Bellas y Airosas| MARÍA IZQUIERDO, el presentimiento que soñó.

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Elvira Hernández Carballido

SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 8 de diciembre, 2021.-Frente a la pantalla de mi computadora escudriño el cuadro que María Izquierdo pintó en 1947 bautizado como “Sueño y Presentimiento”. Delata tanto de ella, pero también de nosotras, de mí misma. Ella declaró que las imágenes surgieron de una pesadilla que tuvo donde se soñó asomada en la ventana, deteniendo una cabeza cercenada que era la suya. Consideraba que se trataba de una premonición de que venían años difíciles. Por eso, en la obra podemos atisbar:

  • Cafés, amarillos, ocre, azul, algunos rojos y rosas…  colores siempre van de la mano con los estados de ánimo. Se palpa sufrimiento, duelo, melancolía y el horror.
  • La rudeza en los trazos manifiesta ausencia de alegría, en ciertos tonos se palpa un panorama de acidez y oquedad.
  • Pese a la oscuridad hay un ambiente rico de tonalidades, demostrando que ella tenía la capacidad de entrar hasta los rincones más oscuros del alma gracias a los colores elegidos.
  • En primer plano un árbol seco da de inmediato un toque de desolación y los montones de tierra parecen pertenecer a tumbas   recién   cavadas, la muerte próxima a las sensaciones, al dolor, a la nada.
  • Aunque el panorama es desolador hay un destello de esperanza con las hojas y flores rojas que florecen en ese árido escenario.
  • Gente sin cabeza, está formada en una fila que se pierde en un horizonte. La cruz pintada de azul quizá sea la fe sembrada debajo de esa ventana donde se manifiesta un acto violento.
  • En el segundo plano puede advertirse a una mujer, la misma María Izquierdo, que asomada a la ventana exhibe su propia cabeza. No hay gestos de dolor ni de sorpresa.
  • De la segunda ventana brotan más árboles secos.
  • El tercer plano un cielo azul y oscuro, sin esperanza.
  • Ella no está al centro del cuadro ni en primer plano, como si deseara darle fuerza al panorama para vincularlo con la desilusión, los miedos, la muerte.
  • Ella misma tiene el poder de delatarse, enfrentarse, vencerse al exhibirse, protegerse al delatar que nadie más puede hacerle daño. La soledad del paisaje da un toque absoluto de melancolía.

Cuánta sinceridad en cada trazo, cuántas confesiones en cada color, María Izquierdo una pintora fuerte que hasta sus miedos los convirtió en arte, prefirió colorear sus desilusiones y dar pincelazos a su fuerza para reconocerse, para transformarse, para observarnos en su pintura y desear el cambio en nuestra alma, en nuestro destino no escrito.

“Yo pinto por la necesidad de hacerlo… mi único maestro es mi propia sensibilidad, no pertenezco a ninguna escuela pictórica… No copia la naturaleza como es… creo que todos los artistas debemos expresar personalmente lo que nos emociona y sugerir nuestra manera de ver y sentir la belleza que nos rodea.”

Originaria de San Juan de los Lagos, Jalisco (1902) su obra atrapó caballitos de feria, trapecistas osados, payasitos de mejillas brillantes y hombres de músculos que enternecen. Confesó en una entrevista realizada por Elena Poniatowska que siete colores iluminaron sus lienzos blancos: el rojo, el bermellón, el carmín, el ocre, el blanco rosa, el rosa de los indios, el chicle y el tezontle, la tierra quemada de Michoacán. Se casó a los catorce años y tuvo tres hijos. Mantuvo una relación fuerte y profunda con Rufino Tamayo. Estudió en la Academia de San Carlos, uno de sus maestros fue Diego Rivera. Sin embargo, el mismo Rivera y otros pintores más le negaron la oportunidad de ser muralista, pero la pintura de María Izquierdo ya poseía su propia fascinación de la vida. Aseguraba que su pintura reflejaba al auténtico México que amaba, sentía y espiaba.

“Ser mujer y tener talento parece una maldición”, dijo Izquierdo. Y la actitud de sus colegas y contemporáneos pareció confirmar su visión. Rivera y otros pintores mexicanos, pese a todos machos al fin, le negaron la oportunidad de ser muralista, pues su ceguera patriarcal los hizo repetir que un mural no puede ser parido por manos femeninas. Una de las investigadoras que mejor ha explorado la obra de María es Gloria Hernández Jiménez, quien advirtió:

“En declaraciones a la prensa Izquierdo dijo padecer el monopolio del arte en México, reclamó que se le haya cancelado de esa manera el contrato, poniendo en entre dicho su capacidad profesional, y ofreciéndole en compensación que realizara otra obra en un mercado o escuela; además se le solicitó el reembolso del dinero que se le había entregado con anticipación. Un par de años más tarde en entrevista con el periodista Adame, la pintora cuenta que incluso tuvo que vender su automóvil para saldar las deudas en que había quedado comprometida. Para demostrar a sus detractores que sí tenía habilidad para pintar murales escogió dos de entre los nueve bocetos con las artes liberales que había preparado para cumplir con parte del proyecto mural, y los realizó en paneles transportables, en la técnica de temple sobre cemento. Entre mayo 22 y junio 30 de 1946, se exponen para su venta dos murales: La música y La tragedia, en casa de la pintora: calle de Kepler No. 81, Col. Anzures. No hubo suerte con la venta. Y el 21 de marzo de 1954 fueron donados por María Izquierdo a la Basílica de San Juan de los Lagos, en Jalisco, el lugar donde ella nació.”

Pero la pintura de María Izquierdo fue reconocida en todo el mundo, grandes personajes le escribieron reseñas de su pintura, reseñas, impresiones, presentaciones para sus programas y catálogos. El poeta Pablo Neruda, dijo de ella:

“Me gusta ver tus cuadros, María, entre nuestra cordillera colosal y las últimas espumas del Pacífico Sur. Ellos traen el agudo sonido de México, su piano escarlata y amarillo al desnudo azul arena, a las borrascas de nieve y cielo del hemisferio terminal. Me gusta saludar tu pintura atravesada de sueño y tierra, tu pintura local y racial, y por eso grande y magnética, en esta luminosa era otoñal de Chile, en que los grandes pintores de mi patria son arboledas, los siete velos de la neblina, las frutas y las plantas de llamarada innumerable.

Tú no has pintado puentes de ciudades extrañas, ni catedrales civilizadas, sino humildes circos, indios desconocidos, cerámicas tutelares, franjas de tierras quemadas bajo las que mañana dormiremos todos. Tú has extraído la ceniza secreta de los ojos de nuestros muertos, y con ellas vuelven a surgir la primavera antigua, la costa violenta del continente enterrado.”

Su propia experiencia, pero sobre todo su perspectiva analítica fue determinante para que María además de pintar, también publicara artículos donde denunciaba la situación de las mujeres en la sociedad y en el ámbito de la pintura. Participó en varios grupos políticos y de mujeres. En cada entrevista, en cada escrito propio, en cada actividad pública, la denuncia formó parte de su discurso. Totalmente provocadora, honesta y con el compromiso de la denuncia latente, ella no desaprovechó ninguna oportunidad para criticar privilegios y abusos, así como reconocer lo cerrado que estaba el mundo de la pintura y lo consentidos que se tenía solamente a tres artistas de la época. Leal a sí misma, pese a que este viaje lo hizo por un nombramiento del mismo presidente de México, no fue complaciente y siempre señaló lo que le parecía injusto. En las temáticas abordadas por pueden encontrarse escenas de la vida cotidiana, naturalezas muertas, rostros indígenas, espacios, el ambiente activista después del movimiento revolucionario y objetos relacionados con la tradición mexicana y los autorretratos.  Pese a todo, siempre fue una gran lucha para ella, sobresalir.

“El primer obstáculo que tiene que vencer la mujer pintora es la vieja creencia de que la mujer sirve sólo para el hogar… Cuando logra convencer a la sociedad que ella también puede crear, se encuentra con una gran muralla de incomprensión formada por la envidia o complejo de superioridad de sus colegas; después vienen los eternos improvisados críticos de arte que al juzgar la obra de una pintora casi siempre exclaman: ¡para ser pintura femenina no está mal! Como si el color, la línea, los volúmenes, el paisaje o la geografía tuvieran sexo.”

Expuso por primera vez en 1929 en el Palacio de Bellas Artes, el catálogo de la exposición fue escrito por Diego Rivera. Al año siguiente, 1930, logró presentarse en Nueva York. Fue una buscadora de raíces e identidades personales, una artista que plasmó en sus lienzos una permanente melancolía y un espíritu taciturno y que además posee, a juicio de Hernández Jiménez:

  •  
  • Sofisticado expresionismo.
  • Libertad creativa total.
  • Se sirve de la tradición pictórica por conveniencia.
  • Revela en sus imágenes nostalgias y obsesiones muy íntimas.
  • El cuerpo femenino es protagónico y muestra una serena sensualidad.

En 1946 creó dos murales: La música y La Tragedia donados a la Basílica de San Juan de los Lagos, Jalisco. Entre las obras que pintó, pueden citarse: La sopera, 1929, óleo tela; El domador, 1932, acuarela papel; El baile del oso, 1940, gouache papel; Orquídeas, 1944, óleo tela; El idilio, 1946, óleo tela; Autorretrato, 1947. Bien sintetizó Margarita Michelena en uno de sus artículos publicados en Excélsior en 1971:

“María era el ser menos convencional del mundo. De inteligencia clara, defendía todo lo relacionado con nuestras costumbres populares que era por otra parte lo que plasmaba en sus cuadros. Pintó cosas sencillas y cotidianas a las que dio una nueva concepción con su arte. Nunca pintó burgueses. Redescubrió las frutas, los dulces, los panes, de la escuela poblana, que después pintaron y estilizaron tanto otros pintores. Sus guachinangos, sus alacenas decoradas con papel picado y sus sandias jugosas, sensuales y apetecibles, los trabajó con maestría y estilo propio. Lo que pintaba había pasado primero por su corazón; objetos y sujetos. En sus cuadros todo era vivencia. Elegía espontáneamente algo y lo pintaba. Tenía el don de la originalidad para componer lo que quería plasmar en el lienzo, una vez empezado éste, no se detenía hasta terminarlo. Nunca usó empastes ni veladuras, trabajaba como vivía, con entusiasmo y alegría. Fue la primera en tomar los juguetes de barro de Metepec y en general la artesanía mexicana para incorporarla a su pintura que tiene una gran fuerza y es al mismo tiempo muy femenina.

María Izquierdo murió el 2 de diciembre de 1955. Fue hasta 2012 que sus restos fueron recibidos en la Rotonda de Personas Ilustres. Su tumba es una representación de “Sueño y Presentimiento”, esa obra que ella calificó como una pintura premonitoria “que anunció gran dolor para mi futuro”.

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