Cuba: Gelmys Reyes, el pilar de la finca «El Roble»

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Dixie Edith

SemMéxico/SEMlac, Las Tunas, Cuba, 27 de marzo del 2023.- La vida de Gelmys Reyes acabó y comenzó de nuevo cuando tenía 62 años. De ser una trabajadora más en la finca donde vivía con su esposo, pasó a usufructuaria de tierras, cuidadora a tiempo completo y sostén de su familia.

Con 73 años, ella es hoy la cabeza productiva de la finca El Roble, unas 2,25 hectáreas de tierra especializadas en la producción de frutales en la periferia de la ciudad de Las Tunas, a poco más de 600 kilómetros al este de La Habana.

Aunque no lo dice con claridad, entre recuerdos y anécdotas puede descubrirse cierta nostalgia por los tiempos en que las cargas de la producción agropecuaria no descansaban sobre sus hombros.

«Yo solicité esta tierra desde 2011, cuando a mi esposo hubo que amputarle un pulmón. Entonces dije: ‘voy a buscar otra finca’ y tuve mucha suerte; enseguida me dieron la tierra, todos me ayudaron y empecé a producir», contó Reyes a SEMlac.

Pero la decisión y el traslado no fueron cosa sencilla. Unos meses antes, Eddy Soto, el esposo, iba camino hacia una reunión de la cooperativa a la que pertenecían en ese momento y, al cargar su bicicleta sobre un tractor, se golpeó un pulmón. Nunca logró recuperarse.

«Es que los guajiros somos brutos y cuando él, finalmente, fue al médico, ya tenía neumotórax y no hubo nada que hacer», detalla Reyes.

Entonces gestionaban la finca Ventorrillo, en la zona de Veguitas, un poco más alejada hacia el norte de la ciudad, pero con una extensión de tierra mayor.

«Era una caballería maravillosa. Teníamos seis hectáreas de calabaza, 40.000 matas de yuca, una fruta bomba muy buena. Mi esposo trabajaba la finca con mi hijo mayor, que siempre ha estado con nosotros en la producción», rememora la campesina.

«Aquí tuvimos que empezar de cero, primero a tumbar maleza. Mi esposo acabado de operar, sentado debajo del árbol, y yo trabajando. Un señor me tumbaba el marabú y yo lo limpiaba. Es que esto era un basurero. Acá tiraban todo lo que iba sobrando por ahí».

Desde la operación del pulmón, Gelmys se siente «como si tuviera de nuevo un niño en casa», dice.

«Ahora trabajo la tierra, voy a la bodega, a la farmacia, tengo también a mi mamá postrada y si alguien se cae voy corriendo para el hospital con él. Yo soy así, para la humanidad, pero la vida que llevamos no es la mejor», reconoce.

Trabas de un nuevo comienzo

Gelmys Reyes es una de las más de 3.000 mujeres que en Las Tunas están involucradas, de una u otra manera, en la producción de alimentos. Justamente, la alta incorporación de las mujeres a las tareas agropecuarias le valió a la provincia ser la sede del Día Internacional de las Mujeres Rurales, el 15 de octubre de 2022.

Pero volver los ojos al campo ha sido una tarea dura en allí, donde hay mayores extensiones rurales que urbanas y una reducción sensible de las lluvias, junto la erosión creciente que afecta a la tierra.

«El 80 por ciento de sus suelos han sido declarados entre poco productivos y muy poco productivos, lo que obliga a incorporar la ciencia y la innovación en aras de que el territorio sea, como necesita la nación, líder en la gestión de la seguridad alimentaria», evaluaba en 2020 un análisis sobre la relación entre las mujeres productoras y la introducción de técnicas agroecológicas, publicado por la prensa local.

Reyes lo sabe muy bien. Actualmente equilibra con dificultad sus líneas productivas en busca de mejores rendimientos.

«Tengo aquí guayaba, coco, ciruela, mango, aguacate; cereza y acerola, que no son lo mismo, y café que ahora está maduro y lindo. Pero quiero sembrar otro poquito de café, mango y cereza, que se dan muy buenas», explica y aclara que las semillas de una de las variedades de cereza las compró en una feria de proyectos de la Universidad de Las Tunas.

¿Por qué cereza y no plátano, por ejemplo, que quizás se venda mejor?

Tengo algo de plátano sembrado allá atrás, pero es para comer nosotros. Esta tierra es arcillosa y muy húmeda; entonces las plantas se pudren. Esa parte de ahí, que está así de fea, no es por falta de trabajo. Hemos sembrado platanales y de todo, pero no avanzan. El mango se da mejor.

¿Y crían animales?

En un tiempo criamos cerdos, pero ya no porque la comida para darles se puso muy fuerte. También criamos gallinas, guanajos, patos y conejos. Lo único que no hemos tenido son vacas, porque estamos muy viejos para eso. Pero ahora no tenemos animales. Al conejo le cayó una enfermedad, que fue nacional, y las gallinas también se enfermaron. Quiero comprar otra gallinita porque hace falta para volver a criar.

¿Cuáles han sido los principales problemas?

En 2022 vendimos unos 20 quintales de mango, porque no se hizo contratación; no había azúcar para procesarlo. Así se pierde mucha producción. En general, la venta de frutas a la cooperativa no da lo suficiente, porque me las pagan muy baratas.

Cotidianidades

Reyes vende todas sus producciones de frutales a la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Niceto Pérez, de la cabecera provincial.

Según el Decreto Ley No. 365 «De las cooperativas agropecuarias», en vigor desde 2019, las CCS «se constituye por la incorporación voluntaria de agricultores/as pequeños que mantienen la propiedad o usufructo de sus respectivas tierras, así como de la producción que obtienen”.

Se compone, además, por familiares de agricultores que estén vinculados a la tierra y «tiene como funciones principales gestionar a sus cooperativistas el acceso a los créditos bancarios, a los insumos y a los servicios que completan los ciclos tecnológicos; contratar y comercializar las producciones y servicios, así como contribuir al desarrollo integral de la propia cooperativa y la comunidad donde está domiciliada», según reza el Decreto Ley.

«Yo gano más vendiendo cereza a una juguera que está por el centro del pueblo, frente al parque, que vendiendo fruta a la cooperativa», asevera la productora.

«La muchacha de la juguera me paga la libra de cereza a ocho y a 10 pesos y la cooperativa me paga el coco a tres cincuenta. Pero creo que es importante, porque eso ayuda a la gente. La cooperativa entrega frutas a los hospitales y a los círculos infantiles», agrega.

El mayor sueño de Reyes es tener una casita en las tierras que trabaja. Hoy vive en una temporal y no ha podido construir una vivienda más sostenible porque «dicen que somos usufructuarios/as y no tenemos derechos», apunta.

«Yo creo que eso ya cambió con la nueva ley, pero la verdad es que no he ido a hacer la gestión. La última vez que averigüé fue hace como seis años y luego vino la Covid-19, ya hasta los tiempos se me enredan en la cabeza», dice.

«Pero me tengo que ocupar, porque si viene un ciclón de verdad, esto no aguanta, porque no tiene cimientos», insiste.

Además del hijo, que vive y trabaja en la finca, Reyes y su esposo tienen otros dos; otro hombre que es trabajador por cuenta propia y una mujer, graduada en construcción civil. También tienen varios nietos. «Mis hijos son muy buenos y se ocupan mucho de nosotros», dice Reyes.

¿Y no ha tenido problemas por ser mujer y dedicarse a la tierra?

Ni por ser mujer, ni por la edad. He tenido trabas que tienen que ver más con la burocracia. Lo otro es que todo el mundo quiere esta tierra, porque está muy cerca de la ciudad. Vienen y quieren que se las venda. Pero yo la tengo para sembrar y entregar al gobierno, para ayudar a la gente.

A mí todo el mundo me conoce. El que venga aquí buscando guayabas para un jugo de un niño o coco para coger el agua y ayudar a curar el dengue, se lo lleva sin pagar un centavo.

¿Usted es una batalladora?

Claro, es que yo fui criada en una finca.

Sí, pero otras mujeres también fueron criadas en el campo y se quedan en la casa. ¿Cuántas salen al campo a trabajar?

Bueno, es verdad que todavía muy pocas. Pero últimamente a las mujeres no les gusta trabajar en el campo, quieren tener uñas largas y todo eso.

¿Y a usted, le gustan las uñas largas?

Sí, normal. Pero nunca me las pondría postizas, ni vendería mi pelo, ni tomaría nada para engordar. ¡Y mira que bajé de peso con la Covid 19! Yo voy contra la corriente: cuando ellas se estiraban el pelo porque estaba de moda, yo me lo enriesé, porque era más cómodo. Hago lo que me gusta; me como el chocolate, el queso y la leche, porque es lo más que me gusta.

Fui criada entre las vacas. Mi abuela se levantaba a las cuatro de la mañana y yo con ella. Mi familia es luchadora y somos conformes. No vivimos bien, pero no vivimos mal porque tenemos lo suficiente. Yo siempre digo que voy a seguir trabajando hasta que me caiga.

(dixiedith@gmail.com)

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