El velo se revela

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El pañuelo hecho trizas es una metáfora significativa del estado de los derechos en Irán: la fuerza que moviliza la calle va más allá y se convierte en un grito de libertad

Karima Ziali

SemMéxico/AmecoPress, 1º. de octubre, 2022.- Ha muerto ella, Mahsa Amini, la mujer con el velo a media cabellera. Y su rostro de veintidós años ha inundado las redes, su rostro de redondeces sutiles, de recién llegada a la vida adulta. Sus ojos posando al infinito son una imagen simbólica, una imagen que parece haber despertado la voz semidormida, semidespierta de Irán. Mahsa Amini es la imagen del velo que se rebela contra su imposición y en este acto nos revela algo que merece ser analizado.

En Irán, el velo arde en la calle, se queman sus tejidos en trama y sus hilos son mechas que prenden la vida reprimida, recortada entre las líneas rectas de unos metros de trapo. Cada pedazo de tela ondeando en el aire por una mano de mujer aviva el fuego de una revolución. Es un soplo de peligro, de riesgo, de madurez ante la infantilización de las mujeres.

Mahsa Amini es el mundo que se descubre a sí mismo ante la brutalidad de una tela que mide el honor de las mujeres, su clase social y su disponibilidad sexual. Y tal vez por esto, por definir desde estos parámetros a una mujer, el velo acota en sí mismo una forma de identidad, una mujer que solo puede ser nuestra, que solo puede pertenecer a una comunidad de fe si cabe dentro de estos límites.

El cabello de la discordia sexual

El cabello de Amini asomando por debajo del velo –o más aún, volando al viento–, supone una transgresión sexual. Una mujer que desvirtúa el espacio público con su presencia, que logra romper el orden masculino de la calle, que fragmenta la entereza varonil de una sexualidad siempre débil, siempre a punto de hacerse añicos. Detrás del velo solo se esconde una sexualidad masculina frágil y vulnerable. Me pregunto siempre cómo han aprendido los hombres a ser tan endebles ante la sexualidad femenina. Y, sobre todo, de qué forma se ha perpetuado esta incapacidad sexual masculina por la sexualidad femenina. Su impotencia pone de manifiesto la violencia que sigue a la frustración con la cual se acercan al mundo sexual de las mujeres.

Es la evidencia del horizonte herido de alguien que no ha sabido entender el amor. Esta es la brecha de la que adolecen muchas sociedades basadas en el islam. Y no porque el islam sea una nube abstracta sobre la que verter todo nuestro malestar, sino porque el islam es sus discursos y lo que las personas hacen con el islam. Por eso que señalo al islam vivo, el que se dicta y el que ocurre y que es en cierto modo ageográfico, cuando se trata de buscar respuestas a todas estas preguntas.

En estos espacios donde el islam recoge a los individuos en un lazo difícil de desatar, llevamos tanto tiempo relacionándonos a través de un patrón donde prima la alianza interesada, donde la mujer solo se valora –a sí misma, ante los demás y por los demás–, en tanto que madre de varones, donde el sexo es una parálisis y un diálogo sordo, donde el conservadurismo de una identidad nos ha privado de la libertad individual y de los derechos humanos, donde la madre ordena una educación segregacionista entre sexos y el padre castiga la desobediencia y los atisbos de individualidad.

La muerte de Amini corrobora toda esta carga asfixiante de unas sociedades caducas que tan solo reproducen en el poder lo que los hogares esconden: una sexualidad amputada y controlada, vigilada y censurada, castigada y robada

La muerte de Amini corrobora toda esta carga asfixiante de unas sociedades caducas que tan solo reproducen en el poder lo que los hogares esconden: una sexualidad amputada y controlada, vigilada y censurada, castigada y robada. Amini ha muerto y ha dejado una puerta abierta a repensar todos estos viejos interrogantes que en cierto modo se enfrentan cada día. Irán lo está haciendo en las calles.

En este país, república islámica insostenible, las mujeres y la juventud de las redes sociales se atreven a asomarse por debajo de un velo impuesto, gritan en la calle un lema cargado de honestidad: “¡Mujeres, vida, libertad!”. Tres palabras que juntas agitan un territorio constreñido desde dentro y desde fuera. Todo un pulso abierto al restrictivo sistema teocrático que gobierna el país desde esa aclamada revolución islámica de 1979.
El nuevo régimen dirigido por “la señal de Dios” (ayatolá), parecía que iba a arrojar luz sobre la enorme sombra económica que engullía al país, resultado de un exacerbado y desbocado crecimiento al que el sha y sus colegas extranjeros se lanzaron sin cuartel.

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