Juego de Palabras| Laicidad y la emancipación del Estado

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Yaneth Angélica Tamayo Avalos

SemMéxico, Querétaro, 6de abril del 2023.- Siempre he considerado que algunos de los problemas que aquejan a determinadas sociedades, tienen relación con las ideologías o posturas religiosas que profesan las personas.

Confieso que, a pesar de provenir de una familia tradicional y alineada a la iglesia católica, he sido crítica del dogma que me fue impuesto por nacimiento. Mi negación a reconocerme como una ferviente católica, aumentó cuando empecé a leer textos filosóficos y teológicos, propios de la formación sacerdotal que en ese entonces realizaba mi hermano menor.

A quien agradezco, me instruyera bajo un pensamiento crítico y no en el de confrontación con una ideología en la que, si bien no concuerdo, no estoy en contra de ella.

La anterior anécdota, la menciono a fin de que se entienda que, no busco desacreditar las creencias religiosas de las personas y que mi opinión la realizo desde una postura crítica.

He de admitir que en semana santa, encuentro interesante ver como algunos representantes políticos lucran con la fe de la ciudadanía, quienes a forma de campaña política participan de las celebraciones religiosas y avalan los criterios del clero a modo de organización social y gubernamental.

Algunas de estas manifestaciones, para no variarle, son contra el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, la diversidad sexual, los matrimonios igualitarios, entre otros.

Mi postura siempre me ha llevado a cuestionar la indebida forma en que los representantes públicos y algunos creyentes religiosos, aniquilan el principio de estado laico y fundamentan sus decisiones en una ilusión mística.

Por lo que, recordando esas conversaciones teológicas, les quiero compartir una pequeña reflexión sobre la religión y la importancia de separarla del ejercicio del poder y las funciones públicas.

Lo primero a tomar en cuenta, es que todas las personas, debemos concebir a la religión, como una invención humana que consuela al hombre de los sufrimientos de este mundo; que, aunque parten de la ilusión mística de un Ser Supremo, su esencia y objeto es meramente humano, de ahí que el hombre imagine e idealice la forma en la que ha de conducirse.

A esto último, se le denomina alineación y es la forma en que se induce a las personas a definir sus pensamientos y deseos, de tal modo que crean lo que otros necesitan que crean.

Es ahí, donde las doctrinas y verdades que se profesan no apelan a la razón, sino al sentimiento; las personas se obligan a creer, puesto que si no creen están condenadas, es por ello que mezclan el miedo con la fe, si creen están salvadas y si no están condenadas.

Sin embargo, cuando esa alineación es manipulada y deformada al antojo de las propias personas, del estado o de la sociedad, la religión tiende a radicalizarse y se funda en la falta de verdad y su contradicción con la razón y la moral.

En este radicalismo, los creyentes dejan de ver, pensar y actuar conforme a la realidad social en la que viven; apartándose de sus deberes y de sus derechos de ciudadano y ciudadana. Mezclando su fervor con lo que suponen debe ser correcto.

Por ello, resulta fácil para ciertos grupos aprovecharse de las erróneas creencias de algunas personas y utilizarlas a su favor para crear desacuerdos que incitan a la confrontación. Estas circunstancias se agravan, cuando las personas creyentes exteriorizan sus deseos religiosos en el ámbito público, violando con ello el principio de laicidad.

En conclusión, la religión no es la causa de sentimientos oposicionistas o tradicionalistas que impide a una sociedad desarrollar un pensamiento crítico que se adapte conforme a las circunstancias de vida actuales.

La mala organización social es la verdadera causa de la creencia y por ende la alineación del hombre.

Pretender que el Estado incorpore en la toma de decisiones este tipo de alineaciones, solo generará ataduras religiosas que restarán libertad a las y los ciudadanos, en donde la autoridad no tendrá cabida, pues la fe de algunos buscará sustituirla.

Las personas son y deben ser libres de profesar el dogma religioso que más esperanza les otorgue, pero eso no implica que las que no comulgan con ese adoctrinamiento tengan que ser excluidas e ignoradas en sus sentimientos, creencias y derechos.

Si bien, las personas por naturaleza tienen derecho de adorar a un Ser Supremo, estas no pueden obligar ni ser obligadas a creer o practicar un culto o ministerio religioso en contra de su voluntad, pues seguir esa enajenación sería quitarles a las demás personas su libertad.

Por eso, es importante que se respete el principio de laicidad y que el Estado se asegure de que la religiosidad estará confiada al sector privado de la vida de cada ciudadano/a.

Todos en la medida de lo posible, tenemos la obligación de reservar nuestras creencias religiosas al interior de la vida privada y debemos desligarlas de los asuntos del Estado, de tal manera que no intervengan en el sistema de valores políticos y sociales.

En palabras de Marx, emanciparse no implica abandonar la religión, se puede actuar como ciudadano/a y realizar los deberes humanos y políticos que correspondan; respetar las creencias y decisiones colectivas de los demás, no destruirá el sentimiento espiritual que profesan, antes bien nos unirá como personas.

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