Como hace 42 años casi nada ha cambiado, se sigue culpando a las víctimas

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Soledad Jarquín Edgar

-Primera Parte-

SemMéxico, Oaxaca, 21 enero 2019.- En marzo próximo se cumplirán 42 años del asesinato de la enfermera Bertha Alvarado Pérez el cual quedó impune.

A las puertas de su casa, el 25 de marzo de 1977, la enfermera de la Dirección de Seguridad Pública, de 34 años de edad, recibió nueve tiros expansivos que terminaron en segundos con su vida. Su asesino plenamente identificado, Macario Domínguez González era un guardia de la Papelera Tuxtepec y vecino.

Patricia Jiménez Alvarado cuestiona a la distancia cómo los medios, la sociedad y el personal de diversas instituciones fueron los primeros en culpabilizar a la víctima de lo que hoy estaría plenamente tipificado como un feminicidio.

Por años, refiere a SemMéxico que a partir de esta historia presentará cinco casos, las hijas e hijos de Bertha Alvarado fueron obligados a callar y referir la violenta muerte de su madre como producto de un lamentable accidente.

Patricia Jiménez quien a la postre se convertiría en secretaria de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, actualmente maestra en la misma institución y feminista, habla sobre lo sucedido aquella mañana y que habría de cambiar la historia de su familia.

Recuerda cómo su abuela, Concepción Pérez, se encargó de realizar las gestiones ante las autoridades pues entonces ella, la segunda hija de Bertha, era apenas una adolescente. Pero “mamá Concha nunca tuvo ninguna respuesta de las autoridades, el expediente de aquel terrible asesinato simplemente se durmió en la impunidad”.

Mis hermanos y yo nos preparábamos para ir a la escuela, yo iba a la secundaria y mi hermano Juan ya había salido de la casa. Tocaron a la puerta y mi mamá que estaba cerca, se dispuso a abrir, puso a mi hermano de un año en el suelo. Luego escuché los gritos de Rufi, una muchacha que vivía con mi abuela, después se escucharon los disparos. Corrí y alcancé a abrazar a mi madre quien vomitó sangre y en un instante murió, dice mientras revive el dolor profundo y la impotencia.

Los días previos

En los primeros días de aquella semana, Patricia acompañó a su abuela a Tuxtepec para visitar a su tía. Al volver se encontraron con Rufina quien les informó que Bertha y una de sus hijas habían sido secuestrada por Macario.

Patricia acompañada de un hermano salieron de la casa para buscar a su madre, a quien vieron venir hacia la vivienda ubicada en la calle de Alcalá, “venía muy golpeada jalando a mi hermana”.

No supimos más. Ella y mi abuela se encerraron para hablar y nos dejaron fuera de la conversación. Decidieron que mi mamá no iría a trabajar y que se quedaría resguardada.

Dos días después cuando iba a la tienda con mi hermano de 13 años, nos encontramos a Macario. Nos amenazó:

“Les voy a hacer algo que nunca se les va a olvida en toda su vida”, nunca nos imaginamos que la asesinaría.

La noche del 24 de marzo le pedí a mi mamá que me explicara y que denunciara a Macario, pero me dijo que había cosas que yo no entendía.

La mañana del 25 de marzo, tras el asesinato de Bertha, la abuela Concepción ordenó que no me quedara, que me fuera a la escuela, que ella se encargaría. Pero Patricia se salió de la escuela, llegó a su casa y ya no había nadie, las autoridades ya se habían llevado el cuerpo de su mamá. Le dijeron que estaba en el anfiteatro hasta donde caminó para ver el cuerpo de su mamá.

“Me acuerdo que el ayudante del médico legista que estaba en el anfiteatro me dice: pasa. ¿Quieres ver cómo quedó tu mamá, para que te sirva de ejemplo? Para luego tomar el corazón en sus manos y mostrárselo.

La misma noche del velorio un compañero del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) le dijo: “para que lloras tanto, no sé en que andaba tu mamá”.

Al día siguiente fue la prensa la que cuestionó la “posible relación” entre Macario y su madre, voceando la fatal noticia alrededor de la casa familiar.

Y después la prohibición de hablar del asesinato de su madre y el invento de que había muerto, para quienes no lo sabían, que había sido en un accidente. Incluso por parte de su pareja quien le dijo que nunca debía decírselo ni a su familia ni a sus hijos.

Un “pacto” que ella misma rompió con los años, porque debía reivindicar a su madre.

La vida se trastocó para siempre

Ese día se terminó todo, la vida de mis hermanos y hermanas pequeñas se trastocó para siempre, un para siempre donde la justicia nunca llegó, porque el asesino nunca fue detenido y nadie supo nada de él.

A mi familia la laceró la impunidad, la falta de justicia, dice Patricia Jiménez, quien señala que hace 42 años como ahora la justicia sigue en manos de los hombres que no comprenden, la sociedad normaliza la violencia y culpabiliza a las víctimas, porque, aunque se reconoce la violencia contra las mujeres casi nada ha cambiado.

Aun con todos los derechos ganados, las declaraciones y tratados internacionales, en los hechos se sigue actuando y dejando la mayoría de los casos en la impunidad, persiste la burocratización, además de la insensibilidad de quienes atienden en las instancias de justicia que, en el lugar de acompañar, culpabilizan a la familia y a las víctimas. La sociedad te señala.

En mi caso me arrebatan a mi madre y tengo que callarlo, ocultarlo, cargar con vergüenza por muchos años, hasta que entendí que no tenía que callar, que no debía sentirme avergonzada, que también era, junto con mis hermanos y hermanas, una víctima.

SEM/sj

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