sentido en la vida que cultivar su megalomanía alimentada por su voracidad de poder, pura hubris.

Si desde principios del siglo se declaró la muerte de Dios y nosotras venimos ejerciendo ese mandato de la autodeterminación en oposición al sistema establecido, sus códigos y sus costumbres, cual disolutas que no podemos dejar de ser, somos entonces responsables de una nueva forma posible de religar sin religión.

Es la hora del parricidio total, el del Padre mítico, el de los padres morales como el Estado y la Ley o los patrones; el de los hombres próximos que no aprendemos a tratar como pares; el del padre genético reproductor de todo el código patriarcal. 

El proceso selectivo de la significación múltiple. Es la relación dialéctica entre el adentro y el afuera, el límite y lo contiguo. ¿Cómo se interrelacionan nuestros procesos de significación individual y generamos procesos de identidad colectivos? Si hemos dicho que no hay memoria de la realidad, sino ficciones de la memoria.

Decidamos.

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