Del borrado de la clase trabajadora al borrado de las mujeres

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Un debate de 10 años y aún vigente y vibrante para  ponernos de acuerdo

Tasia Aránguez Sánchez 

SemMéxico/ Tribuna Feminista, Granada, España, junio 2021.-A partir de 2011 aparecieron en el contexto político español nuevas categorías como “pueblo”, “los de abajo”, “los indignados” y “el 99 por ciento”.

Según defendió Iñigo Errejón, estas palabras resultaban más poderosas para la movilización social que la vieja apelación a la “clase obrera”. Por aquel entonces surgió una inquietud dentro de la izquierda marxista acerca de la vaguedad ideológica de este proyecto político incipiente, pero nadie hizo mucho caso a aquellos comentarios “corta-rollos”.

Los líderes fundadores de Podemos suscribían la teoría de Laclau y Mouffe, denominada “populismo”. Esta teoría defiende el uso de términos como “el pueblo” o “la gente” porque permiten aglutinar a multitud de colectivos que se enfrentan al mismo “antagonista”. Así, el espíritu del 15M sumó a las personas desempleadas, precarias, inmigrantes, desahuciadas, estafadas por las preferentes, pensionistas, cuidadoras y también integró (con menor adhesión) otros problemas diferentes al estricto conflicto de clases: feminismo, animalismo, ecologismo, antirracismo, lgtbi, entre otros.

En el discurso originario de Podemos el antagonista común fueron las “élites”, “la casta”, “los de arriba” y “el régimen del 78”. Según aquel discurso, la “gente común” (99%), explotada por las élites, estaba integrada tanto por personas de izquierdas como por personas de derechas. No había más ideología que la indignación frente al expolio, el deseo de redistribución de la riqueza y el rechazo a los representantes que tenían “distinto collar” pero formaban parte de la misma casta. La palabra “izquierdas” se percibía con suspicacia, mientras que el proyecto populista cuestionaba con más claridad la “estafa financiera” llevada a cabo por el “1%” de la población, una élite político-económica.

En sus obras, el propio Laclau anticipa los problemas que suele presentar el populismo y leerlo es como ver una radiografía de lo que ha pasado en España. El teórico explica que cuando hablamos de indignación por una causa concreta (por ejemplo, los desahucios) es relativamente fácil identificar quién ha causado tu problema. Pero cuando reunimos muchos grupos sociales en el mismo “pueblo”, resulta más complicado localizar quién es responsable de tan variadas situaciones. Un batiburrillo tan amplio como el “99%” requiere de un antagonista muy vago al que casi toda la población pueda  detestar (igual nos valen “la casta” y “el sistema”).

Laclau explica que al principio los variados grupos poblacionales se identifican con los líderes, pero más tarde les parecen “políticos” corrientes. Desde ese momento, la ciudadanía percibe que no hay más programa político que la voluntad del líder. El partido se descompone en guerras intestinas, que son consecuencia del propio modelo populista, en el que priman los símbolos sobre las ideas y que tiene una tendencia acelerada hacia la jerarquización.

Cuando se produce esa deriva, ya casi nadie ve su propia vida reflejada al escuchar el término “gente”, así que ha dejado de existir ese pueblo al que el líder intenta seguir representando. Según Laclau, el motivo por el que deja de existir ese “99%” es que realmente nunca existió, solo fue un “relato” inventado por unos líderes en un momento histórico en el que todo el mundo tenía alguna causa para la indignación. El populismo considera que así funciona la política, pasando de unos relatos a otros. Los grandes líderes serían inevitables, porque ellos (pocas veces “ellas”) son los “cuenta-cuentos” que vehiculan los sentimientos de la población hacia un discurso.

Tanto el marxismo como el feminismo rechazan esta visión idealista que lo reduce todo a “relatos”. El marxista Žižek considera que la indignación y la revuelta política no surgen de “los relatos” sino que son consecuencia de una realidad material que azota de forma real a las personas. Según la explicación de Žižek, son las crisis económicas y los conflictos de clase las causas de las revueltas. No son los líderes los que se “inventan” al opresor, los que diseñan “un pueblo”, sino que la opresión es real y tiene una estructura subyacente, que es el capitalismo.

Frente a la teoría de los relatos, Žižek recoge la explicación de Badiou. El autor defiende que los periodos revolucionarios pasan por un momento de levantamiento popular contra una figura de poder a la que cada grupo odia por motivos distintos. En el 15M este fue el momento de las manifestaciones, un periodo en el que “los de abajo” se alzaban frente a la clase política-financiera que había provocado esa crisis y que la había cargado sobre los hombros de una población que se sentía huérfana de representación política. En la revuelta se impugna la totalidad del poder y aparece el sueño colectivo de una sociedad justa y armoniosa.

El discurso populista genera durante un breve periodo una unidad ficticia que oculta el conflicto de clases subyacente. Por ejemplo, algunos grupos populares como “los autónomos”, que se darían por aludidos/as si se hablase de “la burguesía” o “los empresarios” experimentan que el término “la casta” no está criticándolos a ellos/as, sino a las auténticas “élites”. Del mismo modo, las personas que ganan 4.000 euros al mes y cuyos problemas no tienen mucho que ver con los problemas de la “clase trabajadora” pueden sentirse incluidas en el “99 por ciento”. Incluso grupos sociales cuya problemática principal no tiene nada que ver con la existencia de una élite financiera se sienten representados por un discurso que procura añadir símbolos morados, guiños ecologistas y lgbi.

El punto de ruptura surge en la segunda fase de “la revolución”, pues según Badiou, es entonces cuando aparecen los conflictos reprimidos durante el éxtasis colectivo. Llega el momento en el que se exige poner sobre la mesa una agenda política que aclare lo que se entiende por igualdad y por justicia. Hay que ir más allá de la ingenuidad de la impugnación a la totalidad. Aquí hay que hablar de clases, hablar de la izquierda y, sobretodo, hablar de remedios concretos a problemas concretos.

Žižek considera que una noción tan amplia como “pueblo” hace que todos los conflictos sociales queden integrados en un totum revolutum igualador, en el que no se identifican los problemas reales que dividen a la sociedad. El filósofo admite que la noción de “clase” deja fuera a muchas personas explotadas. Considera que esta noción debería ampliarse, pero no ser sustituida por “pueblo”, porque este tipo de palabras, al querer abarcar a casi la totalidad de la población, acaban pasando por alto la mayoría de conflictos de clase y se queda solo con el más flagrante. Es obvio que el 99% de la población no forma parte de la “clase trabajadora”, por mucho que ampliemos el concepto. Muchas personas que están trabajando en la obra, una fábrica, el campo, un bar, un supermercado o una tienda de ropa, saben que la clase obrera existe. Sus contornos pueden ser debatidos, pero las clases existen y diluirlas en “el pueblo” o “la patria” se parece mucho a integrar a sindicatos y patronal en un mismo “sindicato vertical”.

Uno de los problemas de la izquierda posmoderna es que tiene tendencia a sustituir reivindicaciones materiales urgentes por cambios culturales de escasa relevancia

De hecho, la nueva izquierda ha terminado claudicando ante la realidad. Ahora habla otra vez de derecha y de izquierda, de “clase trabajadora”. Observamos que la hipótesis del marxismo ha quedado confirmada. La izquierda no se puede permitir hablar de forma vacía cuando las condiciones económicas son más asfixiantes que nunca para la clase trabajadora.

El marxismo sostiene que las revueltas no son producto de discursos creados por líderes que los inventan entre infinitos discursos posibles. La realidad no es tan lingüística y fluida como sostiene el populismo posmoderno. Todo este intento de borrado de la clase obrera ha dejado la izquierda muy malparada, perdida en un mar de frivolidad que repugna a las mismas masas a las que se pretendían cautivar.

En un intento desesperado por recuperar la unidad masiva de los movimientos “tipo 99%”,  a la izquierda posmoderna se le ha ocurrido comerse al potente movimiento feminista, repitiendo la operación populista que realizó con la clase obrera. El ataque es tan agresivo que parece una moderna caza de brujas. La nueva izquierda ha adoptado los nombres de “feminismo del 99%” o “feminismo interseccional” con el objeto de borrar a las mujeres.

El feminismo del 99% (interseccional)

Uno de los problemas de la izquierda posmoderna es que tiene tendencia a sustituir reivindicaciones materiales urgentes por cambios culturales de escasa relevancia. Daniel Bernabé llama a esto la “trampa de la diversidad”. Las reivindicaciones de redistribución económica se sustituyen por llamativas “políticas de la identidad” (así, una superproducción de Hollywood logra parecer progresista si incorpora personajes de diverso sexo, raza y orientación sexual).

Nancy Fraser propuso en los años 90 la distinción entre las políticas de redistribución y las políticas de reconocimiento. La finalidad de esta distinción es evitar que los productos capitalistas nos engañen cuando se presentan con un atuendo de inclusión. Fraser nos recordaba que, si deseamos una sociedad justa, no podemos prescindir de la redistribución económica. La autora señalaba que algunas tendencias filosóficas de la izquierda, como la “teoría queer” de Judith Butler, suponen el abandono total de la esfera marxista de las transformaciones económicas.

Tras décadas de disputas con teóricas de la deconstrucción, Nancy Fraser ha terminado siendo la más célebre proponente del “feminismo del 99%”, una teoría de inspiración populista que intenta sinterizar la lucha contra las élites financieras con las propuestas “queer” como la de Butler. Aunque lleve la palabra “feminismo” en el nombre, esta ideología intenta crear una masa popular “más amplia” (porque el 51% de la población se le queda corto) para enfrentarse al “auténtico” antagonista social: el capitalismo financiero. ¿Y qué pasa con la lucha contra el patriarcado?, ¿cuándo vamos a luchar contra la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres? (nos preguntaremos): Pues no parece ser la preocupación fundamental de este supuesto “feminismo interseccional”. Aquí nos acordamos de nuevo de los sindicatos verticales que integran a la patronal, pues el feminismo, para ser suficientemente amplio e inclusivo, tiene que integrar grupos de hombres.

La finalidad principal del “feminismo interseccional” es disciplinar a las feministas “antiguas” para que sumen su multitudinario movimiento (y sus votos) a la causa de la nueva izquierda. Ya en 1999 Chantal Mouffe aconsejaba a las feministas que se abriesen a “una oportunidad mucho más grande”. El prometedor proyecto implicaba no centrarse “solo en los intereses de las mujeres como mujeres, sino hablar de todas las formas de subordinación” que nos dañan dentro del orden neoliberal. Los movimientos sociales de izquierdas prometen una unión de las mujeres “más abarcadora” que el feminismo. Se nos ofrece insertarnos dentro de una enumeración con muchas comas.

Si la “clase obrera” no es más que un discurso en la mente de un líder, la “mujer” solo es un sentimiento en el corazón de un hombre

Alessandro Russo clasifica dos tipos de posiciones posmodernas que intentan sustituir la noción de “clase trabajadora”: las primeras tratan de superar la “clase” por arriba (con términos como “pueblo” o “gente corriente”), mientras que las segundas se centran en una parte de la clase trabajadora, con términos como “precariado”. Pues bien, el posmodernismo también tiene propuestas para diluirnos a nosotras. La propuesta por arriba puede incluir por ejemplo: la clase trabajadora,  las minorías étnicas, las mujeres, el colectivo lgtbi…La propuesta por abajo puede incluir (en la siguiente enumeración utilizo lenguaje posmoderno): bolleras, bisexuales, queer, trans, no binaries, neurodiverses, diversofuncionales, putxs, gitanas, moras, negras, racializadas, etc.

El populismo de izquierdas nos ofrece un puestecito dentro de una constelación infinita de posibles relatos sobre opresiones y privilegios. Ese enfoque de la “enumeración de intersecciones” no cierra de forma definitiva los elementos que forman parte del análisis (que suelen acompañarse por un “etcétera” final para que cualquiera pueda sumarse) y no hace ningún esfuerzo por establecer prioridades ni por comprender de forma precisa cómo se relacionan entre sí los distintos elementos enumerados. El resultado es que se genera una igualación “de brocha gorda”.

En el populismo todas las luchas sociales se integran en el mismo 99% y contra el mismo antagonista, sin que se tengan en cuenta factores como el número de personas afectadas, la gravedad de los asuntos implicados, la diferencia entre las causas de cada problema o la urgencia de los mismos (es decir, las problemáticas sociales se convierten en un maremágnum publicitario). Todos los asuntos se tratan como equivalentes y esto facilita la sustitución de unas agendas por otras más superficiales.

Pero no nos engañemos. En realidad algunas somos más “equivalentes” que otros dentro de la lista. Lejos de depender de configuraciones discursivas contingentes como apunta Laclau, las mujeres vemos una y otra vez que nuestro puesto en “la cadena” es siempre el más prescindible. Dentro del juego interseccional de enumeraciones en las que todos los elementos “suman un punto”, cualquier deseo de un 0,1% de la población, cualquier mindundi con pene que aparezca a última hora (se llame Trump, Casado o Chiquilicuatre) se antepondrá a nuestro esfuerzo de toda la vida, a nuestra cifra apabullante e incluso a nuestras necesidades más perentorias. Y dentro de la cada vez más larga cadena de colectivos, el huequito que nos queda resulta cada vez más pequeño y asfixiante. Ya hasta las palabras “mujer” y “madre” molestan e intentan borrarlas de las leyes.

Si la “clase obrera” no es más que un discurso en la mente de un líder, la “mujer” solo es un sentimiento en el corazón de un hombre. A la persona que solo es un “no-hombre”, se le concederá la denominación de “mujer cis-privilegiada”, mientras que la “mujeridad” adquirida por sentimiento puntúa doble o triple en la escala de la opresión interseccional. Para la posmodernidad “queer” las categorías solo existen cuando son fruto de la libre determinación del sujeto y solo son revolucionarias cuando transgreden la aburrida normalidad con elementos discordantes (nada más subversivo que autodeterminarse “no binarie” y combinar una falda y una barba).

Por supuesto las feministas nos negamos a la asimilación y aclaramos que cualquier articulación estratégica que aceptemos establecer con otras luchas deberá partir de una adecuada ponderación de la gravedad y el alcance de los problemas, así como del número de personas afectadas. Exigimos que cualquier pacto se base en una regla de proporción, pues ya sabemos lo que pasa siempre con los repartos “a ojo de buen cubero”. Aunque tal vez haya una infinidad de “opresiones” posibles dentro del increíble poder de la mente subjetiva, no existen en el mundo real una infinidad de sistemas de explotación de alcance global con una clase de personas explotada y otra beneficiada por dicha explotación.

Para ser precisas, existen tres sistemas de este tipo: el capitalismo, el patriarcado y el que conforman los países ricos y los países empobrecidos. Las mujeres somos una clase y, si nos tocan mucho la moral, recordaremos que no tenemos el 50% de la voz pero sí el 50% de los votos. El feminismo, cuyo objetivo es acabar con el patriarcado (ejercido por los hombres), lleva a cabo una lucha de carácter eminentemente material contra la explotación de las mujeres.

Ya nos damos cuenta de que las mujeres quedamos preciosas en los decorados titulados con el eslogan “feminismo(s)” (se añade la “s” para poder prescindir tranquilamente de cualquier intento de coherencia con las bases teóricas de tres siglos de historia). Para hacer de decorado cualquier mujer vale, al igual que un “racializado” o un “lgtb” (y si metemos una “mujer racializada”, ya queda súper guay, porque usar dos palabras de la lista de “intersecciones” puntúa doble).

Lo único que “un moderno” tiene que hacer con “el decorado” es tolerar que esté ahí puesto de fondo, “incluide”. El moderno debe hacer el esfuerzo de no quejarse ni poner caras raras- y ha de procurar no hacer chistes, aunque si son bromas sobre follar mujeres se hace la vista gorda- El lema de la modernura es “vive y deja vivir”, que no deja de ser un instrumento para el inmovilismo. Por ejemplo, se dice que el velo islámico es una expresión cultural que hay que respetar (e incluso promocionar, porque da un mensaje de tolerancia si se incluye en una lista electoral) o se defiende que las madres “que quieran” lleven a las criaturas pegadas incluso cuando vayan a trabajar, pues al parecer eso sirve para construir un nuevo mundo basado en la racionalidad ecológica del cuidado. La violencia patriarcal presente en el velo y en la “crianza con apego” es un tema demasiado “intensito” para los modernos. La prostitución como empoderamiento (¡viva la revuelta puteril!) y la liberalidad de las mujeres que se excitan viendo porno y siendo azotadas, son otras de las propuestas del “feminismo interseccional”. El rasgo más butleriano de este “feminismo” consiste en “deconstruir” las situaciones de explotación para que parezcan “chachis” al mirarlas desde otro ángulo.

Al feminismo posmoderno, como vemos, le gusta mucho la tolerancia, menos cuando se trata de discursos sobre cosas feas (hablar de “víctimas” suena muy mal y hablar de penas de prisión para maltratadores suena súper “punitivista”). Tampoco le gusta que se hable de cosas que, además de feas son poco inclusivas, como el hecho de que las mujeres menstrúan y gestan criaturas. Para que no se hable de esto, se meten unas censurillas en las leyes.

El “feminismo del 99%” no entiende por qué las feministas “viejas” están tan enfadadas. Lo de borrar la palabra “mujer” no es tan grave. Cuando los ultracuerpos hagan su trabajo, las mujeres quedarán integradas en un grupo más grande y más fuerte.  Las mujeres seguirán siendo violadas y explotadas por hombres, pero la recompensa será que tal vez “todes” viviremos para ver el fin de las élites financieras (claro, claro).

*Resposable de Estudios Jurídicos de la Asociación de Afectadas por la Endometriosis (Adaec) y profesora del Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada

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