Desobediencia

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Un cierto malestar

* En abril todo se desborda

Olimpia Flores Ortiz

SemMéxico, 29 de abril, 2020.- A la violencia la conocemos por sus manifestaciones evidentes, asesinatos, secuestros, extorsiones, desapariciones forzadas, violaciones, asaltos, es decir lo que entra por la percepción. Es también la que se produce dentro de las paredes de las casas en contra de los vulnerables de la familia, la que ejerce el macho hacia las mujeres, la que ejercen las madres hacia los hijos, la que se ejerce contra ancianos y enfermos. Son tantos los hechos visibles y es tanta su difusión, que se produce una atmósfera a la que sentimos generalizada y le atribuimos el cierto malestar que nos invade.

Sin embargo, lo que percibimos es apenas la agresión o violencia fáctica. ¿Qué es entonces la violencia en su sentido amplio? Un indecible, “un exceso que perturba el curso de los acontecimientos”, dice Carmen Franco, psicoanalista mexicana. La violencia que desborda lo que se supone un devenir esperable.

Pero es también, según la Real Academia Española, una disrupción, una rotura. ¿Qué se rompe con la violencia?

En ambas definiciones estamos ante una misma premisa: Hay un cierto estado de cosas que se rebasa a sí mismo o se fractura. Y todo desplazamiento es violencia.

En los versos de Eliot en Tierra Baldía, la vida es violencia:

Abril es el mes más cruel: engendra/ lilas de la tierra muerta, mezcla/ recuerdos y anhelos, despierta/ inertes raíces con lluvias primaverales. El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo/la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo/ una pequeña vida con tubérculos secos. Traducción de Agustí Bartra

En abril todo se desborda, el exceso de la naturaleza –a la que no es ajena nuestra humana biología- en la fecunda exuberancia primaveral, hace de abril, el mes más cruel. Y todo es ruptura en el florecimiento, en la gestación de la nueva vida.

El exceso de fuerza implica ruptura de lo previo, y de alguna manera sometimiento, hablemos de física o de economía o nacimientos. Lo nuevo se erige sobre lo anterior, toma su lugar. Así, con la cultura que no es estática, que es un continuo de rupturas en el tiempo que transcurre (entre generaciones) y el contemporáneo (la diversidad de estadios culturales), gesta su Ley, la que deriva del mito fundacional que después religa mediante liturgias atávicas para normar la vida. Y la Ley jurídica, a la que hoy le atribuimos un carácter laico, cuando todo el orden y su nominación viene del mismo mito, como la existencia de la familia de pareja heterosexual, monógama y preferiblemente de la misma condición social y pertenencia étnica y sobre la que se teje el andamiaje de la tradición con sus prejuicios y prohibiciones; en ella se finca la estructura social a la que rige la Ley.   Este constreñimiento, es violencia. La Ley somete. Y nadie escapa a la Ley, mucho menos sus transgresores de oficio, quienes por eso mismo están más cerca de ella que quienes van de ciudadanos decentes.

En todos los tiempos, las culturas se organizan en sistemas, más o menos complejos; el que parece que estamos viendo que se derrumba, el de nuestro tiempo presente, ha tenido como estructura al capital financiero y como agente al mercado que nos seduce con su estética y nos satisface en el consumo. La vida medida según su productividad. El dominio sobre la vida de las personas y de los Estados se reveló en la crisis que provocó la especulación del capital financiero del 2008. Se declaró la debacle del modelo de la simulación filantrópica ante la expoliación.  

Este es el modelo del orden de la desigualdad social y las asimetrías mundiales, mediante el subterfugio del discurso democrático. Esa es violencia estructural.

Ese liberalismo económico, es el que nos ha impuesto los marcos lógicos para la actuarialización de la política pública. Es el método de la Agencia de Cooperación de Estados Unidos USAID. Habría que entenderlo no como un marco lógico universalmente aplicable, sino como un marco para una cierta lógica de gobierno que no accede a la complejidad. Los gobernantes tienen la muletilla de referirse a los fenómenos como temas, nos gobiernan por temas. Por eso, por ejemplo, no se entiende que en el origen de la violencia criminal y delictiva, está la violencia de género que produce esta sociedad carente de amor propio, escrúpulos y compasión. Así que estamos parados en la reacción punitiva: meter a la cárcel a todos y  todas por toda causa. El color local lo ponen la impunidad y la corrupción.

Hoy la Ley tiende hacia una violencia supranacional. Los gobiernos de los Estados se rigen por parámetros internacionales y se asumen lineamientos dictados por organismos supranacionales, como la Organización Mundial de la Salud,  que efectivamente la organiza bajo los intereses de las farmacéuticas y las industrias en torno a la salud.

Entonces, la violencia es omnipresente y para todas las personas porque estamos vinculados por el imperio de la tradición que se hace Ley en sus acepciones costumbristas y jurídicas. Este orden es el que engendra sin dar cuentas, a toda la desigualdad y a sus múltiples resistencias: la desigualdad social y su anomia, el ostracismo y la aniquilación de la diversidad cultural, el sexismo, el racismo, el abuso de menores, el maltrato de toda persona vulnerable, las nuevas esclavitudes como la trata de personas, la usurpación territorial y de los recursos naturales, la depredación ambiental, la absoluta falta de consideración con toda vida, la de la vecina y la de todos a quienes se pueda considerar diferentes. Indiferencia, desconfianza y franca hostilidad.

La desigualdad se establece como normalidad dada y no instaurada. Ha sido dada en el nombre de Dios.

“No se puede dominar a los iguales” Dice Walter Mignolo, pensador de la decolonialidad. Y a ello atribuye el hecho de la evangelización y sus costumbres y de la discriminación en la colonización española,  pero también del sometimiento de las mujeres, como una estrategia de su dominación. Violencias simbólica y estructural claramente coludidas. De allí venimos a este hoy.

A estas esferas de la violencia, la simbólica, la estructural y sus manifestaciones fácticas, se suma la violencia cibernética. Ya llegamos a un estado de vida a la disposición. Recién se nos va apareciendo esta amenaza, como un acecho permanente del que no hay escapatoria ahora que se nos ha lanzado al famoso home office y que se ha diluido el tiempo de vida, confundido con el estado de alerta y de conectividad.

En este momento en el que el mundo globalizado está en una crisis de dimensión inédita porque es total, la mayor violencia está en la incertidumbre de la que ya no saldremos, no hay después previsible. No tenemos otro horizonte que el de la incertidumbre. Viviremos bajo la violencia de nuestro propio desasosiego.

Así, las/los sujetos, sujetados por esta complejidad inaprensible, en la que se conjugan su biografía, su entorno social y su tiempo dando forma al estadio cultural en el que habita -y pudiéramos decir que le habita-, conforman su subjetividad. Es allí en donde anida el cierto malestar que nos fustiga…

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