Miradas de reportero

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• La crítica había pegado en el centro del ego

En defensa de la palabra

Rogelio Hernández

SemMéxico. Ciudad de México. 31 de diciembre 2018. –¡Esas son mamadas!– soltó el reportero para calificar las acusaciones en redes sociales de que el Presidente de México era el autor intelectual de la muerte de la gobernadora y exgobernador de Puebla.

–Dílo de otra forma… Así no dices nada– le atajaron la maestra y la licenciante de letras hispanas. –Las groserías reflejan pereza intelectual– escuchó como remate y enrojeció.

La crítica había pegado en el centro del ego de quién se ha creído un opinador culto con cierta fama y que por ello tiene derecho a usar esas expresiones al hablar coloquialmente fuera de las cantinas…

–Ellas tienen razón. La palabra tiene que usarse para lo que se quiere decir. Nada más– razonaba, como perogrullo, por tener el ego magullado.

–Pude opinar– reflexionaba– que quienes iniciaron esa versión son los mismos, o similares, a los que antes de la elección hacían campañas con noticias falsas para provocar temor, enojo, desprestigio, a sabiendas que lo hacen para dañar. Eso es violencia del primer nivel, la verbal…

–La palabra mal aplicada, la que lastima, rompe la paz porque desconcierta– seguía el razonamiento del reportero–, provenga del lado que sea…

— También tensa escuchar de una sola persona adjetivos como camajan, chachalaca, canallín, riquín, señoritingo, pirrurris, fifi, neofascistas, canallas–contrastaba.

— Lo sardónico, que algunos les parece ocurrente y chistoso, dice de esta persona muchas cosas, pero sobre todo que respeta poco a su propia cultura semirural, de solidaridad, de buscar el tratado digno y defensa de que nadie es culpable hasta que sea probado; adjetivos facilones que se justifican como honestidad: «Es que yo sí soy franco y auténtico».

–Quizá eso sea comprensible cuando se quiere ganar una imagen simbólica como político claridoso, de esos que poco a poco conquistan terreno en el campo de batalla de los medios de comunicación, pero, como Jefe de Estado, de gobierno y mando superior de las fuerzas armadas de un país es carecer del don de la ubicación. Es retar a los adversarios en un terreno al que todos ellos tienen acceso, prácticas exitosas y demasiados aliados– calculaba el reportero.

–Por lo regular, quienes sabemos que somos mal hablados coloquialmente e insistimos en soltar groserías sin que tengan caso, igual que adjetivar fácilmente con calificativos despectivos a otras personas o situaciones, nos escudamos en una supuesta cultura de la pobreza pero en el fondo exsudamos rencor de clase–

–Cuando el agresor verbal cuenta con recursos monetarios y una sedicente cultura también refleja complejos sicológicos de superioridad–meditaba, pero se detuvo al ubicar que existen bastantes ensayos de psicoanalistas del habla que seguramente le refutarían estos academicismos.

Servicios de la palabra

Desde que Andrés Manuel López Obrador asumió el cargo y pronunció sin ambigüedades su primer discurso ante las y los legisladores del Poder Legislativo, este reportero de la política mexicana (veterano de seis periodos presidenciales) creyó percibir otro estilo de lenguaje desde el puesto de mandón mayor; supuso que eso ayudaría a que se revaluara la palabra en la política, que disminuiría la tipología de los demagogos, de quienes ocultan la verdad con categorías abstractas, con parábolas, con mensajes cifrados. Quiso creer que habría un acercamiento entre pensamientos y hechos de los políticos con lo verdadero y que eso sería para bien de la sociedad activa e Incluso para el periodismo.

Pero, en menos un mes, con las conferencias madrugadoras, les han crecido filos hirientes a las palabras para hacer política, porque las que salen del Palacio Nacional encontraron espejos y cóncavos. Parece que se desató una escalada de a ver quién adjetiva mejor, quien ofende más. Y la modalidad ya subió a ciertos analistas serios tanto de las filias como de las fobias. Ése es el primer nivel de la violencia en la política y que de no frenarse dará paso los otros hasta llegar a las armas, creyó entender el reportero del excelente ensayista Bernard Crick en su famoso, pero quizá poco entendido tratado En Defensa de la política.

Hasta este primer mes del nuevo gobierno federal de carácter movimientista popular de izquierda el reportero tenía claro los usos de la palabra para él mismo, porque es la herramienta principal de las y los periodistas, como lo es de quienes hacen política profesionalmente. Tan creía dominar, como reportero a la palabra que intencionalmente se asentó con enunciados directos, llanos, sencillos y precisos, incluso hasta se creyó chistosillo, medio simpático, cuando al hablar soltaba groserías que por lo regular reflejan ambigüedades, imprecisiones, pero suenan fuerte y hasta dan personalidad, suponía.

La palabra, como todos los que nos auxiliamos de ella, no sólo para comunicarnos, sino para informar y explicar, tiene todas las aplicaciones posibles y pocas veces, pero muy pocas, las palabras bien dichas conceden permiso para iniciar violencia.

El reportero quiere creer que el Presidente López Obrador es hombre de palabra, en el amplio sentido del honor. Si, como dice, quiere procurar que los cambios que ofreció, para depurar al corrompido sistema social y político, sean sin violencia, entonces lo menos que se espera de él, como persona, es que ubique el puesto que le prestaron los ciudadanos activos: el cargo de Presidente, un mandatario que cumple promesas y respeta las palabras bien aplicadas. —–.

* Título en paráfrasis del libro de Bernard Crick, En defensa de la política.

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