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Violencia y homofobia, un efecto de la fragilidad masculina

Yaneth Tamayo Avalos

SemMéxico. 12 de junio 2019.- En la actualidad, uno de los principales problemas socio culturales que aquejan a la humanidad tiene que ver con las categorizaciones de género; en donde las atributos asignados a cada sexo se encuentran determinados por un valor desigual.

Donde el sexo funciona como una práctica regulatoria que producen cuerpos que gobiernan, es decir, su fuerza se manifiesta como una especie de poder que controla e impone mediante ciertas prácticas la forma en la que se construye culturalmente el género; en donde las personas asumen, se apropian y adoptan una norma corporal “de lo que debe ser” según su sexo, asumiendo con ello una identificación binaria, la cual se manifiesta como un imperativo heterosexual para permitir ciertas identificaciones sexuadas y excluir y repudiar otras.

En esta identificación binaria, el género masculino encuentra su posición en un ámbito superior al de su par, en razón de que al hombre se le ha asignado como virtud natural el dominio racional, el poderío y la fuerza; desplazando a la mujer y atribuyéndole solo la capacidad de dar nacimiento a lo masculino, provocando su subordinación y en algunos casos la exclusión.

A pesar de lo anterior y aunque parezca absurdo la mayoría del género masculino presenta una especie de pánico ante la posibilidad de semejarse al género femenino, reflejándose en conductas violentas y homofóbicas.

Tal trastorno encuentra su origen en la diferencia natural que distingue a hombres de mujeres, en el que el falo le atribuye al hombre el poder de ser penetrador impenetrable y a la mujer invariablemente lo penetrado, colocándolo en una escala jerárquicamente superior a ella que le asegura no ser penetrado.

Sin embargo, cuando la mujer ejerce roles atribuidos al género masculino esta es posicionada y equiparada a un hombre otorgándole un falo imaginario, lo que provoca que el hombre entre en una especie de pánico a llegar a “parecerse” a ella, a afeminarse o el pánico a lo que podría ocurrir si se autorizara una penetración masculina de lo masculino; mismo tabú se produce cuando se da la reversibilidad de géneros, esto es la falización lésbica, gay y de otros grupos.

Lo que trae como consecuencia, que dicho pánico sea externado a través de diferentes formas de violencia, que se traducen en rechazo pero que además engendra otros tipos de riesgos como el abuso sexual, golpes, insultos y otras formas que le impiden a la sociedad convivir en un espacio igualitario y libre de violencia. 

Baste, como muestra lo sucedido en Londres donde una pareja de mujeres (asumidas como lesbianas) fueron acosadas sexualmente y golpeadas por no besarse frente a sus agresores hombres, quienes buscaban satisfacer sus deseos y morbo.

Otro caso no tan lejano fue lo ocurrido en nuestro país, con motivo al anuncio del uniforme neutro, el cual se centraba en eliminar la falda para satisfacer las necesidades de las niñas y eliminar estereotipos de género, no obstante, esto pasó a segundo término debido a que existía el temor de que los niños quisieran semejarse a las mujeres y optaran por cambiar de género.

Ejemplos que pueden ilustrar lo mencionado estos existen varios, incluso la violencia ejercida en contra de las mujeres puede encontrar su origen en este absurdo pánico.

Terminando, basta decir que es necesario que el Estado y la sociedad civil en conjunto sean conscientes que los roles de género y la discriminación son un constructo social que aumentan los prejuicios y la intolerancia y conducen a la discriminación y a la violencia.

Por ello, estos deben ser deconstruidos para evitar que se sigan perpetuando, pero además se debe tomar las medidas necesarias para prevenir y contrarrestar todas las formas de promoción que constituyan incitación a la violencia, hostilidad y discriminación que se base en razones de género, identidad de género, orientación sexual y/o expresión y diversidad corporal.

Se debe trabajar activamente hacia la promoción de políticas que garanticen tanto el derecho a la igualdad y la no discriminación, la libertad de expresión y el derecho a vivir una vida libre de violencia mediante la promoción de la tolerancia, la diversidad y las opiniones pluralistas, que son el centro de una sociedad democrática.

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