Oaxaca: tras los sismos, la tragedia no termina

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En el Istmo de Tehuantepec hay desesperanza y prevén caos

Como los edificios y viviendas, mujeres y hombres muestran fragilidad

Soledad Jarquín Edgar,

SemMéxico, Oaxaca, Oax., 5 febrero 2018.- El Istmo de Tehuantepec, como sus habitantes, está fracturado. El panorama es desolador de un municipio a otro de los 41 que resultaron afectados por el sismo de 8.2 grados, ocurrido minutos antes de la medianoche del jueves 7 de septiembre. A casi cinco meses, el avance de la reconstrucción apenas se nota y la normalidad es un estado lejano que sigue sacudido por múltiples réplicas que ocurren desde entonces. Son miles las viviendas destruidas de manera total y otro tanto de manera parcial. La cifra oficial fue cerrada en 60 mil. No hay mano de obra que alcance; los materiales para construir son más caros y muchas veces no existen. La maquinaria de los gobiernos federal y estatal para demoler casas y edificios o para desalojar los escombros de las calles ya no se ve por ningún lado. De pie, como esperando un milagro, están palacios municipales, iglesias, casas de cultura, casas ejidales, puentes o mercados. Algunos, como en Juchitán, están partidos por la mitad; en otros, se ven las fisuras sobre sus paredes altas. En las iglesias, los campanarios revelan su fragilidad, mientras cientos de polines sostienen, entre los arcos, lo que parece insostenible. Así, la gente, de pie, sostiene su fragilidad. Sin respuestas, el desorden de las calles. La falta de viviendas refleja cansancio y desánimo entre la gente. Nadie quiere vivir más a la intemperie. Algunas mujeres, como Elizabeth López, retan al destino. Después de cuatro meses, decidió dejar la calle para volver a ocupar su casa, a pesar de que fue declarada con daño total. La desgracia se duplicó solo 16 días después, cuando la mañana del 23 de septiembre, otro sismo —esta vez de 6.1 grados— terminó con lo que todavía quedaba en pie de sus viviendas. Pero a diferencia de las casas dañadas, total o de manera parcial en el terremoto del 7 de septiembre, el nuevo sismo y sus daños no han sido cuantificados. No hay censo ni ayuda. Al paso de los días, mujeres y hombres se sienten más solos y más inseguros que nunca. El caótico Juchitán El municipio de Juchitán de Zaragoza es el más afectado: son 14 mil 900 viviendas con daño total y parcial, además de una veintena de edificios públicos, muchos de ellos emblemáticos, y el drenaje empieza a aventar las aguas negras a las calles. La presidenta Gloria Sánchez López habla de un colapso, la misma sensación que refieren sus habitantes a SemMéxico. Silvia Vásquez Castillo no tiene casa desde el 23 de septiembre, cuando se le vino encima; resultó lesionada porque un polín le cayó lastimándole la cadera. Su casa ya había sido censada tras el terremoto del 7 de septiembre. Un número fue colocado en una pared que daba a la calle y que luego se cayó en el segundo terremoto; con ello, también se derrumbó la esperanza de recibir ayuda para reconstruir su vivienda. Solo recibió despensas. En el terreno de Constitución 115, en la séptima sección de Juchitán, Silvia Vásquez ha amontonado tejas viejas y madera que ha ido limpiando poco a poco. Hasta ahí llegaron antes de que se cayera toda la casa la gente de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU) que puso su huella. Pero hasta ahora no ha recibido ningún apoyo; todo indica que tendrá que esperar un nuevo censo que —a ciencia cierta— nadie asegura que habrá. Muy cerca vive Elizabeth López. Su casa de dos pisos fue calificada como pérdida total. Pese a todo, decidió que no la demolería, porque los 120 mil pesos no alcanzarían para reconstruirla, por lo que solo le dieron 15 mil. La casa presenta cuarteaduras en los techos y paredes. Durante más de tres meses vivió a la intemperie con su familia. Pasó el temporal de lluvias y ventarrones fríos bajo una lona que le regaló Amaranta Gómez Regalado, presidenta del Colectivo Binni Laanu. Con los días, se enfermó y decidió ocupar su casa a pesar de su fracturada condición. Las cuatro viviendas alrededor de la suya se cayeron; ella dice que tuvo más suerte. La presidenta de Juchitán, Gloria Sánchez López, confirma que son muchas las familias en condiciones semejantes a las de Elizabeth López y de Silvia Vásquez Castillo. Otras viven con parientes; algunas emigraron a poblaciones cercanas o a otras entidades, y muchas más siguen en la calle, bajo techos improvisados. La ayuda de los gobiernos federal y estatal ha dejado de fluir y el municipio no puede más. Está colapsado, reitera. Algunas familias empiezan a reconstruir por su cuenta, pero van despacio. Otras, “cientos de familia”, de acuerdo con la munícipe, recibieron tarjetas sin fondos, y aunque el Banco del Ahorro Nacional y Servicios Financieros (BANSEFI) y SEDATU buscan una solución a través de mesas de trabajo, hay desesperación entre quienes lo perdieron todo o parte de sus bienes. Hasta noviembre pasado estuvieron en el municipio personal de Caminos y Aeropuertos de Oaxaca y de la Secretaría de las Infraestructuras y el Ordenamiento Territorial Sustentable, que ayudaron a demoler tres mil de las siete mil 500 viviendas consideradas como pérdida total. También se fueron las corporaciones policiacas y los militares. Con ello, la violencia reapareció. La esperanza Guadalupe Guendolay, artesana, se quedó sin nada; perdió su casa al quedar destruida, al igual que otras 20 viviendas de familiares. Al día siguiente del sismo, junto con un grupo de amigos y amigas, formó el grupo Tobisí Ladxido, vocablo zapoteco que significa “Un solo corazón”, e instaló una cocina comunitaria rodante, porque su propia experiencia le demostraba que una despensa no resolvía el problema. No tenían nada para preparar comida, “ni platos ni sartenes ni estufa”. Desde Oaxaca, Omar Hernández recolectó víveres y ropa que enviaba al grupo. La cocina comunitaria rodante —bajo la dirección de Na´Nereida, una experta cocinera tradicional— sirvió cada día de 200 a 700 comidas durante más de tres meses, en diversos municipios, porque la ayuda era para el istmo no solo para Juchitán. Junto con Karina Vicente, maestra de inglés, narran entre serias y muchas risas cómo sortearon toda clase de obstáculos para llegar, incluso, hasta Guidxixuu (Lugar del Temblor) una agencia del municipio de Laollaga, como también lo hicieron en San Dionisio del Mar, Xadani, Santa Rosa y Obregón, entre otras muchas poblaciones, para ofrecer comida caliente a la gente que lo había perdido todo. La suya, refieren con orgullo, fue la primera cocina comunitaria durante la emergencia, pues empezaron a trabajar el 9 de septiembre. Su labor altruista todavía no termina. Hoy tienen el proyecto de reconstruir las viviendas de familias “especiales” a las que las autoridades no ven. Para ello, cuentan con el respaldo de una organización estadounidense. Se trata de personas que viven solas, como “Adolfo”, de 87 años, quien compartía la casa con su hermana que murió en el temblor. Su sobrina recogió las tarjetas por la pérdida total de la vivienda y no supo más de ella. Ahora vive bajo lonas y en una hamaca. Otro caso es el de una joven que hace totopos para ayudar a la educación de sus hermanos. Su casa de lámina y madera se vino abajo, pero no fue censada por la falta de criterio de las y los jóvenes contratados por SEDATU para hacer el censo. La precariedad del material no significó para ellos “algún tipo de pérdida”, así que no la censaron. En sus recorridos, Guadalupe Guendolay ha encontrado al menos 20 casos en estas condiciones; entre ellos, el de su propia abuela de 85 años, quien también perdió su casa, pero por andar en la cocina rodante, no fue censada. O el de personas que rentaban la casa y ahora tendrán que devolverla a sus dueños que, a su vez, perdieron la casa donde vivían. Una cadena infinita. La gente piensa que debe hacer una casa de material, pero el dinero no les va a alcanzar. Tenemos que plantear alternativas, más aún con el encarecimiento de los materiales que con las tarjetas se pueden adquirir en tres o cuatro tiendas, algunas de ellas propiedad de políticos oaxaqueños como los Gurrión, los López Lena o los Zetuna, que tampoco se dan abasto, según Guadalupe Guendolay. Las calles de Juchitán parecen una zona de guerra. Los escombros siguen sobre las banquetas y el arroyo vehicular confundidos con materiales como grava y arena, ladrillos y bloques de cemento, nuevos o recuperados, entre polines y castillos de alambrón. La desesperanza Aquellos primeros días fueron muy difíciles. La gente no solo tenía miedo a los movimientos de la tierra; también se había creado una psicosis ante los rumores que se esparcían por WhatsApp o por altavoces, sobre la presencia de delincuentes robándose niños o que anunciaban la rapiña en alguna zona. Muchas noches se escucharon disparos al aire, ahuyentando a los presuntos delincuentes, y en las calles había barricadas por todas partes. Hubo solidaridad entre vecinos; incluso, muchas familias y vecinos que estaban peleados se reconciliaron. Pero eso desapareció; muy pronto, empezaron los problemas. Entre familias: por el dinero o las propiedades, como Margarita Martínez, quien está enfrentada a su hermano, porque mientras ella no estaba, él se ostentó como el dueño y recibió las tarjetas. No conforme con eso, la exhibe por no querer poner más dinero para la reconstrucción de la vivienda que ambos heredaron de su madre. Guendolay y Vicente, quienes recorrieron varios municipios con la cocina comunitaria rodante, plantean que —a diferencia de otras comunidades— en Juchitán se acabó el tequio, pues la gente esperó la ayuda del gobierno. En cambio, en Unión Hidalgo, Ixtaltepec o Xadani floreció la solidaridad. Cuando quitaron los escombros, “parecía que hubieran trapeado las calles” en solo unos días. En Juchitán se instalaron muchas cocinas comunitarias, pero en unos cuantos días cerraban porque surgían diferencias. El peor temor de las dos jóvenes es porque no se han regularizado las clases. Niñas y niños van tres veces por semana a la escuela, y pasan mucho tiempo en la calle donde la delincuencia sienta sus reales. Es el colapso del que habla Gloria Sánchez López en Juchitán. Familias sumergidas en la angustia En Ciudad Ixtepec, el terreno también está minado. Este municipio istmeño fue el epicentro del temblor ocurrido el 23 de septiembre. El munícipe Félix Serrano Toledo sostiene que muchas familias están sumergidas en la angustia, y no hay respuestas de los gobiernos estatal ni federal, que hacen caso omiso a la desgracia. La reconstrucción apenas alcanza el 10 por ciento. En Ciudad Ixtepec, los daños causados por el sismo del 7 de septiembre fueron cuatro mil 62 casas destruidas. La mayoría de los afectados recibió sus tarjetas. Para el sismo del 23, los daños se extendieron a otras tres mil 500 viviendas, todas estas, todavía sin ayuda gubernamental. En el istmo de Tehuantepec esto ha generado un caos derivado de la devastación en que se encuentran y de la política de ayudar a unas familias y desamparar a otras, como ha sido determinado desde el gobierno federal, al negarse a realizar un nuevo censo de viviendas, acusa el munícipe surgido de las filas de MORENA. Serrano Toledo destaca el papel que las mujeres han jugado en las etapas posteriores a los sismos que han devastado la zona. Ellas enfrentan con mayor pesar las condiciones de precariedad en las que se encuentran. Tienen que acomodarse con lo que les quedó, atienden a los hijos e hijas que no están yendo a la escuela, cuidan a las personas enfermas. Se cansan, están preocupadas, pero no lo dicen. Viven con otras familias, con sus vecinos o en sus corredores y patios de forma improvisada. Todo tendrá repercusiones en ellas. Hasta ahora, apunta, ninguna institución ha hecho nada por las mujeres. Agrega que no todo lo que sale en la televisión es cierto. Las clases no se han regularizado, solo 12 escuelas están operando de un total de 26, y prevé que su reconstrucción será lenta; sobre todo, muy costosa. La pérdida de todo Lilia Toledo, de 79 años, perdió sus bienes, entre ellos su casa y su tienda que estaba por cumplir casi 50 años. El Cortijo se destruyó en el sismo del 7 de septiembre. Ahí mismo había acondicionado una habitación para ella. Fue su hijo quien la sacó de entre los escombros. Yo rezaba y rezaba; creía que no me iba a salvar. Pensaba que mi hijo estaba muerto, narra con esa voz que todavía denota angustia. Su tragedia no terminó aquella noche del 7 de septiembre. Con el sismo del día 23, perdió la casa familiar, donde de nueva cuenta volvió a vivir tras el derrumbe de El Cortijo. Aunque comenta que salvó lo más importante: su vida, ve con tristeza cómo en solo unos minutos perdió sus bienes, el trabajo de toda una vida. Por su casa no recibió ningún apoyo, y el dinero que el gobierno federal le dio no le alcanzará para volver a levantar su tienda ni su casa. En la calle de Hidalgo sin número, en la primera sección de Ciudad Ixtepec, Priscila Resuelta Villalobos es otra de las damnificadas por el terremoto. Aunque se anotó en un listado de SEDATU, le advirtieron que deberá esperar a un nuevo censo. Por lo pronto, vive en casa de su hermana en la calle de Constitución, donde lo que más le preocupa es su esposo enfermo, a quien de manera sistemática debe dializar. Con voz pausada y el reflejo del cansancio de estos días, dice que necesita su casa con urgencia, pero también sabe que para ello falta mucho. La actitud positiva de una presidenta En Reforma de Pineda, otro municipio de la zona istmeña, 500 casas fueron demolidas de las mil 500 que había. El resto presenta daños; ninguna casa se salvó de sufrir al menos grietas, informa a SemMéxico, Rosita Aguilar Antonio, presidenta municipal. Después del primer sismo siguieron las réplicas que continuaron dañando la estructura de las viviendas. A diferencia de otros municipios, en Reforma de Pineda la gente se organizó desde el primer día para atender la emergencia de las primeras horas y para resolver la alimentación de la gente de ese municipio y de otras poblaciones aledañas que llegaron buscando ayuda. En este antiguo y pequeño municipio no habrá más techos de tejas; algo cambiará. Por lo pronto, se han demolido techos. Las casas que no sufrieron graves daños son reforzadas con cadenas y cemento, porque la gran mayoría decidió no demoler sus viviendas, pues consideran que el dinero entregado por el gobierno en las tarjetas de Bansefi es insuficiente. Los edificios públicos —entre ellos el palacio municipal, el mercado, la casa ejidal, las seis escuelas— no han sido tocadas. Muestran las cicatrices provocadas por los fuertes movimientos de la tierra de septiembre, que se han prolongado hasta este nuevo año. Son el recordatorio del desastre. Como en el resto de los municipios istmeños, las mujeres y hombres de Reforma de Pineda siguen viviendo en sus patios o en sus galeras, lo que incluye a la munícipe y su familia, porque, reitera, ninguna casa se salvó de sufrir daños. Rosita Aguilar Antonio, maestra jubilada, quien ganó las elecciones en 2017 por la vía independiente, anunció que volverá a buscar la presidencia municipal este 2018. Sin embargo, señala que eso no le quitará el tiempo necesario para la reconstrucción que, al menos en viviendas, pretende terminar este mismo año. Asimismo, destaca la ayuda que recibieron durante los primeros meses, aunque ahora busca más recursos federales o estatales, y sabe que vendrán más de organizaciones de otros lugares del mundo para salir de la crisis. Lo importante para ella es que la gente siga trabajando, que tengan el mismo objetivo para poder avanzar y, como otras autoridades municipales entrevistadas, reconoce que la ayuda entró en un impase, aunque guarda la esperanza de que volverá. Sí, la gente del istmo sabe que a las palabras se las lleva el viento, pero guardan la esperanza de que los ventarrones no hagan esa labor esta vez. En la memoria colectiva siguen presentes las palabras del presidente Enrique Peña Nieto, de sus funcionarios y del gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, aunque no han vuelto más por estos días. En el Istmo de Tehuantepec, las grietas sobre paredes de edificios y viviendas, el escombro y materiales de construcción sobre sus calles se han vuelto, desde hace cinco meses, el escenario cotidiano de la vida de sus habitantes que desean respuestas ante la tragedia. Esperan no ser abandonados, como aseguró la titular de la SEDATU, Rosario Robles Berlanga, en una de sus visitas tras la tragedia que aún no termina. SEM/sje/gl

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