Cuba: «La tienda de Made», un proyecto de economía familiar

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De la redacción

SemMéxico/SemLac. La Habana, 14 de junio 2021.- En el barrio de Jesús María, en La Habana Vieja, está «La tienda de Made». Vestidos de hilo, ropas para niños, colores y tejidos esperan al visitante que decide llegar hasta allí y descubrir el talento de Madeisy Díaz Alarcón.

Desde 2016, esta modista sastre de Las Tunas, a más de 650 kilómetros de la capital, tiene su casa-taller en el corazón de La Habana y, junto a sus dos hijas, saca adelante un emprendimiento que es, a la vez que sustento económico, una pasión que la impulsa a innovar y aprender.

«Las manualidades estuvieron siempre en mi vocación y pensé que podría dedicarme a ello en un momento de mi vida», cuenta a SEMlac esta mujer de 53 años y licenciada en Cultura Física, quien descubrió en su propia casa una de sus pasiones.

«Comencé a coser desde muy pequeña. Mi madre nos mantuvo a las tres hijas trabajando en su máquina y, observándola a ella, fui aprendiendo y enamorándome, pero como practicaba deportes me dediqué más a esa parte», añade.

La ampliación del trabajo por cuenta propia le abrió la puerta y las necesidades de la economía familiar determinaron que ella decidiera finalmente explotar esa arista de su personalidad; sin embargo, no todo el mundo comprendió su nuevo camino.

«Pedí la liberación en mi trabajo, donde me había desempeñado como profesora, metodóloga e incluso había cumplido misión en Venezuela. No fue sencillo, pues las personas no suelen ver con buenos ojos que dejes una actividad profesional a ese nivel para trabajar en casa y más como modista sastre. Pero para mí no era solo una cuestión económica, sino que era parte de mi vocación, de los sueños que también quería realizar y seguí adelante. Por eso no tuve miedo de cambiar, me arriesgué y no me dejé llevar por los que me desanimaban», comenta.

Así inició su vida en el mundo del emprendimiento, en su natal provincia oriental de Las Tunas, donde empezó para ella el aprendizaje, primero, de las cuestiones relacionadas con la costura, pues quiso darle altura profesional a lo que había asimilado de manera autodidacta. Luego, se adentró en los aspectos económicos que rodean a cualquier negocio.

«Aprendí sobre el trazado, el corte, la terminación… todos los días se aprende y ahora empleo también la para ello, veo muchas cosas que se publican en internet y voy incorporándolas a mi trabajo», precisa Madeisy.

«Asimismo, busqué información sobre cómo organizar un negocio, cómo obtener los insumos necesarios, qué priorizar en la compra de materias primas, llevar los costos y asegurar la calidad. He tenido que pedir ayuda a otras personas que realizan el mismo trabajo, incluso apoyarme en bibliografía de otros países y adaptar lo que dicen a la realidad cubana», agrega.

«Creo que lo más difícil, a la hora de comenzar un negocio, es que al principio una no tiene idea del alcance que va a tener», considera Ana Isa Vidal, su hija y quien trabaja como vendedora en la tienda que tienen en casa desde que se mudaron para La Habana.

Para esta joven de 34 años, falta preparación a la hora de establecer un cronograma de trabajo, de organizar el dinero, buscar los proveedores y otras labores para las cuales plantea que deberían existir más posibilidades de desarrollo personal, de cursos y talleres que permitan aprender y tomar experiencias de personas realmente exitosas.

«Nosotras hemos hecho algunas cosas bien y otras no; nos hemos percatado que no basta con que tú sepas hacer algo que le interesa a los demás, como es el caso de mi mamá, que es modista sastre», apunta.

«Llega un momento en que los negocios se estancan y, cuando hablas con la gente, muchas personas no tienen un plan definido sobre lo que harán o cómo crear un fondo que les permita desarrollarse. Hay mucha improvisación a la hora de establecer un emprendimiento y eso afecta a quienes tienen mucho que aportar y a la buena calidad de sus productos; fracasan, al no saber organizarse», afirma la muchacha.

Defender lo artesanal

Madeisy y sus hijas abrieron en 2017 un puesto en una feria de artesanía en el centro histórico de la ciudad, pero no fue rentable entre el pago del espacio, las condiciones del lugar y la caída del turismo, sobre todo a partir de las medidas del Gobierno de Estados Unidos que limitaron la entrada de cruceros y la presencia de viajeros estadounidenses.

A finales de 2019 abandonaron ese empeño y continuaron con las ventas en casa, donde ponen todo su esfuerzo, pese a las contracciones del mercado y la pandemia de covid-19.

«El negocio de la ropa en Cuba es muy voluble, porque no hay casi mercancías y porque están en falta las telas, los hilos, las agujas y otros insumos», explica Ana Isa. Antes se traían desde el exterior, pero eso se ha visto limitado después de la covid-19, y lo que se vende se oferta en moneda libremente convertible, de manera que no solo se vuelve de difícil acceso, sino que encarece el producto final».

La ausencia de un mercado mayorista accesible y con surtidos adecuados es otro elemento que obstaculiza el desempeño de quienes se dedican a la actividad de modista sastre, opina Madeisy. A ello se suma que existen máquinas, instrumentos y equipos que permitirían mejorar la calidad del trabajo y las condiciones en que se realiza, pero en Cuba no están disponibles.

«Eso hace que el trabajo manual sea más sacrificado, haya que apelar más a la innovación para poder desarrollar la actividad, lo que nos hace más creativas y, desde el punto de vista profesional, nos permite crecer», dijo.

Sin embargo, estas mujeres sostienen que el trabajo hecho a mano no es suficientemente valorado en la nación caribeña.

«Muchas personas que llegan a la tienda, toman en la mano algo que les gusta y me preguntan si es original; yo respondo que sí, que no van a encontrar otro igual», relata Ana Isa.

«En nuestra experiencia, los clientes cubanos valoran más los artículos que se hacen de forma industrializada, cuando en el mundo es mucho más caras la prenda hecha especialmente para ti. Es muy difícil que un artesano haga dos piezas iguales, independientemente del modelo y la tela, y ahí radica la magia de la costura artesanal. Yo visto muy orgullosa las prendas que mi mamá me hace», remata Ana Isa.

Madeisy considera que los clientes nacionales se decantan muchas veces por lo foráneo, debido a la factura del tejido o los accesorios, a los cuales no hay acceso en el país. No obstante, es optimista y piensa que, poco a poco y a través de la calidad de lo que hace, las personas pueden ir valorando más sus piezas.

«A veces nos encontramos en el mercado materias primas de poca calidad, reducidas opciones de colores, texturas… con precios son elevados y por encima de la calidad real del producto, pero en esas circunstancias vale más nuestra creatividad y tratar de perfeccionar siempre lo que hacemos», insiste.

«Debemos movernos en relación con el mercado. El comercio no lo podemos cambiar, pero el artesano puede adaptarse. Hay mucha gente con talento que no ha sido capaz de establecer un emprendimiento a largo plazo que le genere ganancias en correspondencia con su talento y ello está relacionado, entre otras cosas, con la reticencia al cambio, a adaptarse, a superarse», enfatiza.

Para esta mujer, la superación es esencial en cualquier actividad. «Las personas que se quedan rígidas, que no se superan, que no se mueven al ritmo que lleva nuestra economía, la vida les cobra la factura», sostiene.

Otro aspecto relevante, en opinión de su hija Ana Isa, es la constancia en el esfuerzo. «Mi mamá trabaja todos los días de 9:00 a.m. a 9:00 p.m., apenas se toma un descanso al mediodía y continúa. Yo no entiendo de dónde proviene tanta fuerza de voluntad, tanto sacrificio; ella dice que es porque le gusta», relata.

Madeisy expone su punto de vista. «El propósito de este trabajo era disfrutarlo; obtener beneficios económicos, sí, pero disfrutarlo y sobre todo la satisfacción del cliente. En Cuba hemos desatendido su opinión y ese es el centro de todo. No importa el dinero o el tiempo invertido, si ellos no están satisfechos».

Por eso, en el día a día, ella mantiene una estrecha comunicación con sus vendedoras, que son sus hijas, para poder perfeccionar el trabajo: «qué colores no gustaron, qué tallas necesitamos, qué modelos… Escuchar la opinión de las personas nos ha llevado al lugar donde nos encontramos hoy. Si bien no estamos satisfechas de todo, hemos ido logrando nuestros ingresos, nuestra satisfacción personal y el elogio de las personas», sostiene.

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