Especial: Las Alemanias tras la caída del Muro de Berlín

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Incomprensibles, los votos al socialcristianismo, dice una militante

  • A 30 años de distancia.
  • Foro Nuevo pedía democracia y libertad, no a la reunificación alemana ni el capitalismo

Esta indagación periodística no habría sido posible sin el apoyo de la Fundación Friedrich Ebert y la cooperación decisiva de Isabel Basterra, Elizabeth Klose, Mariane Braig y Peter Sthorandt por sus orientaciones y traducción de charlas, entrevistas y sondeos en ambas Alemanias.

Cuarta parte

Sara Lovera, enviada/IV, Berlín 29 de abril, 1990. Cristina Rastig es presidenta del Club Schaufenster, con sede en la capital de la República Democrática Alemana (RDA), de 46 años y de gusto jazzista. Militante de base del Nuevo Foro, la mesa redonda que impulsó la caída del viejo régimen, afirma “pensamos que sí se podía hacer algo, demostrar que se podía pasar de las palabras a los hechos y poner en marcha un socialismo democrático. Queríamos elecciones libres, las mismas que ahora nos derrotaron”.

Madre soltera, maestra, reconoce su depresión profunda: “es cierto que la planificación central no funcionaba. Es cierto que nuestro país tenía muchas cuentas con la Unión Soviética. Es cierto que en este país no se respetaban las leyes, es cierto que la disidencia era inadmisible y todos estábamos vigilados por la Stasi. (policía política). Por eso protestamos, y por eso hicimos caer al régimen. Ahora no todo ha terminado. Soy optimista”.

La entrevista se realiza en el salón de exposiciones del Club, abierto con el apoyo del Ministerio de Cultura; Cristina es muy elocuente, durante los silencios obligados por la traducción entristece. Explica brevemente: “No se trata de cambios repentinos, nuestra trayectoria es larga, desde hace años grupos opositores trataron de defenderse contra muchas cosas que sucedían en este país. Los principales fueron los intelectuales y artistas quienes desde principios de 1980 se opusieron al incumplimiento de las leyes y lucharon por los principios socialistas. Nos manifestamos, nos lo prohibían, teníamos claro que se trataba de hacer efectivos derechos con los que se nos formó desde hace 40 años. Nadie habló nunca de anexarnos a la RFA o de buscar una economía de mercado”.

En los años 70 hubo un aumento a las pensiones, una reducción de jornadas de trabajo, realmente una mejoría. Después las reformas iniciadas fueron decayendo y nos inconformamos. Tras la inconformidad llegó la represión. Por una parte, en las empresas, brigadas de trabajadores que en lo teórico significaban la unificación del trabajo con la vida privada para llegar a un modo socialista de vivir, en la práctica controlan a la gente. Se controlaban los viajes al exterior, se investigaba en el trabajo y en la casa; se molestaba a los vecinos, se acosaba. Nosotros no estuvimos contra el sistema, sino de fallas reparables.

Pero había más. Cristina relata su experiencia, sus temores. Los artistas eran sujetos a realizar obras bajo la idea del dogma oficial: el realismo socialista; en las escuelas los niños sólo conocían parcialmente la realidad, todo bajo la dirección del Estado. Se negaba el conocimiento y el intercambio cultura.

En los años 80 causó mucho estupor el caso de Wolf Biermann, un cantautor a quien le prohibieron cantar frente al público y fue así como empezamos a trabajar en forma clandestina. Biermann, sin embargo, continuaba ejerciendo su profesión. Lo dejaron sin trabajo, sin vivienda. A la calle empezaron a salir los intelectuales con el pretexto de un movimiento de paz que había surgido en los países occidentales de Europa. El tema de la desnuclearización nos importaba… llenamos las calles con mantas, después con demandas de reformas sociales y libertarias. El 9 de noviembre estábamos felices –la madrugada de la apertura del Muro- pero a nadie se le ocurrió hacer un proyecto económico, social y político capaza de darle salida a la revolución que estábamos haciendo.

Con la anexión en puerta, Cristina reflexiona: sólo queríamos hacer efectiva la frase de Rosa Luxemburgo: “La libertad también es la libertad de los que piensan de otra manera” y la frase la reprodujimos en mantas y carteles. Eso no significaba querer anexarnos al mundo capitalista. Muchas veces tomamos las frases de nuestros políticos; queríamos quitarle a la RDA los rasgos estalinistas que todavía estaban vivos. Queríamos reformas económicas y políticas para continuar. Durante las marchas muchos fueron detenidos y encarcelados.

El fin de la fundación del Foro Nuevo y después de la Mesa Redonda era democratizar al Estado.; por eso, admite, la anexión ha causado una depresión colectiva; los votos al socialcristianismo nadie los entiende sino como una reacción desesperada y la creencia de que había que destruirlo todo. Mientras aquí hacíamos el cambio, miles de personas cruzaban la frontera, huían, mostraban su desesperación porque se creía que la línea dura triunfaría y nada podría hacerse. La cuestión no era por qué la gente se quedaba, sino por qué se iba. No creían en una perspectiva, 40 años después de que se impuso, desde fuera, un régimen.

Cristina cuenta que al Nuevo Foro se unieron muchos movimientos, apoyados por la iglesia protestante. El movimiento, que iba lentamente creciendo, de pronto fue mayúsculo. Las cosas empezaron a desgranarse rápidamente; la televisión occidental era captada por la población y ahí la gente estaba al tanto de lo que sucedía en Polonia, en la URSS, en Checoslovaquia. Los discursos crecieron. Es curioso recordar que la frase “abrir el muro” se materializó 15 minutos después de una transmisión televisiva. Puntualiza: “Hay que saber que el movimiento de los intelectuales siempre se enfrentaba a la violencia oficial a través de la no violencia. En Berlín se formaron cadenas humanas frente a la embajada de la URSS; se prendieron veladoras en protesta y cuando se acercaba el 40 aniversario de la fundación de la RDA y a todo estaba hecho: Gorbachov advirtió a Honecker lo que tenía que hacer, dijo en sola frase: Al que llega tarde, la vida lo castiga.

Las marchas más grandes sucedieron en Berlín y Leipzig, finalmente se abrió el muro, a pesar de que la gente nunca se manifestó por la apertura del muro y menos por la reunificación.

Luego, dice desmoralizada, siguieron las promesas. No se podía detener a la gente. Lo importante era que reaccionara el gobierno, que cediera el poder, el gobierno se equivocó y abrió el muro.

El Foro Nuevo fue rebasado por la rapidez de los acontecimientos. Con la apertura del muro llegaron los políticos de la RFA, hablaron de reunificación, se pronunciaron por la economía de mercado, subsidiaron la campaña política, con 20 millones de marcos y carros cargados de plátanos que no consumíamos hace años, prometieron maravillas. Los políticos de Kohol desplazaron su campaña electoral a la RDA; empezaron a llegar los empresarios, empezaron a ver que aquí había empresas que no servían a sus intereses y otras muy prometedoras. El discurso ofrecía: “En cinco años se alcanzará el nivel de vida de Alemania Occidental”. Eso todavía es una promesa en el vacío, porque aquí no hay hambre ni marginación social.

Para explicar el fondo de la reacción de la gente, esa confianza desmedida en los políticos de la RFA, Cristina admite que lo más grave es que la gente nunca se pudo identificar con este Estado, producto de la ocupación.

Frente al futuro, Cristina tiene un solo temor de fondo: durante mucho tiempo, afirma, hubo una discusión sobre cómo hacer la reunificación o cómo no hacerla, tratando de evitar cualquier alusión al fascismo. Esto fue un grave error. Ahora, a seis meses de la caída del muro la gente no ha tenido tiempo para reflexionar, para prepararse, hubo elecciones precipitadas, rápidas, la gente votó asustada, sin costumbre por opciones concretas. Pero hay indicios de xenofobia, hay neofascismo y una Alemania fuerte y grande, asusta a cualquiera. La alianza socialcristiana, que ganó con gran ventaja las elecciones, tendrá ahora que responder por esto.

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