Florencio Salazar
Es posible responder con inteligente estrategia. Vicente Quirarte.
SemMéxico, Chilpancingo, Guerrero, 18 de abril 2023.- Los trenes de la Revolución han servido para construir parques muy atractivos, como el de Aguascalientes. Otros, emblema de lo que fueron sus grandes centrales como Buenavista. Recordamos a los trenes de las películas del viejo oeste, asaltados por bandoleros o atacados por apaches. También han sido objeto de historias siniestras y de misteriosos crímenes. En 1884 se instalaron las primeras vías ferrocarrileras en Mexico, pero la mayoría de los guerrerenses no hemos conocido los trenes porque las vías llegaron hasta Iguala; hace 25 años suspendieron el tren y luego desaparecieron los rieles y los durmientes. Pero hay otros trenes que pasan y no los percibimos. Los vemos sin ver y aunque sí oímos sus chirridos. Hay trenes que no son las habituales filas de carros enganchados jalados por una locomotora.
A mí me han pasado cosas extrañas. Por ejemplo, me desaparecieron un aeropuerto. Si esa desaparición hubiera ocurrido en Macando no tendría nada de raro. Pero sucedió en Florencia. Hace 30 años mi esposa y yo llegamos a Florencia. Dos días después tomaríamos el avión a Roma. Acudimos a la agencia de viajes para confirmar la reservación y disponer de los pases para abordar. Nos dieron boletos para un tren. Mostré las reservaciones hechas desde México y exigí los boletos de avión. La italiana que nos atendía dijo con definitiva claridad: aquí no hay aeropuerto. Por lo menos tuvimos la experiencia de llegar a Roma en un tren bala.
Todo encadenamiento es un tren. Los acontecimientos, del orden que sean, muestran trenes en curso. Si ponemos pausa en las imágenes podemos analizarlos y reconocer el punto de salida y el probable destino. También se puede observar la manera en que se mueven los operadores y los pasajeros. Unos van confortables y otros apretujados, sin faltar los temerosos de ser alcanzados por balas de malhechores o flechas de tribus aguerridas. Por supuesto, la habilidad del conductor sabrá imprimir la velocidad necesaria tomando en cuenta desniveles, curvas y túneles. Todos sus sentidos estarán puestos en la conducción.
Un conductor inexperto buscará pretextos sobre los riesgos de conducir el tren, sin considerar lo complejo de la máquina y lo peligroso del territorio. No pondrá mayor atención a los vagones con cargas de explosivos. El maquinista novato no querrá reconocer los problemas, y en vez de detenerse a desenganchar los carros amenazantes, envía a los camareros a decir al pasaje que no pasa nada, todo está bien y llegarán sanos y salvos a la terminal. En nuestro solar suriano, de automóviles y camiones, de pronto aparecen muchas rieles, entrecruzadas, sin guardagujas para cambiar de ruta. Se suceden los vagones arrastrando cargas innecesarias, materiales tóxicos, con operadores alegres y festivos.
La realidad y la imaginación corren paralelas y se juntan en algún momento, en algún punto. La realidad está construida también de suposiciones. Lo que se ve, lo que se cree ver y lo que se quiere ver. De las tres posibilidades surge nuestra realidad, aquella que sentimos verdadera. Pero no todos tenemos las misma óptica ni la misma perspectiva. El mismo paisaje puede tener –y tiene– diferencias en cada observador, pues cada cabeza es un mundo. Pero lo que debe importar a todos es evitar que el tren se vuelva una masa de fierros retorcidos.
Lo peor que nos puede pasar es ser víctimas de un descarrilamiento aquí, en donde los trenes no existen.
