Leer los clásicos

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Las obras de la literatura que escogemos inevitablemente responderán a nuestro sentido de quiénes somos y quiénes podríamos ser.

Martha C. Nussbaum.

Florencio Salazar

SemMéxico. 26 de enero 2021.- El Gran Libro de la Historia de las Cosas informa sobre la evolución del libro. Para su elaboración usaban la corteza del árbol los romanos, en hojas de palmera en la India, en rollo los japoneses, papiro en Egipto. Chino fue el primer editor, Wang-Jié, cuyo nombre aparece en el libro Sutra del diamante del 868. Otro chino, Bi Sheng, elaboró los tipos móviles en arcilla endurecida en 1041. Los primeros móviles de metal los fundieron los coreanos en 1392.

Johannes Gensfleisch, mejor conocido como Gutenberg, inventor de la imprenta, imprimió La Biblia en 1445. Ese fue el Siglo de Oro de los Libros, que pasaron de rollos de pergamino a papiros, alcanzando su forma actual en el año 100. Existe la muestra en el Museo Británico: De Bellis Macedonisis, el manuscrito podía leerse página por página al ser del tamaño de una mano y fue concebido por los romanos.

Los libros han sido repudiados, quemados, igual que algunos de sus autores. Los dictadores que ha padecido la humanidad, los han perseguido, prohibido, pretendiendo convertir la propaganda en literatura. Querer acabar con el libro, con la grandeza de su espíritu, equivaldría a domesticar al hombre.

El ser humano es capaz de escribir aun en momentos de agonía: Ana Frank, en la penumbra de un escondrijo, escribió su Diario en una libreta; y Víctor L. Frankl, en las barracas de un campo de exterminio de los nazis, en pedacitos de papel. Sus obras se impusieron a sus verdugos.

Hay que leer por gusto y por interés; por disfrutar y saber. Por ese gusto y disfrute que puede hacer mejor a la humanidad. Pasar los dedos sobre las hojas, la mirada sobre las palabras, dejar que aflore la imaginación y que la memoria ate la lectura. Las letras en papel, como los bichos prehistóricos, prevalecerán cuando de nosotros no quede ni la sombra.

Los libros de prestigio son los que cruzan el tiempo. El arquetipo de los clásicos, por ejemplo, son los antiguos textos griegos y latinos. A ellos se han sumado muchos más, desde Dante, Shakespeare y Cervantes Saavedra, alcanzando a Flaubert, Alejandro Dumas y Dostoyevski, hasta contemporáneos como Kafka, Camus y Vargas Llosa, aunque afortunadamente la nómina es mayor. Sin embargo, hay que desterrar el prejuicio que califica a los clásicos como libros densos, propios de eruditos y, por lo tanto, lejanos al entendimiento popular.

Libros clásicos son aquellos cuya narrativa es intemporal porque representan, desnudan, reflejan, la condición humana; nuestras dudas, ambiciones, valores. Son espejo, eco y faro.

Leer los clásicos es ir al origen. En el caso de los griegos, no es indispensable conocer la mitología para entender el porqué de conductas y sueños. “Los clásicos pueden responder todavía hoy a nuestras preguntas y revelarse un precioso instrumento de conocimiento. Los clásicos, en efecto, nos ayudan a vivir: tienen mucho que decirnos sobre el arte de vivir y sobre la manera de resistir a la dictadura del utilitarismo y el lucro”. Eso dice Nuccio Ordine, y dice bien.

Los clásicos también son los sobrevivientes. José Emilio Pacheco afirma que “La edad de oro está en el pasado. Puede recuperarse si se avanza hacia atrás”. Algunos autores griegos vivían antes que Alejandro Magno. La caída de Bizancio provocó que los eruditos se refugiaran en Europa llevando las letras griegas. “Se tiene la certeza de que nuevos clásicos se pueden hacer con la materia de las lenguas modernas. Cervantes elige a sus personajes no en Esquiloni Plutarco sino en su pueblo. Descartes rechaza la vieja cultura”. Entonces, “los términos se invierten; la edad de oro se desliza del pasado al futuro. Sead quiere el orgullo de vivir en un mundo nuevo”.

Dice más el poeta mexicano: se requiere una justificación extraliteraria para el estudio y disfrute de los clásicos porque “cuando se propaguen sus valores –inteligencia, justicia, tolerancia, continuidad– el ser humano llegará a la perfección y desaparecerán las diferencias sociales. La cultura humanística no está expuesta al vértigo de los cambios ni puede ser demolida por la anarquía”.

Los clásicos son un símbolo de calidad y prestigio, y no debemos renunciar a “la huella que han dejado en la cultura” –como señala Italo Calvino– para que su “efecto de resonancia” establezca la relación personal que mantenga activa la capacidad de comprensión del ser humano y siempre haya alguien, como el comandante alemán que, pasando por encima de las órdenes de Hitler, se negó a la destrucción de París.

La influencia de la cultura significa tener mentes abiertas y comprensivas; a diferencia de la ignorancia, que es ciega y torpe.

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