Las gobernadoras en México | Largo camino

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Dulce Ma. Sauri Riancho

SemMéxico, Mérida, Yucatán, 11 de noviembre, 2021.- En memoria de Federico Granja Ricalde. Sencillo y amable, ejemplo de dignidad en el qué hacer político.

En mi tocador, donde tengo los afeites que utilizo cotidianamente, hay un pequeño peine con una cubierta verde. El tiempo ha vencido sus dientes, que difícilmente pueden ahora desempeñar su tarea original de trazar el partido que acompaña mi chongo desde hace muchos años. 

Lo considero un objeto de memoria que, cuando lo contemplo, me recuerda las vicisitudes de la larga lucha de las mujeres para lograr avanzar en el ejercicio de su derecho político de representar y ser electas. ¿Qué relación veo entre ese peine y las luchas de las mujeres?

Lo recibí hace 32 años, en la campaña por la gubernatura de Baja California cuando el PRI por primera vez postuló en ese estado a una mujer, Margarita Ortega Villa. Ella era mi compañera de escaño en el Senado en una legislatura entonces integrada por 64 personas, con la cifra histórica de 10 mujeres, aunque sólo tres habíamos sido electas por seis años: Margarita, Idolina Moguel (Oaxaca) y yo. 

Nuestra experiencia política en las dos penínsulas del país nos llevó a reconocer temprano la relevancia de la oposición —PAN en Yucatán; y en Baja California, además de la tradición panista, la izquierda se había mostrado fuerte en la elección de 1988—.

Ambas habíamos sido previamente diputadas federales y en nuestro horizonte aparecía como una posibilidad la aspiración a gobernar nuestros respectivos estados, gracias a que Griselda Álvarez en Colima y Beatriz Paredes en Tlaxcala nos habían mostrado que era factible lograrlo.

Baja California llegó al comenzar el sexenio, 1989. El PRI tenía que definir la candidatura en una entidad donde Cuauhtémoc Cárdenas había arrasado el 6 de julio anterior. 

La licencia del gobernador Xicoténclat Leyva Mortera fue cubierta por el senador Oscar Baylón Chacón, el más fuerte prospecto para ganar una elección que se anticipaba competida. Gobernador interino por escasos nueve meses, fue el primer movimiento en el tablero de ajedrez político que más tarde se conocería como la estrategia de la “concertacesión”.

Eliminado el puntero, la tradicional rivalidad entre los grupos políticos de Tijuana y Mexicali se hizo presente. Se esperaba la “inclinación” del nuevo presidente de la república, Carlos Salinas, para iniciar la campaña. Justo cuando viajaba una numerosa delegación de las “fuerzas vivas” bajacalifornianas hacia Los Pinos, el PRI anunció la postulación de Margarita Ortega como candidata al gobierno de la entidad. Nadie estaba en contra de ella, posiblemente porque no la consideraban como un prospecto viable, así que no tuvo oposición interna; pero tampoco apoyo para hacer frente al candidato del PAN, el presidente municipal de Ensenada, Ernesto Ruffo, quien había acrecentado su popularidad en su enfrentamiento cotidiano con el gobernador Leyva.

En el transcurso de cuatro meses acudí en varias ocasiones a acompañar a Margarita en su campaña. Aún sin el colmillo que da la experiencia, a mí y otras compañeras senadoras no nos “cuadraban” actitudes y acciones que, de haber sido hombre el candidato, hubieran sido inimaginables.

Pero el entusiasmo y la entrega eran características de Margarita, quien no se arredró ante los obstáculos reales que parecían interponerse para lograr el triunfo. Entonces era inimaginable una derrota en la elección de gobernador, menos aún para la presidencia de la república.

Llegó el 2 de julio. El lunes, posterior a la elección, continuaron las situaciones inéditas, como los 30 segundos de Margarita en el noticiero nacional de mayor impacto, seguidos de una larga entrevista a Ernesto Ruffo.

En los tiempos anteriores al IFE, los resultados tardaban en fluir, pero ante la sorpresa general, las estimaciones de esa misma noche dieron como triunfador al candidato del PAN.

Y el martes, el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Luis Donaldo Colosio, en un hecho inédito, reconoció que las tendencias no favorecían a nuestro partido, anticipándose a lo que sucedería en los recuentos distritales que comenzaban al día siguiente. Sin mayor estridencia política, se consumó la primera derrota del PRI en una elección estatal.

Nunca he cuestionado los resultados de la jornada electoral de 1989 en Baja California. La mayoría de los votos depositados no favorecieron a Margarita.

Se vale explorar el territorio de los “hubiera”: si hubiera sido candidato el senador Oscar Baylón, en vez de gobernador interino; si hubiese sido un representante del sector empresarial maquilador de Mexicali o de los grupos políticos de Tijuana, muy probablemente los designios presidenciales para hacer de Baja California el primer territorio de la alternancia política hubiera mostrado resistencias costosas de vencer.

En cambio, una candidatura femenina, joven, con una carrera política que se iniciaba, reducía los riesgos de la respuesta del priismo local o cualquier amago de rebeldía ante los planes del nuevo gobierno federal. Ella, finalmente, era prescindible desde la concepción patriarcal del ejercicio del poder.

Vi apagarse lentamente a Margarita. Fueron inútiles nuestros exhortos para su regreso al Senado, donde la esperaba una gestión de más de cinco años.

En nuestras pláticas de esos días ella traslucía una tristeza profunda que mezclaba decepción y vergüenza por no haber logrado ganar. Nombrada directora del Instituto Nacional del Consumidor, murió víctima de un cáncer que la consumió antes de cumplir 45 años, en 1996.

El pasado lunes 1º de noviembre tomó posesión como gobernadora de Baja California Marina del Pilar Ávila Olmeda. Apenas unos días antes, el 19 de octubre, cumplió 36 años. En esta ocasión, el partido en el gobierno, MORENA, la acompañó desde su postulación como diputada federal primero y casi enseguida, como presidenta municipal de Mexicali, donde labró su candidatura al gobierno del estado. 

He seguido con atención los problemas a que se enfrentó la gobernadora electa en el tránsito entre mandatarios de un mismo partido, MORENA. También rondó el fantasma de las resistencias y descalificaciones por el género y la edad de la joven gobernante.

Al concluir este año habrá siete mujeres (más de una quinta parte) gobernando igual número de entidades federativas: CDMX (desde 2018), Campeche, Colima, Chihuahua, Guerrero, Tlaxcala y Baja California.

Margarita Ortega Villa pudo haber sido la tercera gobernadora en el país. No lo fue por los votos, pero, también, porque no fue postulada para ganar, sino para hacer más fácil el cumplimiento de compromisos políticos que corresponden a la etapa de la “democracia con fórceps”, a la que nunca debemos regresar.

dulcesauri@gmail.com Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán

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