Desobediencia| La Inexistente Marginalidad

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Olimpia Flores Ortiz


SemMéxico, Ciudad de México, 05 de julio del 2022.- ¿Por qué nos puede importar en este tiempo detenernos a pensar en el Estado?


Tal vez porque prevalece la confusión y la incertidumbre; porque nos percibimos en la inestabilidad y el riesgo permanente. Porque no vislumbramos la bonanza futura y porque en la crispación nada se esclarece.
En todo caso porque en México estamos ya en los anticipados prolegómenos del proceso electoral del 2024 y no se visualiza opción ni rumbo.


Básicamente habría que escudriñar en primera persona del singular, pero también en primera persona del plural, cómo nos relacionamos con el Estado. Qué nos representa, cómo nos afecta, qué sería de esperar, qué corresponde hacer. En suma, qué es eso que llamamos Estado.


El Estado no es una cosa fijada


Aunque pensemos que el Estado es una cosa instalada y separada de nosotros, no es así: es un sistema movedizo del que formamos parte que no se reduce a ser un aparato de control y de servicios omnipresente en la practicidad de las cosas de la vida, desde que nacemos hasta que morimos. En México inició desde la instauración de las Leyes de Reforma mediante las cuales se reguló todo el proceso vital de las personas que fueron nuestra entrada al Estado moderno.


El análisis del Estado ha procedido usualmente de disciplinas como el derecho y la ciencia política, la historia y la filosofía que dan lugar a las teorías del Estado. Sin embargo, desde esa abstracción, nos resulta difícil desmadejar su consistencia, sus mecanismos y sus propósitos. Siempre la pregunta clave es sobre los propósitos.


La relación propia con el Estado


Y para poder hacernos de una idea familiar del Estado, entonces el análisis hay que invertirlo de perspectiva y voltearlo a ver desde cómo obra en nuestra cotidianidad y de qué artilugios se vale. Todas las personas tenemos una relación con el Estado que no solemos desmenuzar, que nos va configurando en nuestros deseos y expectativas; que nos marca umbrales de conducta que asumimos como un deber ser personal que además genera lazo social. Esta sería una perspectiva antropológica: ¿cómo vivimos las personas? ¿cómo nos vinculamos? ¿cómo nos resolvemos?


La relación social con el Estado


El Estado liberal, se asume a partir del principio de igualdad ante la Ley, bajo un sistema que reproduce la desigualdad. La relación de las personas con el Estado en tanto singulares y colectivas, se desenvuelven en esa arena. Por lo tanto, la casuística de lo personal y de lo colectivo, se inscribe en la especificidad de lo circunstancial. A cada quién como le va en la feria, y dónde la feria esté.


Las márgenes del Estado


La desigualdad, produce la ilusión de un adentro y un afuera; un centro y una periferia. Toda margen es ficción, porque el adentro no existe sin el afuera y viceversa. Se corresponden. Y en el caso del Estado, son funcionales entre sí.


Esta ilusión del límite es productora de una diferencia asimétrica entre lo central y lo periférico, en donde este último tiene implicaciones espaciales, raciales, patologizantes, criminalizantes…no hay margen sin texto y éste es un modo de producción. La ficción opera como una estrategia de poder para el control de los riesgos que representan las diferencias.


Estas diferencias son las categorías que decantan entonces a lo normal centralizado. Los diferentes en permanente asedio de control, dan vigencia al canon hegemónico que no se materializa en nadie ni en ningún lugar, porque el centro no existe.


Amarrando la idea, según Veena Das y Deborah Poole en sus Etnografías Comparadas : “el margen (se entiende) como el espacio entre los cuerpos, la ley y la disciplina. Después de todo, el poder soberano ejercido por el estado no es ejercido sólo sobre el territorio, sino que también es ejercido sobre los cuerpos. De hecho, uno puede sostener que la producción de un cuerpo biopolítico es la actividad originaria del poder soberano”, el poder del Estado.


La condición permanente del Estado de Excepción


El asedio a lo “periférico”, lo así llamado “marginal” mediante las tecnologías de control -como son el Nuevo Orden Penal basado en una “prevención” persecutoria de segmentos poblacionales de riesgo y el sistema de salud con su catálogo de trastornos y anomalías) en la medida de su arbitrariedad ficcional, “formas parasitarias de la ley” configuran un Estado de Excepción permanente en el que la Ley no puede ser ejercida más que arbitrariamente también. La Ley del miedo.

La experiencia de Cuetzalan


La hibridación del derecho positivo mexicano con el derecho indígena para la resolución de controversias en Cuetzalan demuestra que la justicia “ordinaria” no puede funcionar en territorio náhuatl. Que pretender de manera vertical incorporar una administración de justicia indígena al sistema de justicia estatal, es un “guiño” ambivalente para la autodeterminación. Pero que la hibridación sucede por mutua acogida a fuerza de que el “sujeto indígena” se va imponiendo según sus atributos; y en donde incluso la justicia con perspectiva de género se va abriendo paso a pesar del derecho consuetudinario tradicional.


Colofón


(El italiano) “Agamben dice que sólo quebrando los nexos y cualquier punto entre los “crueles enredos entre lenguaje, pueblo y estado”, tanto el pensamiento como la praxis estarán igualadas ante la enorme tarea “a mano”. (Agamben, 2000:67-69). La tarea “a mano”, esperamos, es la de que el trabajo hecho en los márgenes será reconocido por lo que es.”

El Estado y sus márgenes. Etnografías comparadas Veena Das y Deborah Poole. Cuadernos de Antropología Social No, 27 pp. 19-52 2008
Las prácticas de justicia indígena bajo el reconocimiento del Estado. El caso poblano desde la experiencia organizativa de Cuetzalan. Claudia Chávez y Adriana Torres
Op Cit. Veena Das y Deborah Poole p. 45

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