Textura Violeta|Lo que no se dice de las dirigencias universitarias bolivianas

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Drina Ergueta

SemMéxico. La Paz-Bolivia. 24 de mayo de 2022.- Rayza Colque, Daniela Quentasi, Jhoselyn Paita y Gladys Acuña, jovencísimas, murieron en medio de una multitud estudiantil encerrada y espantada por un gas lacrimógeno lanzado en medio de una asamblea. Sin respeto y sin esperar un tiempo prudencial, sus rostros sin vida y magullados fueron expuestos en redes sociales y algún medio con el pretexto de buscar identificarlas. Mucho amarillismo con ellas, especialmente, y nada más.

Ellas pasaron al olvido mediático porque ese hecho reveló algo más jugoso: la podredumbre en que se ve inmerso el sistema universitario estatal y las pugnas por el poder y por el control de sus recursos. Pugnas con participantes casi exclusivamente masculinos, se ha de decir.

El 9 de mayo en la Universidad Autónoma Tomás Frías de Potosí se llevó a cabo una asamblea convocada por el Comité Electoral para renovar la Federación Universitaria Local (FUL, que es el máximo organismo de dirigencia estudiantil). El frente saliente buscó dificultar el cambio dirigencial lanzando una granada de gas en medio de la asamblea. La avalancha humana generada y la ausencia de salidas de emergencia provocaron las cuatro muertes, todas de mujeres que en estos casos son las más vulnerables, y 70 personas hospitalizadas.

El espacio no cumplía con requisitos mínimos de seguridad: salidas de emergencia visibles y suficientes, extintores, seguridad en caso de conflicto, servicio de asistencia médica inmediata, punto de denuncia y reacción ante el acoso o las agresiones sexuales, entre otros.

Se detuvo a cuatro estudiantes, dirigentes, que habrían sido los autores del atentado y se desvió hacia ellos toda la atención y toda la responsabilidad. Luego se descubrió que había muchos dirigentes que se eternizaban en el cargo, que llevaban 20 años como estudiantes y que acaparaban poder y beneficios personales. Eso en todo el sistema universitario.

Las universidades se crearon para formar a los hombres, no a las mujeres. De este aspecto ninguno habla. El acceso de las mujeres a la universidad estaba prohibido, ingresar a ellas es una conquista larga y dolorosa que lleva poco más de un siglo en el planeta. En Bolivia, hoy hay carreras totalmente feminizadas, otras mixtas y algunas donde aún predominan los hombres; sin embargo, donde las mujeres no han llegado es a las máximas dirigencias estudiantiles.

Se trata de un espacio masculino no sólo por la presencia abrumadora de hombres en los cargos más altos, sino también por las formas de hacer son masculinizadas: competencia, agresividad, figuración, el ejercicio y disfrute del poder, control y última palabra decisoria.

Esa asamblea, esas actuaciones delictivas y los objetivos de control del poder fueron asuntos masculinos. En la mente de la mayoría de quienes dirigen todo ello, no se les cruza la idea de que una mujer asuma, de hacerlo ese sería un punto de cuestionamiento disfrazado de acusaciones de ineptitud, incapacidad, inexperiencia, entre otras conocidas.

A las mujeres el hablar ante un público masculino agresivo les resulta más difícil ya que no son tomadas en cuenta a la hora de ceder la palabra, durante sus intervenciones suelen ser interrumpidas, sus comentarios son menospreciados o ridiculizados, siempre hay una broma o un comentario sexualizado. Sobre todo esto que acabo de afirmar existen muchos estudios. 

Una muestra del patriarcado institucional en el sistema universitario boliviano es que son pocas las mujeres rectoras que ha habido y que entre las FULes de las 15 universidades estatales no hay ninguna dirigente máxima que sea mujer, sí hay algunas delegadas a asuntos específicos. Las mujeres están en la masa, en las movilizaciones, en las asambleas, pintando carteles, siempre siendo las secretarias de actas o recaudando fondos, las más activas.

Este fin de semana se ha detenido al máximo representante dirigencial del sistema universitario, Max Mendoza, por varios excesos en el ejercicio del cargo. Hay que hacer limpieza y cambios profundos, también en lo que toca al género y las maneras masculinizadas.

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