Lucy González tuvo un gran protagonismo en la organización de las obreras, principalmente en las fábricas de textiles

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  • La mexicana viuda de uno de los mártires de Chicago

SemMéxico/ViejoTopo, 30 de abril, 2022.- Recordada por su gran oratoria, la mexicana Lucy González será recordada por ser viuda de Albert Parsons, uno de los cinco mártires de Chicago, pero tuvo por sí misma un gran protagonismo en la organización de las obreras, principalmente en las fábricas de textiles. Aún en 1920 la policía de Chicago la consideraba «más peligrosa que mil insurrectos».

Nació esclava en 1853, en un poblado de Texas, territorio que cinco años antes había pertenecido a México. Fue hija de una negra mexicana y un indio de Alabama. Quedó huérfana a los tres años. Apenas pudo trabajar, ya que la enviaron a los campos de algodón.

Se casó a los 19 años con Albert Parsons, joven veterano de la Guerra de Secesión (1860- 1864). Casi eran una pareja ilegal: las «mezclas» raciales estaban prácticamente prohibidas en los estados sureños. La vida social no era fácil, y menos siendo de los pocos activistas por los derechos de los negros en tierras de racistas. Las amenazas constantes que recibían les obligaron a partir hacia Chicago, en 1873.

Aún no habían desempacado los pocos bártulos que poseían y ya participaban de la vida política. Para poder comer, Lucy se dedicó a elaborar ropa femenina en casa, y él trabajó en una imprenta. Ella empezó a escribir, de forma gratuita, en el periódico The Socialist. Luego ayudaron a fundar The Alarm, vocero de la Asociación Internacional de Trabajadores. Ella escribía sobre el desempleo, el racismo o la función de las mujeres en la política.

Lucy tuvo un gran protagonismo en la organización de las obreras, principalmente en las fábricas de textiles. Eran las más explotadas. Ni sus dos embarazos fueron impedimento: casi salió de reuniones en las factorías, a los partos. Con el apoyo de Albert se dedicó a colaborar en la creación de la Unión de Mujeres Trabajadoras de Chicago, organización que fue reconocida en 1882 por la Orden de los Nobles Caballeros del Trabajo, una especie de federación. Un gran triunfo: hasta ese momento no se aceptaba la militancia femenina.

Siempre contaba con Albert. Y Albert con ella. De él no sólo tenía el apoyo político, sino que compartían la atención a los hijos y al hogar.

Fue en ese momento cuando la lucha por la jornada de 8 horas se convirtió en la principal reivindicación nacional. Hasta entonces todos los trabajadores, incluidas niñas y mujeres, debían trabajar 15 o 18 horas para ganar apenas con qué comer. El presidente estadounidense Andrew Johnson había promulgado una Ley que establecía la jornada de ocho horas, pero en casi ningún estado se quiso aplicar. Los trabajadores llamaron a una huelga para el primero de mayo de 1886. La reacción de la prensa fue virulenta. El 29 de abril el Indianapolis Journal hablaba de «las fogosas arengas de truhanes y demagogos que viven de los impuestos de hombres honestos».

Albert Parsons, uno de los mártires de Chicago, junto a su mujer Lucy González.

Como en otras ocasiones, Lucy y Albert marcharon junto a sus hijos. Los Parsons habían estado tensos y expectantes porque el Chicago Mail, en su editorial, había tratado a Albert y a otro compañero de lucha de «rufianes peligrosos en libertad». Y exigía en sus páginas: «Señálenlos hoy. Manténganlos a la vista. Indíquenlos como personalmente responsables de cualquier dificultad que ocurra».

En Chicago, donde las condiciones de los trabajadores eran peor que en otras ciudades, las huelgas y las movilizaciones continuaron. Para el día 4 se convocó a un acto en el Haymarket Square. Albert fue uno de los oradores.

El acto terminó en total orden. Habían participado unas 20 mil personas. Empezó a llover y los manifestantes se fueron marchando. Los Parsons decidieron tomar chocolate en el Salón Zept’s cuando quedaban unos 200 manifestantes. Fue entonces cuando un grueso contingente de policías cargó contra todos ellos. Una bomba de fabricación casera explotó matando a un oficial, y los uniformados abrieron fuego. Nunca se informó sobre la cantidad exacta de muertos. Se declaró el estado de sitio y el toque de queda. En los días siguientes se detuvo a cientos de obreros. Algunos fueron torturados.

De la bomba fueron acusadas 31 personas, de las cuales 8 quedaron incriminadas. El 21 de junio empezó el juicio. Después de discutir la situación con Lucy, Albert apareció ante la Corte exclamando: «Nuestras Honorabilidades, he venido para que se me procese junto a todos mis inocentes compañeros». El juicio fue una burla a la justicia y a las normas procesales. La prensa se lanzó en una campaña condenatoria. Fue un juicio político porque no se podía comprobar nada. Fue un linchamiento. El Jurado declaró culpables a los ocho acusados: De ellos, tres fueron condenados a prisión y cinco a la horca. Parsons estuvo entre los condenados a muerte.

Los derechos de los trabajadores: ¿un tema para arqueólogos? mártires de ChicagoEn la sala hizo presencia el periodista José Martí, futuro apóstol de la independencia de Cuba. El 21 de octubre, el diario argentino La Nación le publicó un artículo. En él describía la actitud de Lucy cuando se dictaba sentencia: «Allí estaba la mulata de Parsons, implacable e inteligente como él, que no pestañea en los mayores aprietos, que habla con feroz energía en las juntas públicas, que no se desmaya como las demás, que no mueve un músculo del rostro cuando oye la sentencia fiera […] Ella aprieta el rostro contra su puño cerrado. No mira; no responde; se le nota en el puño un temblor creciente…».

Lucy, acompañada de sus hijos, empezó a recorrer el país durante casi un año. Explicaba el caso. Hablaba de noche y viajaba de día. Escribió centenares de cartas a sindicatos y distintas autoridades, tanto de Estados Unidos como de todo el mundo. La solidaridad que nació fue inmensa. Pero, aun así, el 11 de noviembre de 1887 se cumplió la sentencia. Años más tarde, Lucy recordaría la mañana en que llevó a sus hijos hasta donde tenían a los condenados. Ella pidió que dejaran a los niños dar a su padre el último adiós, pero la respuesta fue retenerlos. «Nos quedamos encerrados en la estación de policía, mientras que el infernal delito se consumaba», escribía.

Poco antes de que lo ahorcaran, Albert le escribió a Lucy: «Tú eres una mujer del pueblo y al pueblo te lego…». El 1 de Mayo, como Día Internacional de los Trabajadores y Trabajadoras, fue acordado en el Congreso Obrero Socialista, celebrado en París en 1889. Era el homenaje a los cinco mártires de Chicago. Al año siguiente se conmemoró por primera vez. Lucy participó en la manifestación realizada en Chicago. Ya era conocida como «la Viuda Mexicana de los mártires de Chicago». Y los patrones ya aplicaban la jornada de 8 horas. El sacrificio no había sido en vano.

Tras el ahorcamiento de su esposo, Lucy siguió recorriendo el país, organizando a las trabajadoras y escribiendo en periódicos sindicales. En junio de 1905 estuvo presente en la constitución de la organización Trabajadores Industriales del Mundo, en Chicago. Solo 12 mujeres participaron, y ella fue la única que se atrevió a tomar la palabra. «Nosotras, las mujeres de este país, no tenemos derecho a ningún voto. La única manera de estar representadas es tomar a un hombre para representarnos […] y yo me sentiría rara al pedirle a un hombre que me represente […] Somos esclavas de los esclavos…». Finalizó su discurso expresando: «¡No hay poder humano que pueda detener a los hombres y mujeres que están decididos a ser libres!».

Siempre tuvo enfrentamientos con las feministas. Poco las soportaba. Catalogaba al feminismo como algo típico de la clase media. Sostenía que servía más para confrontar a mujeres contra hombres. Repetía que la liberación de las mujeres llegaría con la emancipación de la clase obrera de la explotación capitalista.

Con 80 años de edad, Lucy continuaba dictando discursos en la Plaza Bughouse de Chicago. Seguía asesorando, formando. En febrero de 1941, a sus 88 años, hizo la última aparición pública. Al año siguiente, el 7 de marzo, ya ciega, la muerte la sorprendió al incendiarse su casa. Aun muerta la policía la seguía considerando una amenaza: sus miles de documentos y libros fueron confiscados.

Este texto (modificado para su publicación un Primero de Mayo) forma parte del libro Latinas de falda y pantalón, de Hernando Calvo Ospina. Un recopilatorio de 33 breves historias de mujeres que cambiaron el curso de la historia.

Aparte de este pasaje relacionado con las revueltas del 1 de mayo de 1886 en Chicago, proponemos algunas lecturas para este Día del Trabajador. Lecturas sobre trabajo, globalización, condiciones laborales, luchas sindicales y explotación. Libros para repensar el Primero de Mayo y reivindicar la lucha de aquellos que, como los mártires de Chicago, no descansan en su ímpetu por conseguir mejores condiciones.

Globalización y trabajo, de Ronaldo Munck

Hoy está de moda que se nos considere fundamentalmente como consumidores, pero el mundo de la producción y los servicios todavía nos necesita como trabajadores. Mientras la globalización, al menos durante las dos últimas décadas, ha estado marcada por la búsqueda de trabajo barato en las regiones del Sur por parte de las empresas transnacionales, los sociólogos y los medios de comunicación han prestado poca atención a los cambios que aquélla ha provocado en el mundo del trabajo. Este libro es el primero en que se analiza de forma comprehensiva la respuesta del trabajo a la globalización, y en él se muestra un panorama crítico de esos cambios que afrontan los trabajadores y los sindicatos de todo el mundo.

La lucha de clases, de Domenico Losurdo

La crisis económica se ha cebado en los trabajadores, y cada vez se oye hablar más de la necesidad del retorno de la lucha de clases. ¿Pero estamos seguros de que esta había desaparecido? Porque la lucha de clases no es sólo un conflicto entre la clase propietaria y los trabajadores que dependen de ella. También lo es “la explotación de una nación por otra”, como denunció Marx, y “la opresión de la mujer por el macho”, como escribió Engels. Así pues, estamos en presencia de tres diferentes formas de lucha de clases, dirigidas a cambiar radicalmente la división del trabajo y las relaciones de explotación y opresión que existen a nivel internacional, o en un solo país, o en el seno de la familia. La teoría de la lucha de clases es hoy más necesaria que nunca, a condición de que no derive en un populismo fácil que lo reduzca todo a un choque entre “humildes” y “poderosos”, haciendo caso omiso de la multiplicidad de las formas del conflicto social.

Trabajadores precarios trabajadores sin derechos, de Daniel Lacalle

Trabajadores precarios, trabajadores sin derechos es una aproximación a la situación de los trabajadores que viven y trabajan en España, a comienzos del siglo XXI, situación que se caracteriza por su precariedad laboral y social, a veces al borde o dentro de la pobreza y la exclusión, junto con el recorte e incluso la negación de los derechos reconocidos en nuestro ordenamiento legislativo a lo que se añade en multitud de ocasiones la práctica imposibilidad del ejercicio de esos derechos debido a la asimetría de la relación empleador / asalariado, o subcontratado, típica del capitalismo y exacerbada en la actualidad con el impulso al individualismo observable en nuestra sociedad.

Flexibles y precarios, de Joaquín Arriola y Luciano Vasapollo

Hoy, el derrumbe del modelo fordista ha llevado al nacimiento de nuevos modelos de la llamada acumulación flexible. A pesar de que el proceso que ha caracterizado el desarrollo de los últimos veinte años ha estado marcado por un fuerte aumento de la productividad, el «factor trabajo» no ha obtenido ningún tipo de beneficio en términos de redistribución real de tales incrementos de productividad. En realidad, no se ha producido un aumento ocupacional, ni aumento de los salarios reales, ni reducciones significativas en el horario de trabajo, que actualmente se mantiene no muy lejos del habitual a finales de los años 50 del siglo XX. Flexibilidad y precariedad son las banderas que, en aras de la competitividad, enarbola la denominada «New Economy», bajo cuya máscara se oculta un crecimiento destructivo sin ningún aporte al desarrollo social ni mejora del bienestar. Pero los trabajadores no tienen por qué asistir pasivamente al recorte constante de sus ingresos directos e indirectos. Pueden tomarse medidas que permitan recuperar parte de los ingentes beneficios producidos por esos extraordinarios incrementos de productividad. Aquí, Arriola y Vasapollo sugieren algunas.

La explotación, de Diego Guerrero

La explotación de los trabajadores sigue siendo, hoy como ayer, la esencia misma del modo de producción capitalista. Sin embargo, la invasiva ideología neoliberal ha conseguido que ya no se hable de explotación en los países con un contexto social más avanzado, como si no existiera la realidad de la explotación en los países del capitalismo desarrollado. Se habla, sí, de la explotación de los niños en Asia, que realizan jornadas agotadoras con sueldos de hambre. Pero en nuestro contexto, como no aparece en la TV, se diría que la explotación no existe. De hecho, como demuestra este libro, sucede todo lo contrario: mientras más desarrollada está la productividad del trabajo colectivo de una sociedad, mayor grado de explotación experimentan sus trabajadores. Porque la explotación tiene que ver con la evolución del salario relativo y no con el salario real. Y, además, porque si es verdad que los salarios reales tienden a crecer a largo plazo, ni lo hacen siempre ni hay seguridad de que lo vayan a hacer siempre.

La clase obrera en España, de Daniel Lacalle

La clase obrera en España ha sufrido una radical transformación interna en los últimos 40 años, los que van desde el final de la dictadura franquista e inicios de la transición hasta nuestros días. El conjunto de los asalariados ha pasado de estar caracterizado por el obrero «fordista» a estar masivamente representado por el trabajador precario. Entre 7 y 8 trabajadores de cada diez, no todos asalariados por cuenta ajena, están en condiciones de precariedad de uno u otro tipo. Dividido en cuatro bloques, el autor analiza las que para él han sido las claves esenciales que explican esta transformación.

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