Aprendizajes en la cuarentena

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  • Testimonio de una mamá, académica y escritora de cuentos en ciernes
  • Deseo que cuando regresemos a la “normalidad”, hayamos aprendido un poquito más

Arcelia Martínez Bordón*

Ser mujer en tiempos de cuarentena no es una tarea sencilla, aunque, claro, esto depende mucho del momento del ciclo de vida y del contexto específico en el que nos encontremos. Ésta la vive diferente cada familia y recobrar el “equilibrio” les puede tomar más tiempo a aquellos núcleos en donde los hijos e hijas son pequeñas y, por tanto, necesitan más guía (desde ayudarles a establecer rutinas y con las tareas, hasta prepararles el desayuno, comida y cena). Con todo, la cuarentena también es un tiempo y una oportunidad para aprender.

SemMéxico, Cd. de México, 7 de mayo, 2020.- Hoy tengo una “tarde libre”. Mi hija e hijo se fueron con su papá (compartimos la custodia, más ahora en la cuarentena). Así que tengo un rato increíble para reflexionar y escribir un poco sobre cómo he vivido estos días de aislamiento.

Hoy me levanté temprano para terminar de ordenar mis ideas y conectarme vía Zoom con mis alumnas de Pedagogía para conversar sobre las pruebas estandarizadas de PISA y sobre los retos que enfrenta la hechura de políticas educativas para aprovechar mejor los resultados de dicha evaluación. Desde que comenzó la cuarentena también reflexionamos mucho sobre los retos que ésta nos impone a todos, particularmente a las mujeres, quienes somos responsables, casi siempre, del bienestar físico y emocional de nuestras familias. Ser mujer en tiempos de cuarentena no es una tarea sencilla, aunque, claro, esto depende mucho del momento del ciclo de vida y del contexto específico en el que nos encontremos.

La cuarentena es, sin duda, diferente para cada familia, y recobrar el “equilibrio” les puede tomar más tiempo a aquellos núcleos en donde los hijos e hijas son pequeñas y, por tanto, necesitan más guía (desde ayudarles a establecer rutinas y con las tareas, hasta prepararles el desayuno, comida y cena).

Los primeros días de la cuarentena fueron caóticos, incluso para una mujer que pertenece a la clase media, como yo, que tengo la fortuna de tener resueltas muchas cosas. “Santa Elvi”, quien trabaja conmigo de lunes a viernes, se fue hace casi un mes a pasar la cuarentena con su familia. Lo más difícil, al inicio, fue organizarnos con la casa. La cocina pedía, a gritos, estar limpia: los platos se desbordaban, el piso parecía tener manchas acumuladas de todo un año entero. Mis plantas pedían agua a cada rato (Santa Elvi no me había dicho que ella suele regarlas un día sí, y otro también). El perro, acostumbrado a sus tres salidas diarias, se hizo pipí en mi cama (tuve que lavar todo… me llevó horas componer el desastre que dejó Chiri).

Hoy el desayuno lo arregló cada uno en momentos distintos. Hay días que no podemos desayunar juntos, porque tenemos actividades distintas y estamos claros que es prioridad atender nuestros compromisos laborales y escolares. Antes de conectarme con mis alumnas ayudé a mi niña a entrar a la plataforma en donde tiene sus clases virtuales. Las dos hemos aprendido en las últimas semanas a utilizar distintas plataformas para “conectarnos”: tanto para atender los deberes, como para conversar con las y los amigos.

Lo que más me ha ayudado a sentirme bien y tener cierto orden emocional ha sido establecer rutinas diarias -consejo de mi amigo Rafa de Hoyos-. A los tres nos costó entrar a la nueva dinámica: a fuerza de convencimientos de mi parte, algunas veces subidos de tono, hemos entendido que la casa es compartida y que la mamá no es la responsable de todo. Sin Santa Elvi se hizo evidente que el orden de la casa necesitaba del trabajo de todas y todos. A mi hija e hijo les costó entender que, para algunas personas, como yo, el orden nos resulta indispensable para tener un poco de paz mental. Yo también he aprendido, con ellos, que con todo y mi recién descubierta obsesión por el orden, lo más importante es tener tranquilidad, tener armonía y, a veces, dejar pasar algunas cosas (como que el bowl de las palomitas de la noche anterior, siga, ahí, vacío, solito, sin que nadie le haga el favor de llevarlo a la cocina y, claro, lavarlo).

Deseo que cuando regresemos a la “normalidad”, hayamos aprendido a contribuir un poquito más al bienestar común. Yo he aprendido a cocinar de nuevo: lo hacía hace años, cuando estudiaba fuera de México y no tenía posibilidades, ni remotamente, de pagar para que alguien lo hiciera por mí.

Confieso que he pasado por distintos momentos: alegría, estrés, un poco de miedo. Al final he decidido, porque eso también se puede, vivir la cuarentena con paz, sin miedo, y tratando de aprender. Hace un par de meses que me inscribí en un taller de escritura de ficción y desde hace dos años he encontrado que leer novelas y cuentos, como lo hacía hace años, me conecta con el mundo y con algo que el trabajo e hijos, por más que los ame, no pueden darme por completo: un sentido único de mi lugar en el mundo. Así que, además de leer, también he comenzado a escribir relatos cortos.

Los frentes que hay por atender son variados. Además del quehacer en casa, y no menos importante, hay que organizar y asegurar que haya comida y todo lo que necesitamos para no tener que salir, exponernos y exponer a los demás. Pero también están mis actividades laborales diarias… no bajar el ritmo con los compromisos que tengo: enterarme cada día de lo que está ocurriendo (pero no saturarme de noticias, que me llenen de miedo y me inyecten pánico), preparar mis clases, organizar los Apuntes de política que publicamos en el Faro Educativo, y claro, escribir los artículos y documentos académicos que me planteé para este año. A esto se suman las reuniones virtuales con los amigos y colegas con quienes comparto intereses, incluida la recién lanzada Red de Mujeres Unidas por la Educación (MUxED).

Por estar escribiendo esto ya se me quemó el pollo (¡rayos!). También estoy aprendiendo a ser paciente conmigo misma. A no estresarme por este tipo de cosas. La cuarentena me está enseñando a valorar el día a día, a mis hijos, los tiempos con ellos, y los tiempos para descansar, producir, para sentir y para tomarme respiros para que la vida no se vaya sin darme cuenta.

Al inicio sentía culpa, de no dar el ancho en nada, de no poder acompañar más a mis hijos, sobre todo a mi hija, que siento es quien más lo necesita, en sus tareas. Hoy he aceptado que en lo que puedo ayudarla es en tender puentes entre ella y sus maravillosas maestras, que me envían varios recursos para compartirle. Estoy, sin duda, en un momento más fácil de su educación formal: ella, como mi hijo, han aprendido, más o menos, a gestionar sus aprendizajes. La escuela Montessori a la que va tuvo mucho que ver. Sin embargo, reconozco que éste es un privilegio de pocos. Conozco los retos del sistema en materia de equidad y me preocupan mucho, por lo que quiero contribuir con mi trabajo, a entender y ayudar a otros y otras (a partir de la investigación que realizo) a elaborar propuestas de mejora para que todos los niños y niñas de este país puedan gozar del mismo beneficio que mis hijos. Esa es una tarea titánica, en la que, espero, esta increíble Red de Mujeres aportará un granito de arena.

En fin. Cierro este escrito compartiendo que he revalorado muchas cosas. Extraño los domingos con mi padre y madre. Mañana, día 30, es cumpleaños de mi hijo. Celebraremos en casa, los tres, con conexión virtual con los abuelos, las tías y el tío. El día se presta para agradecer la existencia de Emi, pero también para valorar los aprendizajes que como familia (Emi, Greta y yo) hemos tenido en estas últimas semanas.

*Arcelia Martínez Bordón es politóloga, académica de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación. Su línea de trabajo es el análisis y evaluación de políticas educativas. Coordina el Faro Educativo del INIDE.

Correo electrónico: arcelia.martinez@ibero.mx

Twitter: @arceliambordon

Sitio oficial: muxed.mx

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