Por una flor, en la cárcel: la lucha de las feministas rusas

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Kamila Renzi

SemMéxico/Sin Permiso / La Independent, Barcelona, Cataluña, 26 de marzo, 2022.-El terror represivo se abate hoy indiscriminadamente en Rusia sobre intelectuales, activistas de izquierda y feministas. Pero lo cierto es que las nuevas leyes afectan sobre todo a las mujeres.

La primera persona en ser declarada «agente extranjera» es una profesora de San Petersburgo llamada Daria Apakhonchich. Entre las primeras víctimas de la ley «contra las noticias falsas», que prohíbe la difusión de noticias que no se ajusten a la versión oficial, se encuentra Vera Kotova, una activista antibélicista de Krasnoyarsk, que fue condenada por «desacato al ejército ruso» por escribir en la nieve las palabras «No a la guerra».

Muchos periodistas, artistas y profesores universitarios famosos están abandonando el país. Pero, para las activistas feministas de a pie, no es esta una opción viable. Permanecen en Rusia, expuestas a la violencia de sus agresores, amenazadas físicamente por la policía, por un lado, y los militantes de extrema derecha, por otro.

El 80 por ciento de las detenciones en las manifestaciones del 8 de marzo eran mujeres, como informó María Kuvshinova, directora de la revista feminista Kimkibabaduk. La propia Kuvshinova se ha visto acosada por sus posiciones críticas con el machismo de la industria cinematográfica. La ONG Ovd-info confirmó sus cifras: 25 de las 29 personas llevadas a la comisaría de Brateevo el 8 de marzo eran mujeres.

La resistencia más organizada contra la guerra en Rusia es la que se ha visto en la labor de la FAR (Resistencia Feminista contra la Guerra), un grupo que reúne a decenas de activistas que operan en treinta ciudades rusas. En un manifiesto publicado el primer día del conflicto, la FAR llamaba a protestar, a difundir información y a que las mujeres de todo el mundo se unieran a ellas. La FAR es diferente de otras organizaciones pacifistas, como el Comité contra la Guerra, que suelen reunir a varones blancos liberales radicados en Londres, Riga o París. Con bastantes menos medios, con poca resonancia en los medios de comunicación occidentales, las activistas feministas permanecen en su mayoría en el anonimato para evitar represalias, y aunque algunas han abandonado Rusia, la mayoría permanece allí, enfrentándose a la represión.

En el Día Internacional de la Mujer, en el que las mujeres rusas, como en muchos otros lugares, reciben tradicionalmente flores, la FAR organizó una acción de protesta que consistía en depositar flores y símbolos ucranianos frente a lugares simbólicos destinados al recuerdo de la Gran Guerra Patria, convirtiéndolos en monumentos a las víctimas de la invasión. Los lugares se escogieron cuidadosamente: entre otros figuraban el mosaico estalinista de la estación moscovita de Kyivskaya y la Estrella de las Víctimas de la Invasión en Archangelsk. La protesta parece modesta, pero, con las nuevas normas contra el desacato a las fuerzas armadas, te arriesgas a ir a la cárcel por algo tan mínimo como una flor.

Muchas activistas ya habían sido detenidas de antemano. Una de ellos declare a il manifesto: «No tengo fuerzas para describir con detalle cómo viví los cinco días de detención. Las fuerzas especiales vinieron a buscarme, tiraron la puerta abajo, confiscaron todo mi instrumental electrónico, me llevaron esposada. Dormí una noche en un camión y, luego, en la jefatura de policía, hasta que mis amigos lograron sacarme».

No obstante, el 8 de marzo se organizaron protestas en todo el país y las comisarías se llenaron de mujeres detenidas. La activista Anastasia Kaluzhskaya consiguió grabar su violento interrogatorio.

Anastasia fue golpeada y humillada, y la trataron de puta y traidora. Otras dos jóvenes declararon a la revista Mediazona que habían recibido idéntico trato.

Y la represión no se produce sólo por medios legales. Ya en la década de 1980, el KGB utilizaba a pequeños delincuentes para maltratar a disidentes. La Rusia de Putin ha inventado una versión actualizada de esta práctica: «Un día, como de la nada, encontré insultos y amenazas, junto con la dirección, de mi casa en el canal de extrema derecha Buscasangre», nos dijo Ksenia Bezdenezhnykh, feminista de Alternativa Socialista. «Al poco tiempo, estaba por todo Internet».

Ksenia es una de las primeras víctimas de la aterradora práctica de tener una «Z» pintada en la puerta de su casa: «Nuestras direcciones las conocen en las oficinas del Centro E [el departamento antiterrorista del Ministerio del Interior]», dice Ksenia. Desde allí, se transmiten a activistas de extrema derecha, que las difunden en sus círculos políticos y criminales. Desde hace meses, ella y sus compañeros de Alternativa Socialista viven con la terrible presión de sentirse permanentemente amenazados.

*Kamila Renzi escriu sobre assumptes russos al diari italià il manifesto.
Font: il manifesto global / Sin permiso

Traducció: Lucas Antón

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