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El paro del 9, los oportunistas y lo que sí importa

Por: Clauda Almaguer

SemMéxico. 24 de febrero 2020.- En la semana anterior tuve oportunidad de participar en una mesa de análisis en relación con la violencia feminicida en San Luis Potosí y allí me hicieron una pregunta muy extraña: Sí yo creía que la causa de esta violencia y de los feminicidios era el modelo económico. Debo reconocer que no supe comprenderla enteramente hasta ayer cuando la oí de nuevo, aunque poniéndome al tanto de que el presidente de México había responsabilizado a sus antecesores y al modelo neoliberal como causa única de tan graves problemas.

Justo en estos espacios me tocó estar frente a políticos que defienden con fervor a Andrés Manuel y manifiestan que hay que protegerlo de la calumnia y dejar de culparlo porque además es que: “Como las mujeres ahora trabajan afuera de sus casas, dejan a sus hijos solos luego nadie los cría para hacer el bien y por eso se salen, embarazan a sus novias y tienen que  delinquir porque no hay dinero y cuando les piden es más fácil que las golpeen” Algo así como la canción de la patita pero en retorcido, porque la mujer que trabaja es finalmente causante de la opresión de la que se queda.

Eso sí, ofendidos otra vez por el paro al que han convocado las organizaciones feministas el próximo 9 de marzo piden que ese día salgamos a trabajar para apoyar al presidente y a la economía de México acusando a las feministas de ser instrumento de la “derecha”.

En esas la derecha históricamente conservadora y antiderechos salió a pronunciarse en contra de la violencia de género, cínico hay que ser, porque la sangría en la que nos encontramos es también su responsabilidad, porque han boicoteado y agredido a muchas actoras políticas en la lucha nacional por la legalización del aborto e inclusive han defendido a agresores de mujeres.

Algo tienen en común, desde esos zancos morales a los que están subidos hablan de la “pérdida de valores” como factor para la violencia que nosotras padecemos y les creeríamos de no ser por los romances confesionales que el actual régimen y la derecha tienen con diversas organizaciones religiosas en donde el “razonamiento” es que para estar a salvo hay que mantenernos calladas, que para estar vivas debemos estar sumisas, porque es eso de lo que hablaban los “valores” que ahora echan tanto de menos.

Así, pretenden hacernos retroceder con la imagen de la “buena mujer” ese rol de la madre esposa al que sometieron a nuestras abuelas, en donde el único territorio era la casa, allí en el espacio de la exigencia sublime y el acto político “adecuado” como una condicionante para proveer seguridad, para sumarse a la voluntad política de garantizar el acceso a la justicia y a la vida libre de violencia.

Francamente ¿A qué feminista le interesaría tener ese tipo de respaldos? ¿Quién querría como aliados a políticos que hacen propias algunas de las exigencias feministas para la promoción personal o electoral en tanto minimizan y atacan el activismo de las mujeres el resto del tiempo?

Hoy por hoy esos apuros se los dejamos a las aliadas de estos “líderes” que han asumido la penosa labor de defenderlos igual que una esposa laboral cuando sale a suavizar las salvajadas de  discursos misóginos e incoherentes. Fuera de ello a nadie le importa el presidente ni el político panista, ni ningún otro “aliado” mediocre, porque lo único que interesa en este momento es que el paro es por y para las mujeres.

Ya en la publicación anterior de esta columna decíamos que no hay diferencia entre el peligro al que estamos expuestas unas mujeres y otras, lo que quiere decir que con independencia al origen, la edad, la condición económica o social, el grado de estudios etcétera, todas podemos llegar a ser víctimas de violencia de género a lo largo de nuestra vida, en cualquier espacio por parte de agresores extraños o conocidos, porque en realidad en México la desigualdad es una constante y siendo mujer no hay una edad en la que nos encontremos a salvo, ni un ámbito que nos libre definitivamente.

Eso sí, en la circunstancia individual de cada mujer puede haber más de un obstáculo en el acceso a la atención y a la justicia, a la reparación del daño que ha causado la violencia y a la evitación de que continúe porque desde luego no es lo mismo ser una mujer víctima con independencia económica, con redes de apoyo y cercana a las instituciones como puede suceder con mayor frecuencia al vivir en las capitales del país, a ser una víctima en un contexto precario, sin recursos o apoyos de ningún tipo, en un territorio alejado a donde la autoridad no llega nunca.

Estos son apenas algunos de los problemas a los que se exigen soluciones desde los feminismos que convocan al paro, lo que se ha pedido también con las marchas y las protestas, que ser mujer y vivir aquí no sea por sí mismo un riesgo que todas las que habitamos en el país tengamos un servicio de calidad cuando seamos víctimas que podamos acceder a la protección del Estado, que la violencia vaya a menos y la igualdad vaya a más.

Pero cambiar estas circunstancias no es sólo una responsabilidad nuestra, es indispensable que la sociedad se concientice porque es imposible querernos vivas, pero no querernos libres. Salir de una situación de violencia y desigualdad implica necesariamente transgredir los roles tradicionales.

A más ver.

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