* #16DíasDeActivismo, de la paz en el hogar a la paz en el mundo
* Aseguremos la educación de todos y todas
Dixie Edith
SemMéxico/SEMlac, La Habana, 2 diciembre 2019.- El hogar es un espacio íntimo, privado, donde ocurren muchas formas de violencia de género que a menudo permanecen ocultas, invisibles. Es también el caso del maltrato que ocurre en el trabajo doméstico, un espacio laboral generalmente poco formal, donde los contratos de establecen de manera verbal y escasean las protecciones. Entonces, para muchas mujeres, mayoría entre quienes hacen este tipo de trabajo, el silencio se convierte en la solución más recurrente y quedan aisladas y desprotegidas.
Para la doctora Magela Romero Almodóvar, socióloga y profesora de la
Universidad de La Habana, esas trabajadoras se encuentran entre “las de mayor
vulnerabilidad laboral, no solo por su condición de género, sino por la falta
de reconocimiento social y económico de sus desempeños”.
¿Existen amenazas, situaciones específicas que provoquen manifestaciones de violencia de género en el ámbito del trabajo doméstico? ¿Cuáles?
En el mundo, millones de personas trabajan en el servicio doméstico, de ellas
la mayoría son mujeres y un porcentaje importante lo hace en condiciones de
informalidad. La vulnerabilidad también está relacionada con las concepciones
estereotipadas que les circundan, el carácter privado, inaccesible y casi nunca
registrado del espacio en que se desempeñan, las pocas posibilidades de organización
o sindicalización que tienen, entre otros factores.
No puede olvidarse que en buena parte de este ejército de trabajadoras
confluyen la pobreza y las desventajas de ser una persona indocumentada, sin
derechos. Muchas de las personas que se dedican en el mundo a este desempeño
están expuestas a prácticas laborales abusivas, a situaciones de violencia
psicológica, física, sexual o de otro tipo, y a condiciones de trabajo y de
vida indignas. Son sometidas a jornadas intensas y extensas de trabajo, muchas
veces son castigadas, sobre todo las que son víctimas de redes de trata de
personas con fines de explotación laboral.
Y en Cuba, ¿cómo se manifiesta ese fenómeno?
Los resultados de nuestras investigaciones nos han permitido constatar que, por
lo general, las trabajadoras entrevistadas perciben sus relaciones laborales
como armónicas y que los conflictos que se presentan los ven como algo
circunstancial, que muchas veces trasciende sus posibilidades de negociar.
Sin embargo, cuando se ahonda en sus realidades, aparecen signos de alarma y se
constata que las relaciones de poder más fuertes a las que se ven sujetas estas
trabajadoras, en el marco de sus relaciones laborales, son las que establecen
con quienes contratan el servicio, con mayor o menor mediación de otros actores
en dependencia del espacio y de las posibilidades de actuación que se
desprenden de cada uno de ellos. Este poder, que a veces funciona de modo
imperceptible y que se puede esconder en frases cariñosas como: “ella es como
si fuera de la familia”, está marcado básicamente por la condición socio –
genérica de estas mujeres, pero también por su clase, territorio, edad, color
de la piel, etc.
Creo que es central para entender la idea siguiente: la violencia que padecen
las trabajadoras domésticas puede darse tanto en sus relaciones con empleadores
hombres, como con sus empleadoras mujeres (relaciones intragenéricas), quienes
pueden utilizar su poder para aminorar los efectos negativos de una posible
competencia en casa, que desde lo simbólico las remplaza en tareas domésticas
que les han sido asignadas desde lo cultural. Estas pueden ser actividades que
en la literatura especializada se han denominado “tareas sucias” (como limpiar
el baño), pero también en algunas “más limpias”, de cuidado indirecto y que
pueden comprometer los afectos, empatías y cariños familiares (como las tareas
domésticas asociadas al cuidado de un infante). Es decir, que son complejas las
valoraciones que se pueden hacer al respecto y, por ende, las realidades de quienes
se dedican a este tipo de trabajo.
En los intercambios con trabajadoras domésticas cubanas podemos identificar,
entre otras, las siguientes manifestaciones: existencia por parte de los
empleadores de acusaciones o insinuaciones de haber tomado lo que no les
pertenece; malas contestas o silencios prolongados (“Yo entro a la casa y tengo
que adivinar cómo está ella de humor, porque si está con el moño virado ni me
habla y eso me afecta porque soy una persona muy sociable y sensible”);
subvaloración de sus conocimientos y nivel educacional; presiones laborales en
situaciones difíciles desde el punto de vista emotivo; jornadas de trabajo
extensas e intensas; exigencias de prácticas laborales que requieren de un
esfuerzo físico superior a la que la trabajadora puede realizar; no brindarles
medios de protección y mostrar una actitud indolente frente a sus afectaciones
de salud.
¿Cuáles serían algunas recomendaciones para atender y prevenir estas situaciones?
Ante esta realidad, son muchos los desafíos que pudiéramos nombrar; entre ellos
destacan algunos como la necesidad de continuar con las investigaciones y
documentar la realidad de estas trabajadoras; realizar campañas encaminadas a
la desnaturalización de este tipo de trabajo, lo que implica un replanteo
permanente para la transformación de la división sexual del trabajo.
Igualmente, es muy importante la formalización del ejército de trabajadoras,
que como están indocumentadas, son más vulnerables ante la posible existencia
de maltratos; ofrecer materiales instructivos o guías prácticas para que puedan
identificar, prevenir o salir de situaciones violentas; regular de manera más
enfática, los deberes y derechos de estas trabajadoras y establecer nuevos
mecanismos de protección ajustados a las características particulares del
trabajo que realizan y del ámbito en que se desempeñan, además de fortalecer
los existentes.
SEM-SEMlac/de
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