Adiós muchachos

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Por: Florencio Salazar Adame

Se están alejando del pueblo. Olaf Palme

 SemMéxico. 26 de mayo de 2020.- Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista de Sergio Ramírez, narra los acontecimientos ocurridos entre 1979, cuando se lleva acabo la “Ofensiva final” contra el gobierno de Anastasio Somoza Debayle, hasta 1990 con el triunfo de Violeta Chamorro en las elecciones encabezando a la Unión Nacional Opositora, que derrota al Frente Sandinista de Liberación Nacional.

El texto de 315 páginas editado por Aguilar México (1999), relata todo lo que es de suponer en un movimiento armado contra el orden establecido: vida clandestina, conspiraciones, atentados, represalias, asesinatos, grupos armados, fraccionalismo, alianzas y el componente internacional con sus vientos a favor y en contra.

En esa década se desplaza el movimiento que lucha en distintos frentes y logra la conjunción de sus varias corrientes para tomar el poder. La sandinista, que también podría llamarse la revolución de la juventud por el grueso de muchachos que toman las armas, tiene un enemigo externo muy poderoso aliado de Somoza, Estados Unidos.

La Casa Blanca no quiere repetir en su “América para los americanos” la experiencia de Cuba, que la puso al borde de la guerra nuclear con la ex URSS. Y menos dar alas a las guerrillas de El Salvador y Guatemala. Y aunque reconoce a Somoza como dictador, lo sostiene porque es “nuestro dictador”.

Esa misma visión la comparte el Frente Sandinista de Liberación Nacional. En sentido opuesto, sus líderes quieren empujar la revolución hacia el vecindario, pues mientras “el conflicto se extendiera a Centroamérica, se evitaría con mayor ventaja la posibilidad de una agresión” de Estados Unidos. Pero también articula apoyos externos con Carlos Andrés Pérez de Venezuela; Omar Torrijos de Panamá; José López Portillo de México; y, nomás faltaba, Fidel Castro. El Grupo de Contadora hace posible contrarrestar a la contra y propiciar un importante margen de maniobra a los sandinistas.

Al inicio de la épica sandinista Jimmy Carter ocupa la Casa Blanca; él no forma parte de los halcones gabachos. Se debate entre la geopolítica y su moral. El suyo es un poder blando, que de alguna manera resta presión al sandinismo, pero ni eso lo salva de la reflexión puntillosa de Sergio Ramírez: “Un presidente de Estados Unidos que atiende las voces de la conciencia, desde el sentido religioso del bien aplicado al poder, termina derrotado por su propia paradoja”.

La situación de Somoza es insostenible. Se alían en su contra maestros, empresarios, agricultores, periodistas, intelectuales y luego de las derrotas sufridas por su ejército la única salida es su renuncia, que ocurre el 17 de julio de 1979. Dos días después entrará el FSLN a Managua. Se instala la Junta de Gobierno con la espada desenvainada: se confiscan los bienes de la familia Somoza y sus allegados; control estatal de los recursos naturales; nacionalización del sistema financiero y el comercio exterior; se disuelve la Guardia Nacional y se instituye el Ejército Popular Sandinista; es abolida la pena de muerte.

Pero el poder es un mastín que de no estar encadenado termina por despedazar a sus amos. El sandinismo se mantuvo en “las buenas intenciones”, en virtud del “ejercicio vertical de la autoridad que caracterizó sus estructuras internas y sus actos de poder, más que una aportación leninista, ya era parte de la más arcaica cultura política el país, amamantada en el caudillismo”, olvidando que las ideas arraigadas en todos los nicaragüenses “fueron las del propio Sandino: soberanía nacional, democracia auténtica, justicia social, porque eran las más simples y rotundas”.

La cuestión radica en que toda revolución lidia con la ignorancia sobre la operación del Estado. Y el aprendizaje suele ser trágico, pero al mantener  claridad y alcanzar la revolución sus objetivos los errores pierden magnitud. Por lo que refiere Ramírez, sus ex compañeros cometieron errores sin aprender o sin querer aprender, lo cual los condujo hacia la derrota en los comicios.

“No tener” fue la gran herencia ética “de las catacumbas a la revolución triunfante”. Todo lo que estaba en manos de los dirigentes “era del Estado”, incluso lo propio se entregaba al Estado. “Pero, precisamente, amparándose en esa regla ladina de no tener, la dirigencia empezó a quebrantar el código”. De ahí la tentación devastadora: “El poder fue el enemigo de aquella regla y creó contrastes ofensivos en un país inmensamente pobre”.

El poder inescrupuloso, el apoderamiento de los bienes por parte de los sandinistas,  se conoce en Nicaragua como la gran piñata. Con amargura dice el ex vicepresidente sandinista Sergio Ramírez: “Mil veces más dolorosa que la derrota electoral fue la piñata”.

Los jóvenes que acuerparon la lucha “No tuvieron oficio útil en el poder y la mayoría se vieron relegados, otros fueron nombrados en puestos decorativos y no pocos cayeron en el alcoholismo”, en tanto se empoderó a muchachos “entrenados en los rudimentos de las ideas marxistas, que medían la conducta de la gente sencilla bajo esquemas ideológicos aprendidos en los manuales”. Para ellos los explotadores eran también los campesino, los trabajadores, “todos los que posean algo: un camión, una pulpería, una finca y estaban en la lista de enemigos a neutralizar”.

“El sandinismo –señala el autor– dejó en herencia lo que no se propuso: la democracia, y no pudo hacer lo que se propuso: el fin del atraso, la pobreza y la marginación”.

Sergio Ramírez ha escrito Una memoria necesariamente sentimental. La  nostalgia por una revolución fracasada,  amigos perdidos en el combate y en la política. La esposa, la hija, el hijo, sumados a la causa, buscando los escondrijos, escapando del peligro.

Sergio Ramírez, galardonado con el Premio Cervantes, comparte un libro escrito como estrella deshecha: la utopía caída de la mano.

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