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Salvaje y puta

Por Drina Ergueta

SemMéxico. Bolivia. 7 de enero de 2020.- Hace unos días la presidenta boliviana Jeanine Áñez llamó “salvajes” no sólo a miembros del anterior gobierno de Evo Morales, sino también a toda la población que le apoya que es, como todo el mundo sabe, principalmente indígena.

El comentario realizado por la actual Presidenta interina, en la ciudad de Sucre, ha generado muchas críticas, además, porque ella ha puesto en duda que en esa ciudad se ultrajara públicamente a una población indígena, que en mayo de 2008 fue llevada por la fuerza a la plaza principal de la capital boliviana, amarrada, desnudada, insultada y escupida por ser indígena y por respaldar a Morales. Un hecho comprobado y que avergüenza, o debería hacerlo, a esa ciudad.

En las semanas recientes los insultos públicos en el ámbito político y gubernamental boliviano han sido el pan de cada día, bajando el nivel del debate o relación dialógica a mínimos.

Mientras desde la oposición se llama “asesinos” y “golpistas” a los miembros del gobierno transitorio; desde voces gubernamentales se oyen los epítetos de “narcoterroristas”, “delincuentes” o “dictador”, entre otros. Los calificativos también han saltado fronteras cuando el expresidente boliviano Tuto Quiroga llamó “cobarde matoncito” al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. En fin.

Es interesante ver que a la propia Áñez se le ha dicho que tiene rasgos indígenas y que, además, seguramente le ha tocado ser calificada también como “salvaje” más de una vez, como parte de un colectivo históricamente relegado y que puede haber recibido ese calificativo desde un racismo regional boliviano, donde hay un occidente más desarrollado y un oriente menos poblado, más olvidado y que habita en parte de la selva amazónica.

Pero ¿Qué significa ser salvaje? Desde el inicio del coloniaje de África y América, además de otros puntos del planeta, los países de Europa han llamado salvajes a poblaciones no europeas y de esa manera las deshumanizaban. “No son como nosotros”, decían y, así, se les colocaba en un nivel evolutivo inferior, se les quitaba la posibilidad de raciocinio y de sentimiento. Al no ser humanos completos, y en proceso de serlo, se les podía domesticar, evangelizar a la fuerza, explotar, violar, esclavizar, comerciar con sus cuerpos como cualquier mercancía y matar. Es, posteriormente, en la segunda mitad del Siglo XX en que se liberan las últimas colonias, que desde las ciencias sociales y principalmente la Antropología se cuestiona, se critica y veta el uso de este término.

Además, salvaje marca, desde un punto de vista capitalista liberal, un nivel de evolución tecnológica, donde el punto más alto está en los países del mundo occidental blanco, sin que se tomen en cuenta otros posibles factores de cultura y civilización, como el conocimiento y respeto del entorno, la equidad, el comunitarismo, la espiritualidad, entre otros.

Llamar salvaje es un insulto racista por todo ello, porque implica que quien lo dice se siente parte de esa comunidad “civilizada” y blanca o blanqueada que ve con superioridad evolutiva a “otra” persona o grupo humano.

Es, sin duda, un insulto muy utilizado en una sociedad racista como la boliviana, donde decir “indio salvaje” o “camba salvaje” no es extraño. Está hasta cierto punto normalizado y es por eso que es inaceptable que una autoridad lo utilice para calificar a alguien, más cuando ese alguien es racializado. Además, resulta irónico que lo diga quien también rasgos indígenas.

Hace unas semanas mucha gente elevó el grito al cielo porque en un artículo de opinión se decía, en un relato imaginario y como denuncia, que a Áñez le habían llamado puta muchas veces. Es que puta es otro calificativo que parece “natural” y que todas las mujeres lo hemos oído porque es lo primero que sale de la boca de un hombre cuando quiere insultar a una mujer. Es un insulto machista que descalifica a quien lo usa. Debiera alarmar ese machismo. Así, igualmente, debiera alarmar que se use “salvaje” para calificar a un partido político y su electorado.

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