Poder-podrido y la transgresión del pueblo malo

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Soledad Jarquín Edgar

SemMéxico. 14 de septiembre 2020.- Hay muchos significados en la transgresión de un retrato. Cada quien podrá interpretarlo como quiera. Habrá quien diga que se profana la historia o se menoscaba al personaje político. Habrá quien sienta una ofensa, una injuria, un agravio. Sí, porque en un mundo al revés es más fuerte el valor de los símbolos que el valor del significado. Se defiende al héroe agredido de labios pintados con colores “propios” de lo femenino porque se atropella su virilidad de patriota, de impulsor de una transformación, la tercera, según la temporalidad dictada por uno que antes de construir la Cuarta, la nombra, la catapulta, la hace venerable a la masa, aunque la fórmula no le salga del todo, es la ego-idolatría del tiempo presente antes de que la historia se escriba ¿acaso no la historia la escriben vencedores? Ese señor que se desgarra las vestiduras por un Francisco I. Madero de labios de color rosa intenso, como su abuelo que ganara una batalla, que niega la obviedad de la verdadera ofensa, el feminicidio, el asesinato de mujeres, el botín de la guerra interna, la desaparición de ellas convertidas en carne para el caníbal, para el enriquecimiento del proxeneta, la violencia desatada sobre sus cuerpos que no tienen color rosa intenso sino sangre amoratada y verdosa sobre la epidermis, de pálidos labios, dentaduras marcadas sobre sus senos, de cuerpos mutilados, escoriaciones de cintas que las sujetan, moretones invisibles, heridas permanentes, cicatrices-testimonio y silencios, muchos silencios, monstruosidad del nunca veo, infinidad del nunca escucho.  Es el mismo que desata tempestades que no reconoce la gravedad del problema ¿qué problema? A sus ojos no hay problema como tampoco quien sane su ceguera, una que parece colectiva una epidemia de ginopia sembrada por el hábito del ser-patriarca. Una historia que cansa, que repetida la fórmula milenaria parece gastada para unas y que los otros sostienen con una mano, con una mirada, pese a lo ya deshumana que resulta la receta insensata y estúpida de la costumbre asesina. En poco más de trescientos años las revoluciones hablan, las mujeres escriben, marchan y exigen, se “avanza” porque las mujeres-cuerpo reconocemos el problema, en el mundo de cabeza “se avanza”, en el mundo real los cuerpos de las humanas son la carne, son el corazón no el cerebro, son el vientre no la Matria, sus entrañas se convierten en carroña, las mujeres-nada. Los otros treinta, y dos más, permanecen detrás de las hojas de un árbol grisáceo, su verborrea es el sinsentido, se hace sin hacer, se dice sin decir, se anda sin andar, lo peor de todo es que no se piensa no se razona se mete a la costumbre a la obviedad a lo lejano de sus vidas a lo que no pasa en las mujeres de su casa…nada cambia las palabras, son un vacío profundo, sin lugar sin destino, la mentira, un disfraz carnavalesco en las exequias de todas. Los treinta, y dos más, tienen voz, es cierto, son sentencias, sus dichos, como el árbol grisáceo quemado por el sol del desierto deshumano, caen letras por letra, nada de lo que dicen es real, son grafemas desperdiciados sobre un río purpura de fétido olor, es la carne carcomida, son las cicatrices que supuran el alma del pueblo bueno, de las mujeres-pueblo, pero muy malas por transgredir, poseídas por la sensación de falta, el vacío, la excentricidad que produce la incertidumbre, pisar sobre el aire, la inexistencia de la eterna ausente, la madre de todas las demandas, la justicia-dolor, la que pinta de colores al patriarca, al mesías, al hombre de los brazos poderosos, el que mueve los hilos, el que decide, el que vomita borracheras eternas de soberbia, el aplaudido y el idolatrado, el que se piensa un dios griego, cristiano o milenario un Mictlantecuhtli, un Xipe Totec, un Ah Puch, un Ixpuxtequi, dioses de la muerte y del inframundo, dioses modernos superados a sí mismos, el rey y los virreyes, todos ciegos, todos mudos, todos sordos, gobernantes de vacuos crepúsculos en sus horizontes pero engrandecidos por su permanencia narcisista, ligados al titiritero y, al mismo tiempo, titiriteros, ellos parados sobre su grandeza, el pueblo malo, intolerante, que pinta-quema-destruye los mira posados sobre el mismo abismo, la misma sustancia, el mismo placer, la vida y la muerte, a sus pies las fosas, los pantanos, los panteones, la clandestinidad conocida, parados sobre la rabia y el dolor que se subleva que avisa que anuncia, que dice que bajo advertencia no hay engaño, que no hay celda para la digna rebeldía y que ahí estarán hasta que la justicia llegue.

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