Que la democracia se vuelva crónica

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Norma Loto

SemMéxico. Buenos Aires, Argentina. 04 de noviembre 2019.- Para buscar a la tía en el geriátrico había que dejar todo ordenado en su casa y eso no es poca cosa: el desayuno, el hijo, el cachorrito, pensar el almuerzo, la ropa y todo. Todo y más, así como viven (vivimos) las mujeres, Y por último, buscar el documento en ese bolso lleno de sorpresas, migas, monedas, agendas, libros. El documento. Sin eso, ¡no vale la pena intentar votar!, le canchereó (algo tan obvio)Juan, el hije niñe creciente de Ene.

Ese domingo 27 de octubre, Ene empezó así  y sin saber que la vida le enseñaría un par de cosas.

Había que llegar al geriátrico. Llegar hasta allí no es la gran cosa. Solo hay que conducir derecho por Cabildo hasta Lacroze y desde allí caminar unos pocos metros. Pero, llegar hasta ese lugar es predisponerse de fuerzas que tambalean a cada instante, de construir columnas internas que sirvan para sostener el alma que observa la muerte en vida o la vida en muerte de quienes allí duran y perduran.

Pero, también el desafío es sacar a la tía del geriátrico. La “tía”, se llama Monina y  tiene 98 años. Se mueve poco, por eso  hay que ayudar a pararse, a bajar las escalera, a sostenerse de parada. A veces usa un trípode, pero es inútil, tampoco sirve. Pero su mente, es única; porque simplemente es brillantemente lúcida, ubicada en tiempo y espacio, ¡es una masa!. Ella, cuenta con orgullo que fue una de las primeras mujeres divorciadas, cuando divorciarse era ley, pero casi no era un hecho, ni verbo pero sí era una herejía, “porque no importaba si eras infeliz. Había que bajar la cabeza y perdonar todo. Eso, era ser buena mujer”. Cuenta, también, que pasó por la experiencia de vivir con “rareza” el derecho del voto de las mujeres.

Pero ahora es tan difícil mover a Monina con esa fragilidad corrosiva. Estar con ella es como hacerse cargo de esos instantes que podrían ser los últimos de su vida. Sin embargo, hay que simular y sonreír y hablar pausado y repetir todo mil veces y sudar la espalda por la insoportable tensión. Sí, sobre todo, eso, sonreír y hacer como que «acá no pasa nada».

Antes de salir del geriátrico, Ene le recordó: “no es obligación que votes Monina. Podés no votar a tu edad”.

Monina le clavó su mirada y apretó sus dientes como seguramente lo hizo cuando echó de la casa  a su ex, al que aún lo llama “el muy vivo”, “el infiel” ¡No, nena, no. Es mi deber votar. Llévame, ya! ¡Yo quiero votar y no se habla más!

El imperativo de Monina, fue como si un telón cayera sobre el escenario. No había nada más por hablar: había que llevarla a votar. (Y quizás aplaudir)

Ene se abochornó y meditó que nunca había dimensionado la vida de Monina. Es que  había recorrido un largo camino esa “muchacha”. Caminos sinuosos entre dictaduras y democracias y  más dictaduras hasta llegar a esta bendita y prolongada democracia.

“Si mi viejo me escuchara tratando de persuadir a alguien para que no vote, se enojaría mucho, muchísimo. Quizás está sentado al lado del Tata Dios, diciendo: ´mirá, esa mi hija. Nunca le enseñé eso¨”, imaginó Ene.

Incluso, alguna vez, Ene había coqueteando con una iniciativa llamada Kilómetro 501, que invitaba a la ciudadanía a trasladarse a más de 500 kilómetros del domicilio para que «no votes y no te multen». Es que en los años 90, eran muchas más las ganas de huir que de votar.

El domingo 27,  Ene que es periodista y profe,  también pensó en la juventud que no conoce otra cosa que la democracia y que a veces se la observa con pocos compromisos cívicos sociales y políticos. Ese domingo de votación tampoco imaginó lo que se venía el miércoles en la clase del aula 402. Es que sus alumnxs dirían en sus crónicas que el domingo había sido “un día especial para todos los argentinos, elegir representante lo damos como moneda corriente pero no todos los estados tienen ese derecho, tenemos que festejarlo”,  que “el día de la votación es algo así como día festivo, donde todos salen a la calle y se juntan en puntos de encuentros”, que “des-afortunadamente para el país , la democracia no fue siempre tan popular y justa”, que el domingo era “el día de hacer honores a la modalidad de gobiernos característica de la Argentina”.

Uno de las pocas cosas espontáneas que el patriarcado no prohibió a las mujeres es: emocionarse. Y si es con lágrimas, MEJOR. Y Ene sabe de eso y se dio el permiso de emocionarse en el aula 402 al escuchar las crónicas. Ese miércoles 30 de octubre, tras escuchar a sus alumnxs, revivió la odisea que fue hacer votar a su tía y recordó que su padre, un político que  se había pasado la  vida persiguiendo revoluciones, le decía: “aunque te hayan decepcionado nunca pierdas las ganas de votar».

Ese miércoles mientras Belén, Mateo y Agustina leían sus crónicas, se cumplía 36 años  de aquel 30 de octubre de 1983, cuando el pueblo argentino volvía a las urnas tras una sangrienta dictadura. Un 30 de octubre, el Dr Raúl Alfonsín fue electo presidente. Así, las urnas ya no estaban “bien guardadas”, como presumió alguna vez el Genocida. Y esa profesora, se dio cuenta que no solo su tía había recorrido un largo camino sino que el camino se lo recorre todos los días para estar del lado libre de la vida. Y pensó, también, que: «ojalá que la pasión por votar nunca se pierda y que  la democracia se vuelva crónica»

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