Mirarme el ombligo
Por: Lupita Ramos Ponce
SemMéxico. 20 de diciembre 2019.- Hoy 20 de diciembre es un buen día para mirarme el ombligo. Hoy cumplo 20,440 días en este planeta que me tocó vivir. Soy la octava hija de once, supongo que a esas alturas ya no era un embarazo deseado, pero de todas maneras recibieron con alegría a la sietemesina que quiso adelantar dos meses su llegada a esta familia bulliciosa. Después de 6 hijas llegó el “hombrecito” de la casa, por lo que agradezco que no hubieran parado ahí la producción, porque si no, no hubiera nacido.
Mi mamá nos contaba las historias de nuestro nacimiento, no sé si eran reales o las inventaba, me parecía increíble que se acordara de los detalles del nacimiento de cada una de las ocho mujeres y de cada uno de los tres hombres. De mi platicaba que nací a las ocho de la mañana, que por eso siempre fui madrugadora y me aleccionaba los viernes para recordarme que al día siguiente era sábado y después domingo y que no era necesario que me levantara tan temprano (acostumbraba despertar a las 6 de la mañana y hacer ruido para que todo mundo despertara), pocas veces atendí el llamado a seguir dormida.
Contaba también que una vecina me salvó la vida cuando nací, al llegar la vecina a casa a conocer a la “nueva niña”, me encontró fría y le pidió a mi mamá que me llevara debajo de la escalera donde puso un foco chicharronero y botellas de agua caliente a mi alrededor, después de eso comencé a llorar de hambre, mi mamá no se había percatado que si no pedía de comer es que la sietemesina requería de calor. Mi hermana Yoly diez años mayor que yo, se convirtió en mi mamá, me dormía con ella y me cuidaba como si fuera su niña, así ocurría con las familias numerosas, las hermanas mayores dejaban de ser niñas para asumir maternidades que no les correspondían.
Todo ese entorno familiar me hizo feminista, crecí rodeada de mujeres fuertes y alegres. Recuerdo en los años setenta, siendo yo una niña, escuchar a mis hermanas mayores animar a mi mamá a usar pantalón y a ella resistirse tímidamente porque le daba vergüenza. La pena le duró poco porque después se convirtió en su prenda habitual de uso.
La ausencia casi permanente de mi papá en casa y cumplir solo con su papel de proveedor permitió que la presencia y fuerza de mi mamá fuera determinante. Ella tomaba las decisiones importantes y se convirtió en amiga y consejera. Mi papá sin embargo, también influyó de manera importante en nuestras vidas, sobre todo por su libre pensamiento Juarista. Era un hombre culto y autodidacta, siempre tenía un libro entre sus manos y era un lector voraz, sin embargo, también cumplía los cánones de la época para los hombres, es decir, era mujeriego y borracho; cuando llegaba tomado a casa se convertía en un patán.
Por eso, en un día como hoy, mirarme al ombligo y reconocer mis orígenes también me reconforta; el feminismo me enseñó a mirar con otros ojos mi propia historia de vida, reconstruirla y reconciliarla. Los feminismos me han enseñado que la libertad que hoy disfruto se la debo a mujeres como mi mamá que sacrificaron su propia vida y su propia libertad.
Por eso dedico buena parte de mis energías en cambiar el mundo que le tocó vivir e invertir mis energías en aquellas batallas que decidí librar; estoy convencida que otro mundo es posible para las niñas y mujeres, en donde la maternidad sea elegida y no impuesta u obligada, en donde puedan vivir libres, plenas y gozosas. Hoy miro mi ombligo y recupero las felicidades vividas con mamá y papá y su numerosa prole que me tocó en suerte tener de hermanitas y hermanitos y a quienes quiero con mi corazón feminista de 56 años.
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