Día 7| Violencia psicológica: el inicio de un ciclo doloroso

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Dixie Edith 

SemMéxico/SEMlac, La Habana, Cuba, 1 de diciembre del 2022.- En un contexto como el cubano, donde la cultura patriarcal está tan naturalizada, muchas veces los primeros síntomas de violencia no son visibles, ni para las víctimas, ni para la sociedad.

Son señales de una violencia que se viste de posesividad, control y celos, provoca aislamiento, malestares y pérdida de la autonomía hasta convertirse, a menudo, en algo mayor y más físico. Pero muchas veces estas manifestaciones de maltrato pasan inadvertidas hasta para las propias víctimas o como “males menores” para quienes deben atenderlas.

Para Aida Teresa Torralbas Fernández, profesora de Psicología de la Universidad de Holguín, visibilizar y prevenir la violencia psicológica es una prioridad y para ello resulta “imprescindible sensibilizar y formar sólidamente en cuestiones de género y violencia a todas las personas que ocupan posiciones clave en el proceso educativo a escala social”.

A menudo la violencia psicológica de género queda oculta y las propias víctimas no son conscientes de ella. ¿Por qué ocurre esto? ¿Cuáles serían los elementos más importantes a trabajar para poder desnaturalizar la violencia psicológica de género?

El hecho de que tanto víctimas como victimarios, así como agentes educativos en el más amplio sentido de la palabra, no sean conscientes de experimentar, generar o legitimar situaciones de violencia se debe a que muchas de ellas son producto de mandatos culturales que las naturalizan. Somos educadas y educados desde la infancia, presionados por un mandato que destina a lo femenino -y de ahí a la niña y después la mujer- a que deba ser para otros; y esto suele convertirse en el núcleo de la identidad de las mujeres. En estas condiciones, su lugar fácilmente se vuelve subordinado a un “otro” y se vincula al cuidado.

En ocasiones, las mujeres experimentan malestar por las condiciones de violencia, desde la física hasta las más sutiles, como algunos tipos de violencia psicológica o algunos tipos de micromachismos. Sin embargo, no lo perciben como violencia. Otras veces, aunque las reconocen como tal, las asumen como un “mal necesario” o algo “normal” que se vuelve parte de la vida en pareja.

Para desnaturalizar la violencia -y no solo la psicológica-, es necesario crear estrategias que influyan de manera integral y sistémica en la sociedad para que, a través de la educación (la que viene desde la familia, la escuela, los medios de comunicación y otros) se visibilice, critique y brinde alternativas antes las conductas y expresiones de violencia.

Como todo cambio cultural, se trata de un proceso complejo y que requiere tiempo. En los 15 años, aproximadamente, que llevo trabajando el tema, he visto cambios significativos a nivel social; espero que en los próximos 15 años los cambios sean de mayor impacto, sobre todo porque hoy existe mayor conciencia social y gubernamental sobre el problema y mayor intención de trabajarlo.

Desde su experiencia investigativa, ¿cuáles rasgos caracterizan hoy a la violencia psicológica en Cuba?

Aunque mi experiencia investigativa no ha estado enfocada a caracterizar la violencia en la región, por mi práctica asistencial con mujeres como psicóloga clínica he podido constatar que la violencia psicológica suele acompañar a los otros tipos de violencia. En los casos de violencia física, tras sanar el daño en el cuerpo, tiende a perdurar una secuela psicológica que se mantiene por mucho más tiempo. Esto se relaciona con meta estudios internacionales que comprueban que existe una relación entre la violencia de género y el deterioro de la salud física y mental, por lo cual es considerado un problema de salud por las organizaciones Mundial y Panamericana de la Salud (OMS/OPS).

Detrás de muchas situaciones y demandas de ayuda psicológica de mujeres suelen estar condiciones de violencia en el contexto de la relación de pareja, que son las detonantes o sostenedoras de los malestares. Muchas veces la misma mujer no lo reconoce como violencia y lo asume como incompetencia personal para asumir las cosas “normales” de la vida en familia y en pareja.

En mis investigaciones con personal de ayuda a mujeres violentadas, incluyendo a los propios psicólogos/as, estos suelen considerar menos nociva la violencia psicológica que los otros tipos de violencia. Sin embargo, una mujer de mediana edad puede recuperarse y rehacer su vida más fácilmente después de un golpe o un empujón, que tras haber sido limitada de trabajar o estudiar. A veces estas violencias pueden ser más invalidantes para su vida que otras, porque generan más vulnerabilidad y dependencia, lo cual constituye factor de riesgo para mantenerse en la relación violenta.

¿Existe suficiente información para documentar este problema?

Pese a que en los últimos tiempos ha aumentado el interés investigativo por este tema, resulta tan amplio y complejo que, a mi juicio, aún son escasas e insuficientes las investigaciones realizadas para tener un real mapeo y descripción de la problemática en Cuba.

Ante un escenario legislativo en cambios, ¿cuáles son los principales desafíos a nivel normativo para dar respuesta -y prevenir- la violencia psicológica?

La norma jurídica no es solo la ley escrita, sino también la manera en que esta se interpreta y aplica. Si el personal jurídico -socializado en un contexto machista y patriarcal como lo es la sociedad cubana- no ha recibido formación en género, tiene grandes posibilidades de no identificar la violencia (sobre todo la psicológica, por ser la más sutil) en los casos en que esta exista y que debiera dársele respuesta.

Con respecto a las políticas públicas, al implementarlas también deben ser monitoreadas desde el conocimiento sólido de género, pues el trabajo con estas formas de violencia se vuelve escabroso, debido a que con facilidad se puede caer en reproducir estereotipos que favorecen su manifestación.

A mi juicio, en todos los niveles y contextos en que se trabaje esta problemática, el principal desafío -y acción clave a la vez- es lograr una sensibilización y formación en género, que permita identificar e interpretar los actos y situaciones violentos. Tanto el ciudadano común, como aquel que se encuentra en posición de ayuda -o el que es educador por excelencia- deberían contar con oportunidades de formación y reflexión sobre la violencia de género; lo mismo para no tolerarla, que para no reproducirla o no legitimarla.

dixiedith@gmail.com  / Foto: Reynaldo López Peña

SEM/MG

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