Nada. Nada nos altera, es como si hubiéramos dejado de incomodarnos con los crímenes cotidianos. Son los feminicidios, sí, pero son también la criminalización de las y los defensores de la tierra, el territorio y el medio ambiente.
México, país de machos, se topó “sorprendido” con la feminización de la política, visible y creciente en menos de una década, una vez aprobada la paridad constitucional en 2014.
El Presupuesto de género se discutió hace dos décadas, buscaba crear programas o políticas transversales con recursos etiquetado que grantizaran el avance de las mujeres.
En 2024, si todas las previsiones son reales, 70 años después desde que las mexicanas logramos el voto universal y secreto (1953), podríamos estar ante la posibilidad real de elegir a la primera mujer en la presidencia de la República.
Después de muchos años escuché repetidamente las palabras “charrismo sindical”, “contratos de protección”, encubrimiento y complicidad de las autoridades laborales para cegar los derechos de las y los trabajadores, porque se vive una política laboral regresiva y nefasta.
Como si tuviéramos que recurrir al silabario, tras décadas, urge explicar al país entero que la violencia política contra las mujeres atenta contra sus derechos político-electorales las pone en riesgo y viola sus derechos humanos.