El bicho maldito se cobró a mi madre

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Desobediencia

Olimpia Flores Ortiz

SemMéxico. 28 de diciembre 2020.- Tiendo desde siempre a pensar que las catástrofes y las tragedias, nunca me van a alcanzar, protegida a saber por qué aura. Y que, si no me alcanzan a mí, entonces a nadie más que a mí me importe. Supongo que efecto de la seguridad que de niña me proporcionaba la certeza de contar con mi padre incondicionalmente. La audacia de la inconciencia de una niña consentida.

Además, la casa parental, la he concebido siempre como una fortaleza que nos resguarda de todo. Fue ciertamente una casa construida con todo el amor de mi papá por su familia.

Pero a esta salerosa Güerita del cantarito que ven ustedes aquí, mi madre, se la llevó el maldito virus y murió intubada, aislada y sedada en un hospital, y en este domingo en la noche, a la hora que escribo, es su turno de cremación en una funeraria en la que ha estado archivada tres días. Sin lugar a exequias, sin el ritual de despedida, sin constatar a la muerte, simplemente ya no regresó a su casa. Yo no la volví a ver desde antes de la pandemia. Agradecida de que ya drogada, al menos no haya muerto en medio de la desesperación por respirar.  ¡Cuánto ha descendido el umbral de la exigencia!

Una mujer de 90 años que sobrellevaba los efectos de la edad con estoica dignidad y autonomía, murió víctima de la decadencia de la civilización que se autoaniquila. Y también, de la mediocridad y miserabilidad de quienes han tomado las decisiones estratégicas sobre la administración de la pandemia en México. Atendida en hospital público, contó con la mejor atención posible en esta crisis que nos ha rebasado. No es entonces una muerte natural, sino de la producción trasnacional de cadáveres. Me subleva.

Respondo por Facebook y WhatsApp, el alud de condolencias, confinada en Oaxaca con el duelo a solas, para hacerme a la idea de que es realidad que ya no está. No volveré a besar “sus blancas de armiño que son hostias por ser bellas…” 

No puedo responder a las preguntas de cómo estoy, ni como me siento. Es época de estupor. Aguardo a que nadie más de los míos se haya contagiado, entre ellos mi hijo Emiliano que la cuidó los últimos días en su casa. “La abracé mamá” cuando se iba de su casa al hospital. No fue capaz de desprenderse sin más. La abuela crío a mis hijos. Ahora a ver…

Ha sido un bálsamo la disposición familiar y la gentileza entre todos. Nunca como ahora, había sentido la fuerza de ese vínculo, sino en estas circunstancias en que nos estrechamos a distancia, cuando nuestros padres ya no están y sólo quedamos nosotros, mis hermanos y yo, para recordarnos de ahora en adelante de dónde venimos; esa familiaridad constitutiva.

En mi memoria me aparecen imágenes como ráfagas de escenas de infancia. Aquellos domingos todos niños, somos seis; que comíamos pollos rostizados, mis padres bebían vino tinto y se escuchaba música. Era el día que mi papá estaba en la casa después de su semana de trabajo, funcionario de la banca de desarrollo. Me acuerdo de ir a la panadería con él para traer la comida.

Veo la luz que entraba por la ventana de la sala tamizada por la persiana, y aquella sensación de confianza en la que todo mi mundo estaba en orden y cada quien en lo suyo.   Entre lo que se escuchaba aquí les dejo el enlace de esta canción que me transportó a aquella inefable infancia familiar, que envió mi hermano Bernardo y con la que pude desahogar el llanto. ¡Qué sanador es llorar!  https://youtu.be/QxNGnGRUIPs

Creo que todavía no sé que es todo lo que se removerá en mí, porque tendré que aprender a vivir sin la madre. Ya no hay figura materna que contradecir, el gran parámetro. Si es cierto que nuestros muertos nos acompañan, entonces ahora tendré la presencia omnipresente e ineludible de su mirada en mi conciencia. ¡No por favor!

 No sé cuál será el desenlace de esta debacle pandémica, cuánta zozobra falta aún por vivir y cuántos menos quedarán. Por todos lados escuchamos de las pérdidas. Hoy he leído por ahí a alguien que escribió que la condición a la que se ha llegado con la pandemia es la de un estado de luto permanente. Ahora todo el mundo llora muertos y todos nos damos condolencias entre sí. La atmósfera es cada vez más irrespirable…

En cuanto a mí, ante este presagio de mi propio morir que es la muerte de mi madre, y la recién adquirida posibilidad incluso de morirme, me resta decidir la senda: ¿en qué sentido avanzo?

Mientras no concluya el episodio Covid, por lo menos el que se atraviesa en la casa parental, la vida está suspendida. Esta incertidumbre es una pesadilla y es paralizante. El después es un enigma. Y el bicho maldito es artero y traidor; no llega de frente, cualquier distracción puede ser fatal. Nos hizo creer en su benignidad y que liberaría a mi madre, cuando arremetió hasta el desenlace fatal. ¿Habrá sentido después de todo esto? ¿Sobreviviré?

Por lo pronto, he de ir acomodando la narrativa de esta historia, sin aspavientos, sin melodrama. Suceda lo que suceda se trata del desenlace de la tragedia de vivir que impone su impronta apocalípticamente y a pesar de mí.

Olimpia Ortiz Brugada, se fue el 25 de diciembre a las ocho de la mañana. La gran mujer que fue mi madre. Amada, respetada y admirada por muchos.

Villa de Zaachila, 28 de diciembre de 2020 

https://www.facebook.com/OlimpiaFloresMirabilia

@euphrasina (gusto por la elocuencia)

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