Nuestro sistema de salud pública nos violenta

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Nadie merece esperar horas por una consulta donde la revisión es precaria y con carencia de instrumentos y medicamentos.

 ¿Qué clase de sistema de salud es éste que te vulnera física y emocionalmente?

Los servicios de salud públicos están rebasados y, además, el desabasto de medicamentos ha generado una de las mayores crisis de nuestra historia, sin que el gobierno haya logrado encontrar solución, señala Jimena Cándano. 

Jimena Cándano*

SemMéxico, Ciudad de México, 2 de noviembre 2022.-

Siempre ha existido la promesa de la mejora de nuestro sistema de salud. Sin embargo, gobiernos y sexenios han pasado y la realidad es que cada vez se vuelve menos funcional, más obsoleto y sobre todo más violento para los usuarios. Este sexenio en particular, ha sido en el que de forma más evidente se ha desarmado la poca y mala infraestructura que tenemos, a pesar de la promesa de un sistema como el de Suecia o Dinamarca.

Hay dos formas de acceder a nuestro sistema de salud, uno es a través del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) o del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los trabajadores del Estado (ISSSTE). En ambos casos, el patrón y el trabajador pagan para que se pueda recibir el servicio. El otro caso es el que provee el estado a través de hospitales y clínicas de primero, segundo y tercer nivel.

En todos los casos, los servicios están rebasados y, además, el desabasto de medicamentos ha generado una de las mayores crisis de nuestra historia, sin que el gobierno haya logrado encontrar solución. Y no solo tenemos una crisis de medicamentos, o de equipo también tenemos una crisis de capacitación del personal, con prácticas que incluso llegan a ser violentas hacia los pacientes.

Les compartiré mi experiencia personal: En días pasados fui a tramitar mi incapacidad por embarazo al IMSS. Desde hace varios años se realizaron cambios para que aquellas mujeres que quisieran llevar su revisión con un médico particular lo pudieran hacer, presentando solo ciertos documentos, a partir de la semana 34 para una valoración y así expedir la incapacidad. Este proceso tenía el objetivo de aligerar en este aspecto el trabajo de las clínicas y no saturarlas, lo cual hoy, que seguimos en medio de una pandemia suena todavía más lógico. Sin embargo, las cosas no suceden así…

Esta es mi experiencia: sacar cita por teléfono me tomó más de dos horas. El número telefónico señalado para tal efecto tardaba en ser contestado, o cuando lo hacían informaban que no se daban citas por este medio; que tenía que acudir personalmente a las 7:00 am, formarme y esperar a ver si me podían recibir; solo después de mucho insistir me dieron la cita a las 10:30 am. Llegué a las 9:40 para tener tiempo de cualquier imprevisto y, ¡oh sorpresa! ellos habían agendado mi cita a las 9:30, así que ya la había perdido y mi única opción era esperar a ver si alguien no llegaba y podían recibirme.

Esperé unas cuantas horas en las que llegaron sobre todo personas mayores a las que también les habían cambiado la cita sin avisarles y les pedían que regresaran al día siguiente o esperaran por horas. Las personas que atendían eran muy amables, pero obviamente las y los usuarios súper molestos gritaban y en muchos casos lloraban de desesperación. Gente que llevaba más de 6 meses esperando una cita o una derivación y ningún médico les hacía caso.

Por fin fue mi turno y, como en los embarazos anteriores, una doctora muy amable me hizo una revisión; únicamente me tomó la presión; con un estetoscopio escuchó mi panza y luego revisó las puntas de mis dedos, de lo que dedujo que me faltaba yodo. A partir de esta revisión me tocó un discurso muy largo y sumamente violento; cuestionó mi decisión de ser madre a mi edad; me preguntó si no conocía métodos anticonceptivos; y al decirle que se trataba de un embarazo deseado, me dijo que cómo se me había ocurrido poner en riesgo la vida de mi bebe y la mía. Fue muy explícita en todo lo que me podría pasar a mí y a mi bebé y en los múltiples riesgos que había de que mi bebe muriera y, claro, yo la culpable porque cómo se me había ocurrido esa insensatez.

Revisó todos los estudios que yo llevaba donde mi médico particular había dado un seguimiento puntual a mi embarazo y se detallaba que mi riesgo era el mismo que el de una mujer de 25 años debido a mi estado de salud. Ella misma reconoció que mis estudios estaban muy bien y aun así siguió diciéndome toda clase de cosas horribles que nos pudieran pasar.

Inmediatamente después me dijo que mi incapacidad empezaba ese mismo día, sin importar mi estado de salud y mi tipo de trabajo, considerando solo el riesgo que ella asumía que representaba mi edad. También determinó que necesitaba regresar a la semana siguiente a que me hiciera otra revisión. Cuando le dije que como yo les estaba dando seguimiento a mi embarazo con mi médico por lo que prefería no quitarle el lugar a alguien más, me volvieron a tocar una serie de regaños por ser irresponsable y no preocuparme por la salud de mi hijo. Repito, lo único que ella hizo fue tomarme la presión y escuchar mi abdomen con un estetoscopio.

De ahí empezó un tour a diferentes especialistas para que firmaran mi hoja y pudiera tramitar la incapacidad. El primer reto fue que los especialistas no estaban y nadie podía encontrarlos. Después de poco más de una hora logré que me revisara la enfermera, quien también dedicó gran parte de su tiempo a regañarme y una vez más, a tratar de hacerme sentir culpable y atemorizada de todo lo que le pudiera pasar a mi bebé. Después, tuve que ir a convencer a los administrativos para que me firmaran la incapacidad y me dejaran ir. ¡Ya llevaba más de 5 horas ahí, traía el azúcar baja y me sentía terriblemente mal!

Y ahí empezó otro viacrucis: ahora hay que cambiar el carnet, no obstante que en él no se determina tiempo de caducidad y que está en perfectas condiciones; además, hay que dar de alta una cuenta bancaria para que en ella se deposite la indemnización. Pero obviamente, como no tienes los documentos porque nadie te lo había advertido, no te queda más que regresar otro día.

Para no hacer más largo este relato, les comento que una vez que por fin logré hacer el cambio de carnet y dar de alta la nueva cuenta, me avisaron que tarda 10 días hábiles el dar de alta la cuenta y después, 10 días hábiles más para que se haga el depósito. En resumen, el empleador ya no paga el salario porque la indemnización empezó el día de la visita, pero se tiene que esperar un mes para recibir la indemnización.

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Y ahí me surgen muchas preguntas: ¿Cómo se supone que una mujer viva el mes en el que será su parto, sin recibir su sueldo o su indemnización? ¿Cómo pagará comida, servicios, medicamentos etc., sin contar con este dinero? ¿Cómo es posible que tramitar esta indemnización tarde 20 días hábiles?

La experiencia completa me ha frustrado y enojado muchísimo; primero, me costó darme cuenta de la violencia que había sufrido por parte de la doctora, la enfermera y la trabajadora social. Entiendo que su labor es concientizar, pero eso es en todo caso un trabajo de prevención; nadie tiene por qué asustar y angustiar a una mujer que ya está embarazada y próxima a tener un bebé. ¿Suponen acaso que con sus amenazas y miedos el embarazo va a desaparecer?

Me hicieron sentir culpable y, sobre todo, con mucho miedo y angustia. Por suerte, yo tengo el privilegio de poderme atender con un médico privado, quien me tranquilizó y me explicó, desde antes de mi embarazo, la valoración de riesgo y cómo se lleva a cabo caso por caso, siendo muy claro en el hecho de que la sola edad no define el riesgo.

Pero, ¿cuántas mujeres no cuentan con este privilegio?, ¿cuántas mujeres se quedan con la angustia y la culpa de haber elegido ser madres teniendo más de 35 años? Y genuinamente no creo que la doctora, la enfermera y la trabajadora social sean malas personas, simplemente no tienen la capacitación y la sensibilidad humana que se requiere; ello, aunado a la saturación de tener que atender a muchas personas en tiempo récord.

Las y los pacientes no nos merecemos esos tratos, el personal médico no tiene derecho a violentarnos, regañarnos, ni infundirnos miedo. Nadie merece esperar horas para una consulta donde la revisión es precaria. Hay carencia de instrumentos y de medicamentos. ¿Qué clase de sistema de salud es éste que te vulnera física y emocionalmente? ¿Por qué no se imparten las capacitaciones y se brindan los elementos necesarios para hacer su trabajo? ¿Qué pasa con las cuotas obrero patronales?

Nos falta muchísimo, pero lo primero que tenemos que aprender es a distinguir la violencia (no sólo la física) y hacerla notar, para que no siga sucediendo. También es necesario alzar la voz para exigir un trato digno como pacientes, acompañado del pago de indemnizaciones oportunas, pues el gobierno no puede suponer que es factible vivir sin cobrar incapacidad o sueldo durante un mes completo. Nos falta mucho, muchísimo, para tener un sistema digno de salud.

Nota del editor: Jimena Cándano estudió la licenciatura de Derecho en la Universidad Iberoamericana. Obtuvo el grado de Maestría en Administración Pública con enfoque en Desarrollo Comunitario y Transformación Social en la Universidad de Nueva York. Actualmente es la Directora Ejecutiva de la Fundación Reintegra. Síguela en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

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