Vida y Lectura| Depredadores

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Marcela Eternod Arámburu

SemMéxico, Aguascalientes, 23 de mayo 2022.- El 10 de octubre de 2017 salió a la luz, en los Estados Unidos, una investigación periodística que realizó un joven treintañero y que llevó a que, en marzo de 2021, fuera condenado a 23 años de cárcel uno de los más asquerosos depredadores sexuales que, con enorme poder, acosó, abusó y violó por años a cuanta mujer quiso en la más absoluta impunidad.

Jalando un hilo que le interesaba particularmente, Ronan Farrow —a finales de 2016— consultó con su jefe de aquel entonces en la NBC (National Broadcasting Company), Noah Oppenheim, sobre la conveniencia de hacer una investigación sobre el acoso sexual en Hollywood. Aquí las fechas son importantes porque muestran como en solo 10 meses se completó una investigación que dos años más tarde llevó a la condena de Harvey Weinstein, el productor que cuenta con alrededor de 80 estatuillas Oscar por sus películas y que violentó sexualmente a más de 80 mujeres, eso contabilizando solo a las que se atrevieron a hablar.

La historia es muy conocida porque fue gracias a las investigaciones de Farrow que se evidenciaron las prácticas sexuales —vergonzosamente comunes— en Hollywood, envueltas en una indescriptible conspiración de silencio que dio origen al “Me too”. Todo se sabía y todo se callaba, y a las que se atrevieron a alzar la voz: humillación, difamación, garrote, ostracismos y olvido. Al parecer Noah Oppenheim fue sensible al tema, y fue por eso que permitió la investigación; sin embargo, cuando ésta estuvo concluida, debido al andamiaje de poder, control e influencia de Weinstein, no fue aprobado por la cadena televisiva. Desesperado, tras varios meses recabando carretadas de evidencias, entrevistando a las víctimas de Weinstein, convenciéndose de los daños causados a carreras y vidas, Farrow buscó que se publicara su investigación y fueron The New Yorker y The New York Times quienes finalmente lo hicieron, obteniendo, con ello, el Pulitzer de Servicio Público en 2018.

En este libro —desde mi óptica de obligada lectura porque no obstante el éxito de Me too las conductas prevalecen, la impunidad sigue siendo la norma y los silencios se incrementan—, Ronan Farrow narra cómo llevó a cabo su investigación y todos los obstáculos que tuvo que superar para que ésta viera finalmente la luz. Conmueve el delicado trabajo de convencer a las mujeres abusadas para que narren su historia, quizá esa fue la parte más complicada porque las obliga a enfrentarse con algo que las volvió despreciables, ante sí mismas, como personas. En un contexto de enorme poder e influencia, dinero, contactos, abogados, espías, una agencia de seguridad prestigiada y matones infundiendo terror en las denunciantes, no es común señalar conductas brutales, mucho menos denunciarlas, el costo es altísimo.

Pero, lo peor fue constatar la indiferencia de las muchas personas que sabían y callaban, de todas aquellas que reprobando los excesos continuos de Weinstein se unieron a la conspiración de silencio y permitieron que los abusos continuaran. En “Depredadores” vemos operar los oscuros mecanismos del poder (ya sé que suena a un lugar común, pero estamos inmersos en ellos, la corrupción y los encubrimientos son cotidianos, los poderosos, protegen a los poderosos, aunque sean violentos depredadores sexuales, ladrones, asesinos o indecentes delincuentes).

Y, en medio de todo eso, están los estrujantes testimonios de las mujeres que dejaron de verse a sí mismas como culpables, que superaron su vergüenza, dieron la cara, alzaron la voz y contaron —con escalofriantes detalles— como fueron agredidas, humilladas, desechadas, amenazadas, o compradas y obligadas a ese silencio que corroe. Esas mujeres que dijeron no más y revelaron hechos, fechas, lugares, cómplices y sus propias debilidades y capitulaciones. Esas mujeres que reconocieron haber aceptado la perversidad del juego sin saber los enormes costos emocionales que tendrían que pagar; haber permitido que los abusos pasaran porque quien los hacia era el poderosísimo Weinstein; haber quedado paralizadas por el miedo y sorprendidas por su debilidad, preguntándose una y otra vez durante meses, años, ¿por qué no hui, por qué no lo rechacé, por qué no salí corriendo? Esas mujeres que con enorme coraje y tristeza aceptaron que se rindieron ante el abusador por diferentes razones o que lo enfrentaron sabiendo que las consecuencias serían terribles.

En “Depredadores. El complot para silenciar a las víctimas de abuso”, Farrow devela las profundas redes y los pactos de deshonor que edifican los poderosos y que los comprometen en un tráfico perverso a protegerse entre ellos, sin importar lo depravado de sus comportamientos. Da cuenta de las asquerosas relaciones entre la política, el poder económico y mediático, los grandes y prestigiosos despachos de abogados y la intimidación, la complicidad y la franca ilegalidad de muchas de sus acciones, que realizan con total impunidad porque quieren y pueden.

El autor describe todo lo que tuvo que hacer para que la historia saliera a la luz, enfrentándose a sus mismos colegas y jefes, buscando quien tuviera valor para publicar los hechos y con ello enfrentar un comportamiento tan extendido y común que terminaría desatando una cadena de denuncias en prácticamente todos los espacios públicos. En los hechos que narra Farrow hay una sucesión de nombres que impresiona, mujeres consideradas estrellas, mujeres famosas aparentemente empoderadas, asistentes, empleadas, novias de sus amigos, hijas y esposas de sus socios. Muchas callaron por vergüenza, muchas por miedo, muchas porque consideraban que ese era el único camino para alcanzar sus metas, y muchas otras fueron calladas con dinero, con degradantes acuerdos de silencio. Todo esto se revela en el libro de Ronan Farrow y la conclusión es que no podemos permitirnos ser indiferentes. En muchos casos, la omisión y el silencio son tan graves como el delito.

Y ustedes se preguntarán qué tiene de relevante leer hoy sobre algo que es tan conocido, que cimbró de tal manera a las sociedades, que dio vida al enorme movimiento internacional del Me too y que ha logrado denunciar a cientos de depredadores en muchos países. Me parece que todavía hoy no asumimos el altísimo costo que estas conductas significan para las mujeres (suicidios, trastornos psicológicos graves, miedos crecientes y constantes, incapacidad total para sostener relaciones sanas, culpa, miedo, vergüenza, tristeza, depresión y un largo etcétera) y tampoco nos comprometemos en un activismo frontal para evitar que otras vivan en los infiernos por las que las víctimas de la depredación sexual han pasado. Porque si no traemos al presente las luchas pasadas, éstas pierden fuerza y volvemos a sumergirnos en el mar de la indiferencia que tanto le sirve a la misoginia.

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