Desobediencia

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El amor como ausencia

* La vida en clausura no es la clausura de la vida

Olimpia Flores

SemMéxico, 20 de abril, 2020.- En mi amada casa de Xochimilco, cuando la empecé a habitar en el 2000, coloqué en la puerta exterior un letrero de mosaicos que reza: “Esta es la casa de la Dulcinea del Toboso o del amor como ausencia”, mi manifiesto. La casita está en la cima de un también pequeño monte. En el sitio de taxis al pie la conocen como la Casa de la Dulcinea.

Esta es una metáfora que le robé a Sergio Fernández, quizá nuestro mayor cervantista, -muerto en el pasado enero. Porque me remite a la realidad del amor como ficción. El Quijote amaba a una Dulcinea de su imaginación y de su corazón. No es un personaje creado por Cervantes, el autor, sino por la imaginación del personaje que es el mismo Quijote.

Mi conclusión es que el amor lo deposito cada vez en cada uno de los personajes que a lo largo de mi vida me han representado un ideal, y ya saturada de realidad, al cabo no puedo más que distanciarme ante el desencanto. Literalmente me caigo de la nube en que andaba. El amor siempre es ficción y en tanto tal, es ausencia.

Transitamos vertiginosamente hacia una era en la que no hay lugar a la privacidad y la movilidad se restringe o cancela, ¿cómo hemos de materializar el amor? Acabo de leerle un twitt a Margo Glanz que aplica: “En una pandemia es difícil distinguir quiénes son los enemigos, si los virus o los amigos”.

El lazo social está roto, aún desconocemos qué mundo viviremos a partir de hoy, imbuido de sospecha y restricción. ¿Se conjurará este mal? Nunca definitivamente, y surgirán otros. Para ligar en la calle, habremos de portar un preventivo termómetro y placas de inmunidad o ¿cómo?

La vida en clausura no es la clausura de la vida, pero sí como la conocíamos. La regulación de la vida en sociedad se agudizará, menos circulación, más trabajo en casa, encuentros virtuales, comercio en línea. Tendremos que innovar, tal vez las relaciones por encuentros periódicos vayan mejor que las que exigen convivencia cotidiana. Me duele que una joven pareja de amigos míos, ella y él con dos pequeños hijos, hayan tenido que separarse en esta cuarentena en razón de una división del trabajo por el momento vital: cuidar a los infantes y a los viejos, domiciliados a distancia.

Los chantajes de la celotipia tendrán otro argumento de peso, más allá de la moral: ¿Cómo te atreves si no sabes ni quién es?  Y a partir de hoy, pasamos a ser nuestras historias clínicas. La Organización Mundial de la Salud tendrá tanto poder como el Consejo de Seguridad.

Pero en clausura la vida aparece por otros lados, notamos el paso de la vida en los tiestos, la desenfadada rutina de los animales que nos acompañan, apreciamos la serenidad de los trabajos manuales; se incrementa la creatividad artística, culinaria, literaria…y la neurosis de las relaciones no se puede confrontar: nada que suponer del otro-otra ausente, inimputable.

Sin embargo, me inquietan el ámbito de la intimidad y el de la complicidad: ¿cómo se es colectivo? ¿Dónde queda la comunidad sustraída de su ámbito espacial y confinada al espacio de la biovigilancia cibernética? Me espanta que quedemos saturados de redes sociales, del reducido mundo de Google y de los medios de comunicación facciosos como las fuentes que nutran nuestra visión del acontecer. ¿Cómo es ser y estar allí? Quiero ver a mis amigas a los ojos, cariñar a mi madre, respirar a mis hijos.

Me sorprendo traicionándome: seguridad es no topar con el vecindario y no acudir al encuentro de l@s amad@s; y además, contra todo mi dicho en la vida, exigiendo disciplina al respecto en mi derredor y rigor reglamentario. El mundo de mi DESOBEDIENCIA como impronta se desvanece. ¿Dónde la pongo ahora?

Recién y a propósito Paul B Preciado nos dice que “A partir de ahora, tendríamos acceso a las formas más excesivas de consumo digital que pudiéramos imaginar, pero nuestros cuerpos, nuestros organismos físicos, estarían privados de todo contacto y de toda vitalidad. La mutación tomaría la forma de una cristalización de la vida orgánica, de una digitalización total del trabajo y del consumo y de una dematerialización del deseo”.

Mutamos, sí. Pero insisto en aprovechar el confinamiento para el encuentro inesperado con el lugar de la propia subjetividad que produzca descubrimientos que nos ayuden inscribirnos en lo real inédito.

La gente se pregunta, ¿dónde está el feminismo? Remitido al ámbito de lo privado, de dónde nos habíamos emancipado. ¿Cómo puede proseguir la Revolución Feminista en un mundo separado por puertas cerradas cuando tenemos un siglo escapando de lo privado oprobioso?

¿Cómo producir solidaridad hoy que en su más insospechada paradoja significa distancia?  Cooperar se traduce en inacción bajo la supervisión del Estado maternal que nos prohíbe salir para que no nos pase nada y con poder sin límite para reglamentar; y yo resignada a la cárcel del cálculo de mis propios movimientos: hasta dónde y para qué me desplazo, cómo me protejo en el desplazamiento, con quien hablo, qué toco, en situación de profilaxis máxima y desinfección compulsiva.  Cuán triste es el destierro del paseo, del deambular por deambular como descanso de la febrilidad contemporánea.

Esto escribo en la tranquilidad de mi cuarto, durante el tiempo diluido y remitida al abismo de misma, y mi memoria a flor de piel; sin saber dónde se pondrá en adelante la sal de la vida: la seducción, el placer. Ni tampoco el sentido teleológico de mi cristianismo genético e ineludible, que le de valor a esta secuencia sin destino ni cometido, para el que lo importante es la promesa de lo que está por venir: el paraíso terrenal de la igualdad, la democracia, la ciudadanía madura y  la comunidad autogestiva, la respetuosa amistad. Vivimos puro presente sin prójimo presente.

Pero también liberada del yugo de los demás, sin negocio con el mundo, sin el miedo al ridículo y sin el deber que me fustiga. ¿Puede surgir una tendencia hacia el cuidado de sí y del medio ambiente? ¿Alguna humildad nos asistirá como especie luego de esta gran derrota ante un virus microscópico que nos diezma y nos deja en una crisis holística?

Dice Paul B. Preciado al recuperarse del mal que nos encierra: “El mundo era próximo, colectivo, pegajoso y sucio. Cuando salí se había convertido en lejano, individual, seco e higiénico”.

Quiero reivindicar la tertulia, el tumulto, la gregariedad y la promiscuidad. ¿O son ya del pasado?

¿Cómo voy a elaborar en delante mi ficción del amor por los demás? El advenimiento de otras formas compartidas de ausencia que simulen el lazo y el afecto, y me devuelvan a la ilusión del vivir…con otros-otras.

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