Desobediencia

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Subversión en la quietud

  • La reunión se ha disuelto

Olimpia Flores Ortiz

SemMéxico, 13 de abril, 2020.- No tengo más que preguntas, ninguna respuesta. Si todo conocimiento para serlo atraviesa el cuerpo, esta experiencia inédita mundial de parálisis, nos sitúa en el universo vacío, en lo desconocido.

Todo lo que hacemos en la vida, se debe a dos necesidades vitales: combatir al tedio y ganar el reconocimiento de los otros o, dicho de otro modo, ser amadas/amados. Sobre ellas tendemos el argumento con el que explicamos a la existencia propia, el Deseo que entrañan sus afectos, sus quehaceres, sus planes y sus operaciones, sus oscuridades y enigmas, su sentido y trascendencia.

La pandemia que nos enclaustra, develará con crueldad y crudeza, las caras de la sociedad precaria, estamentada que somos y la anomia que venimos intensificando como la impronta de nuestra convivencia social.

Hay una pandemia e infinitos contextos que atravesarán por ella de muy diversas formas. Pero para cada uno se presentará el fenómeno de la eugenesia ficta: el Estado te deja morir y nadie acude en tu ayuda. El riesgo del contagio nos iguala; y la escasez también: no hay sistema de salud para afrontarla. Nadie ayuda a nadie porque todos tememos morir.

El engañoso modelo disciplinar por dispositivos ha llegado al extremo del máximo disciplinamiento de la vida. Nadie se mueve, y la reunión se ha disuelto. No hay nada que planear ni emprender. Si nos significamos por la mirada de los demás, se vive entonces en suspenso, nadie puede connotarse. Ya no me puedo medir frente a los demás, no soy; ni tengo manera de medir a nadie, no están jugando en la escena vacía, los cánones sabidos.

En el más puro presente, ineludible, cuando sólo existe el hoy, ¿A dónde se dirige la curiosidad en el claustro? ¿En qué se fija la atención?  ¿Cuál es el destino cotidiano de nuestras potencias? El tiempo ya no se comparte ni tiene importancia su transcurso, es ocioso medir el paso de las horas, no es temprano ni tarde para nada; no hay días, ni semanas, no hay horizonte porque no hay ningún lugar a dónde más ir, ni cosa por alcanzar. En el desconcierto absoluto, encaramos que no sabemos qué sucede ni cuando termine, ni si termina. Pero no solamente, sino que nos invade la sospecha de que no hay punto de retorno a normalidad ninguna, porque ésta ha sido desde siempre una ficción para guardar las apariencias, que ha degenerado en esta situación que nos avienta a un total estado de inacción e incertidumbre.

La hiperconectividad solitaria y su melancolía se apoderarán del ánimo de sus usuarios; es más una fuga que un presente.

En esta condición de aislamiento forzado, cómo se puede ser dueña de sí. Me lo pregunto en esta condición en la que el amor es literalmente ausencia y la solidaridad prescinde del nexo.

No hay espacio para concertar las mutuas necesidades. ¿Cómo se hace comunidad en medio de la precaución y el recelo?  La política, la de hacer posible la coexistencia, queda guardada en un cajón para un después indeterminado.

Me siento despojada hasta de mi escepticismo, porque no sé dónde posarlo. Esa melancolía política en este pasaje a lo desconocido, no tiene referente. Como tampoco lo tiene su contrario, mi sentido trascendente, mi impulso, en mi caso mi Revolución Feminista.       

Tal vez la subversión, la autonomía propia puedan manifestarse en la quietud y en el silencio diciéndonos otras cosas, insospechadas y reveladoras, nuevas y contundentes. Tal vez aprendamos a mirar el intersticio y a encontrar en él. Tal vez la simpleza de la vida nos proporcione lecciones. Tal vez aprendamos a anhelar la compañía y la conversación más que a la estridencia y el bullicio; mucho más que a la ilusión cibernética.

En esta remisión al ensimismamiento general, la interioridad algo tiene que decirle a la autonomía de nuestra persona y los posibles pactos con las autonomías de las otras personas; tal vez en el claustro aprendamos de democracia, tan solo por el anhelo de escuchar a alguien más; de asamblea porque ahítas de nosotras mismas, tengamos necesidad de discernir con otras-otros; de feminismo como el horizonte que puede ser posible, porque ya no hay otro.

Me encontré esta afortunada propuesta en el muro de Fera Briones en el Facebook en sus Notas de la Cuarentena con las que me apeteció conversar: “cada experiencia es lo que logre hacer de sí misma, en un devenir que elabora sus recursos a partir de la trama que la constituye, y del vínculo que se procura con otras experiencias… Ante la aparente inmovilidad, cuerpas hormigueantes en solitud recorren una espacialidad desértica, habitando y produciendo nuevas consistencias: sus fuerzas se multiplican en la persistencia del querer vivir.”

Tal vez el silencio y la quietud aniden subversión.

Tiempo suspendido en la tercera semana de mi cuarentena en Oaxaca

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