Textura Violeta| Calladita, más bonita

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Drina Ergueta

SemMéxico, La Paz, Bolivia, 6 de diciembre del 2022.- Imbécil se le dice a una persona a quien se le quiere señalar por su falta de inteligencia, decir que es tonta. Es un insulto. Es la palabra que utilizó en twitter la presentadora de televisión Claudia Peña para referirse, aunque de manera indirecta, al hecho de bloquear calles sin tener conciencia, en Santa Cruz, Bolivia, lo que derivó a su vez en críticas, acoso y hasta amenazas, según lo denunció ella misma. La despidieron del canal donde trabajaba, pero no por usar esa palabra.

En sentido estricto, lo que ella señaló es un temor respecto de perder sus propias capacidades intelectuales en relación a un hecho: “Qué miedo ser una imbécil que cumpla con su círculo social y salga a bloquear porque así lo exige su burbuja y no sus convicciones”. No dice que todas las personas que realizan ese acto de bloquear sean imbéciles; aunque, evidentemente, la lengua permite hacer estos giros para no acusar directamente.

¿Qué relevancia tiene si dijo un insulto leve y, además, indirecto? Más en el contexto de las redes sociales donde la agresividad es tan alta, donde los insultos salen a flote a cada momento mientras los argumentos permanecen en lo profundo, si es que existen. No, no tiene relevancia, salvo la de que sea la muestra de una traición, es decir que se sintió insultado el bando que “debía ser el suyo” y, además, lo hizo una mujer que seguramente “calladita estaría más bonita”.

Entre comentaristas de televisión o redes sociales, entre influencers, y también algunos políticos y autoridades son habituales algunos calificativos insultantes o insultos directos, todo de manera normalizada; además, suelen ser hombres los que hacen uso de ellos como muestra de contundencia, fuerza, fiereza, valentía o ingenio, entre otros atributos masculinos que algunos creen que adquieren de esa manera. A ellos se les permite.

“Qué fácil ser mantenid@ o hereder@ y exigir que otr@s no trabajemos”, también dijo la presentadora en un contexto de paro cívico en el que las grandes empresas trabajaban con normalidad, mientras no podían hacerlo los pequeños negocios o personas que viven al día de pequeñas actividades que requieren circular por la ciudad, que son muchas. Ella tomó una postura que no gustó a esas élites cívicas ni a quienes les siguen sin ser élite alguna, tampoco gustó al canal que la despidió.

En el último conflicto, y en general, en Bolivia, desde que la polarización política se ha acentuado, los medios de comunicación han tomado posturas y en algunos casos de manera muy clara y evidente.

La presentadora formaba parte del equipo de un programa televisivo ligero, para público juvenil, donde aparecía normalmente con pantalones cortos. Algo habitual en canales que, en su mayoría, tienen a las mujeres como algo decorativo por lo que acentúan sus cuerpos con cierto tipo de vestimenta, de poca tela o estrecha. Pues para mostrar piernas y decir cosas graciosas sí es buena, no para hablar de cosas serias, menos para colocarse en una posición crítica que la pone, automáticamente y sin mediar reflexión, en el otro bando.

“No entiendo cómo existe gente que aumenta conflicto donde ya hay”. “Que no se confunda la indiferencia con la prudencia”. “Me preocupa la poca información de la gente”, son algunos de los tuits que ella publicó y que no gustaron porque cuestionaba y sacaba a luz cierta racionalidad en un contexto agresivo, cerrado e irreflexivo que estaba dañando a la población. Un paro cívico de justificación absurda y que duró 36 días para no lograr nada, salvo un pretexto para finalmente levantarlo.

A ella le han intentado cerrar la boca, posiblemente lo han hecho en tanto que la han despedido y ello podría afectar a sus futuras participaciones públicas. Las organizaciones de periodistas, como sindicatos o asociaciones de profesionales, han tardado mucho en pronunciarse en este caso. No siempre lo hacen, según quién sea la persona afectada, es algo sobre lo que se debe reflexionar en el gremio.

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