Cuando ellos bajan, nosotras subimos

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Textura Violeta

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Drina Ergueta

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SemMéxico, 1 noviembre 2016.- “Cuando ellos bajan, nosotras subimos”, es la frase de Michelle Obama, la primera dama estadounidense, con la que en las últimas semanas ha salido a la palestra para apoyar y prestar su imagen de frescura, popularidad, modernidad, mayor sensibilidad social y negritud a una denostada Hillary Clinton que en la carrera por la presidencia de Estados Unidos tiene ventaja sobre el populista de extrema derecha Donald Trump, que es aún peor.

Es una frase que se ha hecho muy popular en un electorado donde la mayoría de las mujeres votará a la demócrata Clinton, mientras que la mayoría de los hombres lo harán por el republicano Trump, de acuerdo a los últimos sondeos.

Y es una frase que seguramente escuece a muchos. Con “Ellos bajan, nosotras subimos” a algunos se les cambia el gesto, les toca y allí ven injusticia. Se habla de odios feministas, de hembrismo, de revancha…

Esta frase de campaña electoral, que es efectiva porque cala, habla de un cambio con una delgada piel feminista, sin entrar en profundidades. Pero en la candidatura de Hillary Clinton hay dos elementos a tomar en cuenta:

Por un lado, Clinton es una fiel representante del establishment del poder político y económico norteamericano, que tiene su centro, masculino, blanco y protestante, en Washington y en Wall Street y que mantiene un status quo social donde, por ejemplo, el 70 % de la gente pobre son mujeres, donde una mujer no blanca gana el 54 % menos que un hombre blanco por un mismo trabajo, donde sólo el 20 % de los congresistas son mujeres. Que ella sea mujer no ha influido en la política exterior de Estados Unidos.

Mientras que ella fue Secretaria de Estado, Estados Unidos se involucró y alimentó los conflictos bélicos de oriente medio, dejando miles muertes y millones de personas desplazadas. Esta Hillary Clinton no representa a las posturas reivindicativas de derechos humanos y de las condiciones sociales y de vida más justas, donde se dice que sin feminismo no hay revolución o cambio social posible.

Por otro lado está la Clinton que, como a toda mujer de éxito, se le muestra como calculadora y ambiciosa, capaz de todo (como gestionar de forma implacable las infidelidades de su marido) para ascender políticamente; a la que a lo largo de su carrera política se le ha observado al detalle cada movimiento desde el punto de vista de la feminidad; a la que se le insulta como a la defenestrada Dilma Rousseff y como a toda mujer cuando hay que insultarla, diciéndole “puta, perra, zorra”; la que como candidata tiene el menor grado de popularidad al interior de su propio partido, en relación a candidatos hombres de anteriores campañas. A la que, al final de cuentas, le pesa como losa, y a lo largo de su carrera, el simple hecho de ser mujer. Para quienes es posible un feminismo sin revolución, porque es transversal a clases sociales y posiciones políticas (aunque chirría mucho con algunas tendencias), Clinton es alguien que merece todo el apoyo posible.

Y ella se enfrenta al contrincante Trump: un hombre de éxito, de verborrea basta y misoginia extrema, con un discurso populista de tipo racista-antiinmigrante y con un enfoque de economía proteccionista que atrae a votantes blancos y la llamada clase trabajadora, pero que avergüenza inclusive a parte de su tradicional electorado republicano por su transgresión constante.

Clinton es una primera candidata con posibilidades de llegar a la presidencia de Estados Unidos y, especialmente ante Trump, para el feminismo no hay dudas.

“Cuando ellos bajan, nosotras subimos”, es una realidad. Objetivamente hay dos sexos (mayoritarios) donde uno tiene privilegios históricos que si los pierde, por poco que sea, el otro gana. “El hombre más poderoso del planeta” puede ser una mujer y es, por lo que implica, una ganancia para las reivindicaciones feministas, aunque a algunas personas les sepa a poco y a otras a sapo.

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