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Polvos de aquellos lodos…

Moisés Sánchez Limón

SemMéxico. Cd. de México. 9 de agosto de 2019.- Polvos de aquellos lodos. De cuando la democracia ensalzó apellidos que hoy están en el poder político nacional con el control del Congreso de la Unión y buscan cambiar las leyes a modo para no irse; a esta praxis coloquialmente le llaman agandalle.

Hace 22 años, la LVII Legislatura en la Cámara de Diputados marcó un parteaguas en el entramado partidista que se disputaba el poder en México y que hoy busca perpetuarse en éste merced a una sui generis interpretación de las leyes.

En 1997 la Gran Comisión de la Cámara baja la presidía el entonces poderoso tabasqueño Arturo Núñez Jiménez, quien se desempeñaba como coordinador de la diputación federal priista que, pese a todo, en la elección intermedia del sexenio zedillista no logró la mayoría que le diera el control camaral.

Pero Núñez Jiménez fue defenestrado de la presidencia de la Gran Comisión, mediante un golpe legislativo técnico que cambió las reglas del juego y, en esa legislatura se retomó como órgano de gobierno colegiado a la Comisión de Régimen Interno y Concertación Política (CRICP) creada desde 1991, hasta que se reformó la Ley Orgánica del Congreso de la Unión que dio vida en septiembre de 1999 a la Junta de Coordinación Política, cuya presidencia la ocupan rotatoriamente las tres principales fuerzas políticas representadas en ambas cámaras.

De aquellos legisladores, a la distancia de 22 años hay quienes repiten curul en el Palacio Legislativo de San Lázaro pero hoy como parte de la mayoría que está decidida a no dejar el poder mediante procedimientos poco ortodoxos.

Entonces Porfirio Muñoz Ledo era coordinador de la bancada del PRD y fue presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. Y se registraba la presencia activa de Dolores Padierna Luna, que acompañó a ese movimiento en el que personajes como Pablo Gómez y Carlos Medina Plascencia acabaron con la hegemonía priista y lo sometieron a nuevas reglas del juego.

Y es que, mire usted, en 1997 el Partido Revolucionario Institucional había logrado mayoría de 239 curules en la Cámara de Diputados –166 de mayoría relativa y 73 plurinominales—pero no mayoría absoluta; en segundo sitio el Partido de la Revolución Democrática registró 125 legisladores y, en tercer lugar el Partido Acción Nacional con 121; el PVEM tuvo 6 y el PT 7.

Esa era la división política en aquella Legislatura que cambió sustancialmente en la LVIII, cuando la ola foxista arrasó y arrebató la Presidencia de la República al PRI y provocó que el tricolor tuviera un cerrado primer lugar con 209 diputados federales, el PAN 206 y el PRD 53; destacó esa caída perredista al tercer sitio cuando sus huestes ya registraban la presencia e influencia de Andrés Manuel López Obrador en la ruta de hacerse del partido del Sol Azteca y de ahí en adelante.

Digamos que, entonces, los equilibrios del poder se establecían sin mayores sobresaltos, en una tendencia de apertura democrática impulsada desde los días de gloria de la administración de José López Portillo que abrió las puertas del Congreso de la Unión a las fuerzas que, desde la oscuridad clandestina, combatían al gobierno de hegemonía priista.

A fuerza de cambiar para sobrevivir, de ajustarse a los tiempos de la modernidad que avanzaba en lo ideológico y lo práctico de la política a la mexicana, finalmente nació el Partido de la Revolución Democrática que fue crisol de toda tendencia, aunque los puros se niegan a aceptar esa mezcla que permitió el nacimiento de una fuerza política que no es de izquierda pero se asume como tal, que tiene perfiles de derecha y busca sacudírselos sin éxito, que se nutrió de grupos fundamentalistas y de las extremas que reptan en el acomodo en el poder, negándose a la disciplina de honestidad porque no es parte de su nacencia.

En fin. El caso es que la diputada federal morenista de profundas raíces perredistas, Dolores Padierna Luna, vicepresidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, emprendió la tarea de una reforma de tercera generación a la Ley Orgánica del Congreso de la Unión para reelegir y mantener en el poder de la presidencia camaral a quien es legislador de la bancada mayoritaria.

Y en este caso sería Porfirio Muñoz Ledo, quien se recupera de una operación quirúrgica y estaría en el radar de Padierna para continuar por otro año en la presidencia camaral.

¿Y qué de Dolores? La iniciativa que presentó el miércoles pasado en la sesión de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, casualmente entraña también la reelección de las vicepresidencias, o sea de ella.

La iniciativa no estuvo acompañada formalmente por la bancada de Morena en Cámara de Diputados, aunque el coordinador de la diputación federal de Morena, Mario Delgado, dice estar de acuerdo mas no la respalda formalmente porque, este es un punto toral, al inicio de la actual legislatura acordó con la oposición que el segundo año la presidencia camaral la ocuparía el PAN y, el tercer año, el PRI.

Por supuesto, Dolores Padierna no comparte el acuerdo y centra su propuesta en el factor del mayoriteo de los diputados de Morena acompañados por los del PT y el PES, el agandalle que ella acuñó en su momento para acusar al PRI de hacerse del poder camaral.

Es plan con maña porque la salud del presidente Muñoz Ledo, pese su terca insistencia de no dejar el cargo por lo menos en el primer año que le corresponde, de prosperar la enmienda propuesta por la diputada Padierna, por prelación la haría presidenta camaral una vez que Porfirio no esté en condiciones de permanecer en el cargo.

“Quisiera informar que he venido consultando, consensando con mis compañeras y compañeros diputados una reforma a la Ley Orgánica del Congreso, para agregar un renglón y medio al artículo 17 en su numeral 7 para que diga que “ocupará la Mesa Directiva en orden descendiente los partidos que primera, segunda, tercera fuerza, salvo en el caso de que el presidente de la Mesa Directiva pertenezca al Grupo Parlamentario que por sí mismo cuente con la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados”, argumentó Dolores Padierna.

Y, como no queriendo, con una enorme candidez patriota y democrática refirió:

“Este cambio es un cambio muy importante, las modificaciones al marco jurídico siempre han respondido a momentos, a necesidades, a contextos determinados. El voto ciudadano es quien define el tamaño de los grupos parlamentarios en el Congreso de la Unión; el voto ciudadano es por excelencia la herramienta para ocupar los espacios en las cámaras”.

Y, bueno, aduce que hoy la propia ciudadanía votó por darle a Morena y a la Coalición Juntos Haremos Historia, la gobernabilidad de las Cámaras, como producto de un ejercicio democrático y de participación ciudadana que caracteriza los nuevos tiempos. Pero gobernabilidad no es sinónimo de avasallamiento.

Del tiempo requerido para aplicar la reforma que propone, dice Padierna que cinco días son suficientes para aprobar en ambas cámaras este agregado de un renglón y medio “que estamos proponiendo al artículo 17, numeral 7 de nuestra ley Orgánica”.

La diputada Padierna, quien junto con su esposo René Bejarano anda por todos lados en reuniones del llamado Movimiento Nacional de la Esperanza, con la promoción y defensa de las propuestas de Andrés Manuel López Obrador, justifica la iniciativa y rechaza que sea agandalle legislativo. Entonces, ¿cómo le llamamos a este intento de pasar por encima de lo que conocemos como equidad y democracia? Digo.

sanchezlimon@gmail.com

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@msanchezlimon

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