Desde la mano izquierda: Pandemia y resiliencia

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Claudia Almaguer

SemMéxico. San Luis Potosí. 20 de noviembre 2020.- A finales de la semana pasada los números oficiales de las personas fallecidas en México por covid 19 estaban a punto de llegar a 100 mil, si consideramos que algunos cálculos indican que por cada caso conocido hay tres u ocho más, indiscutiblemente nos encontramos ante un año muy crítico en donde las experiencias dolorosas, las pérdidas y los cambios definitivos marcarán nuestras vidas.

Entre todas las vicisitudes ninguna se compara, porque si bien es cierto en algún momento habremos de pasar por accidentes, enfermedades, violencias o decesos de nuestros seres queridos, también lo es que solemos llevar nuestros duelos individualmente y con mucha suerte de uno en uno, pero la pandemia es distinta, además de alterar los hábitos colectivos al mismo tiempo, ha dejado a miles sin la posibilidad de salir adelante.

El fin de semana pasado me tocó presenciar apenas una jornada en el área de atención para covid de una clínica del Seguro Social. Y es que siempre nos imaginamos que el infierno está debajo del suelo, que es un lugar de fuegos perpetuos para el pecador y no es así, el dolor verdadero te encuentra en cualquier momento cotidiano, ahí donde sabes que alguien querido peligra y que no puedes hacer nada al respecto. Al cabo de varias horas allí no vi más que el movimiento constante del personal médico y de enfermeras, como siempre con mucha necesidad de recursos materiales, el lugar perfecto para verificar la eficacia de las decisiones políticas de todos los gobiernos incluido el presente, cuando no hay prácticamente de nada y se hacen malabares para distribuir la escasez.

No es casualidad que México sea el país donde más trabajadores de la salud han muerto por coronavirus, de acuerdo con el análisis de Amnistía Internacional, llevamos 1320. (https://amnistia.org.mx/contenido/index.php/global-analisis-de-amnistia-internacional-revela-que-mas-de-7-mil-personas-trabajadoras-de-la-salud-han-muerto-a-causa-de-covid-19/)

Encontrarse en esas condiciones todos los días y trabajar larguísimas jornadas conviviendo tan cerca con un padecimiento grave, para el caso de los servicios de salud, ha exigido una carga descomunal que de acuerdo a las investigaciones tendrá repercusiones en su integridad física y psicológica entre las que destaca la fatiga por empatía, el desgaste profesional, la depresión y el estrés postraumático. 

Al respecto hablaron hace algunos meses en el Seminario Bienestar y Resiliencia coordinado por la Dra. María Elena Medina Mora, en donde se dijo que para cuidar de la salud mental es indispensable aprender a hablar con naturalidad de nuestras angustias, miedos y ansiedades, lo que pasa necesariamente por quitar los estigmas que se comparten sobre los trastornos de conducta y la negación absoluta para trabajar en ellos.

Por ejemplo, la Dra. Susana Ruiz Ramírez explicó que para los profesionales de la salud ha sido  especialmente duro encarar la pérdida masiva de vidas humanas porque el discurso de toda su formación es salvarlas, a este duelo se sumaron las exigencias de los familiares, la violencia que padecieron al inicio de la pandemia y el temor personal de contagiarse, por lo que previó la necesidad de comprender la muerte como una circunstancia posible aún con el mejor de los esfuerzos que debe respaldarse mediante el aprendizaje de cuidados paliativos, de compasión, autocuidado y resiliencia.  

De acuerdo también a lo expresado por la Mtra. Cecilia Alderete Aguilar, construir estrategias de este tipo implica dar apoyo psicológico a nivel grupal, justo para reconocer en el otro con quien se comparte la jornada, las mismas emociones de preocupación, tristeza o desolación y para identificar inclusive representaciones físicas como el dolor muscular, el llanto, el insomnio, el vómito y el abuso de sustancias que requieren de intervenciones individuales.

El objetivo de todo esto es crear resiliencia que la Dra. Melissa Salas Bermúdez de la UNAM, define como la capacidad para recuperarse y mantener una conducta adaptativa después del abandono o la incapacidad inicial al comenzar un evento estresante, algo que se puede aprender y que nos ayuda a enfrentar los momentos difíciles.

Justamente se trata de reconocer que en la vida hay cambios y sucesos dolorosos e inesperados sobre los que no se tiene ningún control. Pero, aunque pareciera algo obvio en tanto lo sabe quién ya tiene cierta edad o ha atravesado por experiencias duras, esto también consiste en la aceptación de ese momento difícil y en la creación de una vida significativa que es algo distinto de acuerdo con cada persona.

Es decir, no evito, ni me resisto a la situación, sino que aprendo a distinguir lo que puedo hacer de lo que no está en mí y las emociones que siento, que por mucho que lo parezca no es en realidad la vida entera y se alivia en cierto modo mediante prácticas como la meditación, la oración, el ejercicio y las actividades que me permitan concentrarme en otra cosa y reducir a rangos tolerables el sufrimiento. Diría yo que es sobre todo un ejercicio de humildad al que no estamos habituados, pero las expertas lo explican mejor.

Por lo pronto también es indiscutible que la situación de este personal que ha estado al frente de la pandemia amerita decisiones mucho más inteligentes y serias de las que se han tomado hasta ahora, no sirve de nada desmadrar lo hecho o tachar a las administraciones pasadas de corruptas si hoy la necesidad es todavía mayor, si no se piensa en invertir en las y los médicos, enfermeras y trabajadores que están dando la vida para apoyar a los demás, no se puede finalmente reconocer la dignidad de estas personas y su derecho a contar con condiciones adecuadas sólo con palabras bonitas, es la acción lo que vale. A más ver.

Seminario Bienestar y Resiliencia en la crisis por coronavirus 2019. Contribuciones de la psicología
COVID-19, prepararnos para la siguiente

Twitter: @Almagzur

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