Cuando conocí a Morelos 

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Florencio Salazar 

1

–¡Ven muchacho! Lleva el caballo a la sombra, dale agua y consíguele pastura.

El caballo está sudoroso igual que su jinete. Lo sujeto de las bridas y queda amarrado en el joven laurel de la iglesia. El dueño del zaino es el jefe. Sus hombres descabalgan y piden instrucciones. Vienen de Acapulco después de tomar el fuerte de san Diego sitiado durante siete meses. Al fin el realista Pedro Antonio Vélez se ha rendido. Morelos firma los Artículos de la capitulación que establecen el olvido perpetuo de esa guerra y prohíbe denigrar a ninguno. Obtiene numeroso pertrechos: balas, fusiles, cañones y morteros. 

-Vamos a estar aquí unos días. Hay lugar y comida para todos.

El cura Morelos, de 48 años, es bajo de estatura, rollizo y vientre protuberante. Moreno, de cara redondo picada de viruela, nariz ligeramente achatada y boca fina. Sus ojos negros son vivaces. En la cabeza trae anudado un paliacate rojo. A su voz de mando todos están atentos. Le sorprendería la transformación de su imagen física en la Historia de México. 

Descamisados, descalzos, de huarache, con los fusiles cruzados o los machetes en la cintura; las caras cenizas, los pelos tiesos de calor y tierra, las tropas insurgentes son de muchos pueblos, la mayoría de las costas y de la montaña. Los del centro y los calentanos son blancos y de ojos claros. Los llaman indios güeros, recuerdo de cuanto aventurero europeo se enlistó con los españoles. Son pocos los bien equipados en ese ejército de cientos de aguerridos.

Se dirige a la iglesia para encontrarse con el canónigo Humberto Osorio.

–¿Cómo está don José María? –recibe el párroco al caudillo–. Venga a refrescarse, ya es casi la hora de la comida y el pozole debe estar listo. 

Antes del abrazo el jefe recién llegado me llama con los ojos. 

–Busca al capitán Vicente Guerrero. 

Salgo hacia la vendimia de la plaza. Ahí están todos, la traen atrasada. Llamo a gritos: 

–¡Capitán Vicente Guerrero! ¡Capitán Vicente Guerrero!

–¿Quién  lo busca? 

–¡El general Morelos! 

El capitán Guerrero es un hombre de mediana estatura, fornido, de piel oscura. Su pelo es crespo, patilludo, de ojos serenos, nariz aguileña y boca regular. Durante la toma de Acapulco estuvo al cuidado de la plaza de Ometepec. El polvo ladino se aferra a sus ropas pegado por el sudor. Voy delante de él y en unas cuantas zancadas llegamos a la casa parroquial. Saluda inclinando la cabeza: 

Mande usted, general.

–Vicente, usted conoce muy bien esta cañada pues nació cerca de aquí, en Tixtla. Haga favor de colocar vigilancia de día y de noche en los principales puntos y patrulle las cercanías. Van a llegar los diputados electos al Congreso, pero hay que evitar una sorpresa de los realistas, aunque están retiradas y Armijo sabe bien que no podría con nosotros. Ahora que Calleja es virrey creen que acabarán con nosotros. Nada puede el despotismo contra la libertad. Aquí estamos seguros, es la tierra de los Bravo. Mas nunca olvide que la desconfianza es la base de la seguridad. Espere –dice al levantar la mano, atrayéndolo–, acompáñenos a tomarlos alimentos.

–Como usted dijo, no hay que confiarse, mejor cumplo sus instrucciones. II

Marianito, el sacristán, avisa que hay varias personas preguntando por el señor cura Morelos. Uno se llama Coss, otro Bustamante, el flaquito apergaminado de Quintana Roo, acompañado de Leona Vicario – escapada del presidio– con quien contraerá matrimonio; Sixto Verduzco y no recuerda otros nombres.

Algunos de los recién llegados parecen gente de ciudad, no visten como los demás; traen abrigos, chalecos y espejuelos, botas de buen cuero.

Conocí a don José María en Chilapa, a donde llegó victorioso de Tlapa. En el seminario aprendí a escribir con buena caligrafía, gramática y algo de latín. Ahí me metió mi padrino Onésimo para pagar una manda. Yo le gusté para su manda y no alguno de sus hijos. Me la pasaba haciendo penitencia por mi indisciplina.El altar no es lo mío, ni de Juan Sánchez Andraca, quien a punto de ordenarse se fue por Apaxtla a enseñar a leer y escribir. Este Juan sí que decepcionó a su familia, pues ya lo veían haciendo milagros.

Las novicias entran al convento obligadas por la pobreza más que por su fe; o son recluidas por sus padres, dizque para espantarles los demonios del cuerpo. ¿Ellos no habrán purificado con esos demonios a sus mujeres? Los hombres tenemos oportunidades de vida secular. Para las hermanas el mundo es chiquito entre sus celdas, la cocina y la capilla. Quizá terminen devotas de santos varones.

–Muchacho, ven

–Mande su merced

El general Morelos se queda pensando y cambió el curso de su mirada:

Lo más grave a lo que me he enfrentado es el sitio que por 72 días nos puso Calleja en Cuautla, hace casi dos años. Cortaron el agua; cuando se acabó la comida se sacrificaron caballos, perros, gatos, hasta ratas. El hambre era atroz. Muchos murieron de disentería. “Hay que rendirnos, mi general”, suplicabanalgunos. Los que trataron de salir por su cuenta fueron alcanzados por las balas realistas. Cuando el enemigo logró abrir un flanco se encontró con el cañonazo del niño. Después de varios intentos, aprovechando la noche, Galeana rompió el cerco.

Morelos descansa en el puño la barbilla:

Confieso que temía una rebelión. Pero la gente no se dobla, cansada de la explotación en los cañaverales, de las alcabalas, del derecho de pernada, los abusos de los diezmo y la esclavitud. A los indígenas les han arrebatado sus tierras hasta obligarlos a treparse a las montañas, donde viven miserables. Por esodecreté que en nuestra patria a nadie se llame indio o negro. Con excepción de los europeos, todos somos americanos.

Don José María sigue inmanente:

Toda nación es libre y está autorizada para formar la clase de gobierno que le convenga y no ser esclava de otra. No importa que nuestros huesos fertilicen la cosecha si es para un pueblo sin amo. ¡No quebrantaré mi juramento hecho al Padre Hidalgo! ¡Libertad o muerte!

Se ajusta el paliacate como si quisiera reventarse el cráneo.

Al sur montañoso y selvático lo recorrí de arriero en mis años mozos. Conocer el terreno es fundamental en la guerra. Saber de veredas, atajos y caseríos es la diferencia entre la seguridad y andar a tientas.

Nosotros conocemos el suelo que pisamos. La selva nos protege; los acantilados, propicios para las emboscadas; los manantiales para reposar; y en las cuevas cubiertas por la maleza guardamos armas y parque.

Seca el sudor de su frente.

En estas tierras agrestes hay que tener depósitos secretos. Así hemos sorprendido a los realistas. Cuando estratégicamente nos retiramos se lanzan de lleno en nuestra persecución. Entonces somos sombras. Al volvernos a encontrar ya es tarde para ellos: los aniquilamos a cañonazos y fuego de fusilería. Huyendespavoridos abandonando su armamento. Los amuzgos y tlapanecos son bravos y veloces, los acaban a machetazos y con sus flechas.

Deja caer la cara sobre sus manos arcadas mirando al piso de tierra:

A Chilpancingo lo elevaré a la condición de ciudad, pues aquí haremos cambios radicales para evitar la concentración del poder y asegurar la unidad de los americanos. Los gachupines están a la espera de la discordia. Saben de mis diferencias con Rayón, que persigue más la gloria personal que las causas de lalibertad. “¡Esos títulos y esa Junta no son más que imitaciones ridículas de la Península! ¿Cuál es el verdadero propósito de ese Concejo? Si le juran lealtad a Fernando VII, ¿en dónde están dejando el proyecto de Independencia?” Pero este Congreso nos pondrá a la altura de las naciones civilizadas. En el presente nos toca actuar en un futuro que no nos pertenece.

Eleva el índice y la mirada. Resuena su voz:

–¡Él nos protege como a Moisés del Faraón! III

Quedar olvidado compensa la experiencia de ver sin ser visto. En un grupo ensimismado las personas sencillas desaparecemos, lo cual permite leer los rostros de los otros, sus gestos y ademanes, sus movimientos. Todos profesan respeto al Rayo del sur.

Al colocar otra vez su mirada en mí, pregunta:

–¿Eres de esta tierra?, creo que estabas en la cena que nos ofrecieron las señoritas Edelmira y Violeta cuando llegamos de Chilapa. ¡Aún percibo el oloroso verdor de Tixtla y el resplandor de esa laguna lunar!

Contesté cuando don José María lo dispuso:

–Salí del seminario de Chilapa y vine con sus tropas a Chilpancingo. Me quedé con don Humberto. Sí, estuve en Tixtla. El ágape no me correspondía.

–¿Estudiaste en el seminario? Entonces, sabes leer y escribir bien. Uno de los señores intervino:

–Don José María, le solicito me asigne a este joven para escribir la crónica del Congreso. En La abispa de Chilpancingo hemos publicado los documentos y las reseñas de las batallas libradas a favor de nuestra causa. Sería muy útil su colaboración.

–Sí, señor Bustamante. Hay que dar cuenta a la Nueva España de que nuestra lucha no es de salvajes y asesinos, como dice Calleja. Pero dime muchacho, ¿cuál es tu nombre?

–Florencio, señor general, Florencio.

–Pero le dicen Polen interrumpe el canónigo Osorio–. Nació aquí, fue monaguillo.

–¿Polen? ¿por qué Polen?

–Cuando empecé a balbucear mis primeras palabras y me preguntaban mi nombre no podía decir Florencio, decía Polencho –me atreví a responder.

–Bueno Polen Polencho –concluyó sonriendo don José María– que te sirvan una cazuela de pozole porque también el tambor es tropa. Quedas comisionado con don Carlos María de Bustamante, diputado y director de La abispa de Chilpancingo.

Después de estirar las piernas se incorporó mirando a los demás.

–Vamos a descansar. Hoy es 9 de agosto del año de Dios de 1813. Me informan que arriban los diputados Liceaga y Murguía. No ha sido fácil convencer a Rayón, quien considera ilegal mi convocatoria y quiere mantener la Junta. Aquí debemos hacer una nueva Constitución y establecer los tres poderes. Nos esperan días de mucho trabajo. Ponernos de acuerdo para instalar el Congreso de la América Septentrional no ha sido tarea fácil. Son más duras las batallas con los abogados que con los realistas. Yo no seré el problema: en mi sólo hay un fiel servidor de la independencia y la libertad, que sabrá de someterse a los dictados del nuevoCongreso.

Morelos coloca un sarape sobre su gastada gabardina.

–Dios sea con todos –dice al retirarse a descansar.La neblina de la sierra empieza a bajar con su frío inmisericorde y en la oscuridad se deja caer sobre el pequeño valle.

Chilpancingo en un halo.

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